La única alegría en el mundo es comenzar. Es hermoso vivir porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante”, dejó escrito Cesar Pavese, que describió la vida, el misterio más hermoso, que el sufrió. El escritor italiano se suicidó. Tal vez por ello fue tan lúcido cuando contó la vida. La celebró Matej Mohoric, compañero de Gino Mäder.

Otra victoria en memoria del suizo, fallecido en la Vuelta a Suiza por una fatal caída. En honor a Mäder reposan los triunfos que le abrazan en este Tour. El de Pello Bilbao, el de Wout Poels y el de Mohoric. Nadie en el Bahrain olvida al suizo. Corren por él. Por lo que fue y por lo que siempre será. Lo que se recuerda no muere nunca. Mäder sigue vivo en su memoria.

Quién sabe si esa fuerza del más allá empujó a Mohoric para poder batir a Asgreen en el último fotograma, el de la photo finish. Allí le derrotó Mohoric, que se estiró unos dedos para agarrar una victoria estupenda. El esloveno mide 1,86 metros. Asgreen es aún más alto. Alcanza el 1,91 metros.

Eso no le bastó para poder derrotar a Mohoric y su salto de fe. El esloveno fue al encuentro de su tercer laurel en el Tour. Logró dos etapas en 2021, cuando hizo el gesto del silencio tras una redada en el Bahrain. Fue su modo de protestar. Dos años después, se le desbordaron las emociones. Lloró de alegría.

Matej Mohoric, muy emocionado tras su victoria. Efe

Es posible que Jerome también llore en su llegada a la vida. Sarah es la madre de la criatura, recién nacida. Wout Van Aert, el padre. El belga, cuidador de Vingegaard, llegó en el momento exacto para celebrar una nueva vida y acompañar a su mujer en el recibimiento de su segundo hijo.

Visita de Eddy Merckx

Como la vida, un suceso extraordinario, así es el Tour, la carrera que nace todos los días entre prisas, nervios, urgencias y velocidad. La carrera caníbal, la que visitó Eddy Merckx, el mito, para posar con Vingegaard, reluciente amarillo en Moirans en Montagne, dio a luz el 19ª día de competición con rabia, como queriéndole ganar tiempo al tiempo. Al Tour le resta poco para el ocaso. Quedan asuntos pendientes, salvo el de la victoria del danés en París.

Eddy Merckx, con Ciccone y Vingegaard en la salida. Efe

El triunfo en la víspera de Asgreen, que cabalgó una vida junto a otros tres jinetes del Apocalipsis, advirtió que los esprints se pueden desarmar si se opta por la valentía y el quebranto del derecho de pernada de los velocistas, que tienden a bloquear la competición con la argamasa de sus muchachos.

Un puñado de equipos con velocistas entendieron muy tarde una lógica muy sencilla. Acudían al matadero, corderos a modo de mártires para alimentar al lobo Philipsen, feliz ante la actitud sumisa de las otras formaciones con tipos rápidos, pero no tanto como él. Trabajaban para su depredador. Cuando el día antes se comprometió esa lógica diabólica, el belga trató de intimidar a Eenkhoorn.

A toda velocidad

La carrera salió loca. Alma que lleva el diablo. El caos. Hubo una fuga, en la que estuvo Politt. Rompió la cadena y después no encontró una bici a su medida en el coche neutro. Se desesperó el alemán que, desde la cuneta, incomprendido, vio como pasaba la vida. El pelotón veloz. Pereció esa escapada y se aliaron el irreductible Victor Campenaerts, que tuvo el récord de la hora en su poder, y Simon Clarke, otro dorsal corajudo.

Le perseguían un primer pelotón de buscavidas, caza etapas y Philipsen. Le cuidaba Van der Poel, de oficio lanzador en este Tour. Ion Izagirre también rodaba en ese grupo salvaje. Por detrás, Vingegaard llamó a la calma.

Aún más lejos, discurrió otro pelotón. Los estragos de la fatiga, la velocidad y la proximidad de París convirtieron la ruta hacia Poligny en una carrera por la supervivencia. Una huida hacia delante.

Campenaerts y Clarke solo miraban al futuro, aunque las nubes negras de los perseguidores les pintaban el horizonte. A Clarke le abandonó el físico. Habló con Campenaerts y le deseó suerte. El australiano se agarró el bíceps femoral. Fuera de combate. Campenaerts contra el mundo. Un verso libre.

La fuga victoriosa

Asgreen, Mohoric y O’Connor se unieron y descontaron al belga, fulminado por el esfuerzo en la Côte d’Ivory. La carrera era una sucesión de descargas. Rayos y truenos. Una clásica. Frenesí y agitación bajo el sol tenue, como si la primavera nunca pereciera. El sentido lúdico del ciclismo.

De palo en palo. Juveniles en el Tour. La voracidad, la excitación y la alegría de los adolescentes. En la era de los viejóvenes, la etapa era un canto a vivir la vida sin miedo a equivocarse. Alegría de vivir entre la foresta y las carreteras secundarias, tan evocadoras.

Asgreen, Mohoric y O’Connor se conjuraron. A tope. Philipsen se desgañitaba por detrás y trataba de arengar a Pedersen, Laporte, Van der Poel, Zimmermann… las rectas eran una curva para los que perseguían, que no podían domar el vitalismo del trío. Se la jugaron entre ellos.

Un esprint formidable

O’Connor, el más lento, fue el primero en asomarse. Era su única posibilidad. El efecto sorpresa tuvo la duración del repunte de Asgreeen. Mohoric continuó la liturgia. Se pegó al danés. O’Connor no contaba. Se ataron Asgreen y Mohoric en un final agonístico, infartante. Los dos al límite. En paralelo. Codo con codo.

Eran iguales, dos gotas de agua, hasta que en Mohoric lanzó la bici. Golpe de riñón. La photo finish resolvió en favor del esloveno. "Es muy cruel. A veces piensas que no perteneces a este deporte, que te cuesta hasta seguir la rueda. Di todo lo que había en mí. Asgreen está súper fuerte. Sabía que tenía que hacerlo todo perfecto. ¡Por Gino y por el equipo!". dijo.

Lágrimas de alegría. Otro homenaje para Gino Mäder. La memoria del suizo la honran las flores de Pello Bilbao, Wout Poels y Matej Mohoric. Su legado. "Es hermoso vivir porque vivir es comenzar, siempre, a cada instante". Mohoric celebra la vida.