Los partidos italianos prometieron ayer candidatos de alto nivel para la presidencia de la República, en la víspera de esta importante votación en el Parlamento, y, aunque sin desvelar sus cartas, tendieron la mano al diálogo, conscientes de que el acuerdo dependerá de pactos.

El huracán desatado por la aspiración de Silvio Berlusconi a la jefatura del Estado ya amainó, al anunciar con pesar su renuncia, y ahora, una vez descartada una figura tan divisoria, los bloques de derecha e izquierda piensan en sentarse a negociar.

Las principales fuerzas se reunieron ayer, tanto en solitario como en coaliciones, para trazar una estrategia, ya que hoy deberán apostar por un nombre que sustituya en los próximos siete años a Sergio Mattarella en el Palacio del Quirinal.

El Parlamento será convocado en sesión conjunta -630 diputados, 321 senadores y 58 delegados regionales- para empezar a votar al hombre o la mujer que ejercerá la más alta distinción del país, pero la "batalla" política no se prevé fácil ni rápida.

Tal es así que algunos políticos, como el senador Matteo Renzi, ya han avisado de que habrá que esperar al jueves para una posible "fumata blanca", pues a partir de la cuarta votación el quórum se reduce a la mayoría absoluta. Antes se requiere el voto de dos tercios del Parlamento y, a día de hoy, es una meta inalcanzable.

NADIE DESVELA SUS CARTAS

Con cada muerte pontificia suele decirse que "quien entra Papa al cónclave sale cardenal" y, por esa razón, para no "quemar" sus apuestas, los partidos no desvelan los nombres que barajan, aunque la prensa lleva semanas lanzada en un sinfín de quinielas.

El bloque de centroizquierda, formado por el Partido Demócrata (PD), el Movimiento Cinco Estrellas (M5S) y Libres e Iguales (LeU), se mueve de forma conjunta.

Sus respectivos exponentes, Enrico Letta, Giuseppe Conte y Roberto Speranza, se reunieron ayer en Roma y al término del encuentro pidieron "candidatos de alto perfil, ampliamente compartidos y capaces de representar a todos los italianos". Es decir, una figura "inter partes", y para ello avanzaron que en las próximas horas tratarán de impulsar una mesa de negociación con el resto de grupos en busca de un nombre consensuado.

Una de las apuestas de los progresistas, según los medios, es el fundador de la Comunidad de Sant'Egidio, Andrea Riccardi, cuya organización desde 1968 es un emblema de integración, de acogida a los refugiados y de la mediación en numerosas guerras.

Por estos esfuerzos de paz, este respetado académico de 72 años fue nombrado ministro de Cooperación Internacional en el Gobierno tecnócrata de Mario Monti (2011-2013) y también preside la Sociedad Dante Alighieri, que lleva al mundo la cultura italiana.

Por su parte el bloque de la derecha reivindica el "derecho" de tener en cuenta primero sus ideas, avalado, alegan, por el hecho de que controlan más escaños en el Parlamento, aunque Letta ya ha rechazado esa solicitud. En cualquier caso, Berlusconi y sus socios, los ultraderechistas Matteo Salvini y Giorgia Meloni, piensan en un mosaico de figuras de alto prestigio. El jefe de la Liga avanzó ayer que propondrán "hombres y mujeres de un altísimo nivel", que tampoco desveló, y pidió a la izquierda que abandone los vetos.

Queda por ver si Salvini y Meloni obedecen la última voluntad de Berlusconi: mantener al economista Mario Draghi donde está, al frente del Gobierno, para lo que fue reclutado hace un año para gestionar la pandemia, apoyado por una coalición de "casi todos".

El expresidente del Banco Central Europeo siempre sonó como "papable", pero su "ascenso" al Quirinal implicaría su dimisión en el Ejecutivo y muchos temen que no pueda encontrarse un sustituto de consenso y no quede más remedio que un adelanto electoral.

Curiosamente en los últimos días los líderes políticos parecen orientados a estudiar otros nombres, mientras el prestigioso economista, respetado internacionalmente, guarda silencio y sigue todo desde su casa de retiro en la idílica Città della Pieve.

Ahora, ya todo está listo para que comience la pugna por el Quirinal, el ocaso del septenio de Mattarella, que termina su mandato aplaudido por su templanza en numerosas crisis de Gobierno y durante la pandemia.