Abrasaba el Tour, la canícula en el tuétano del Macizo Central, una sartén al fuego, hirviendo el asfalto entre cotas que pican las piernas y rostros que se derriten como muñecos del museo de cera al sol. Corre el Tour, alocado, acelerado, con los maillots desabrochados, los cuerpos pidiendo agua. Se desparraman los botellines para apaciguar el calor intenso, dentro de los músculos. La bolsas de hielo se posan sobre las nucas. Agua bendita.

Las banderas, los aplausos y los gritos animan desde las cunetas que se llenan en sábado y festejan el paso de Turgis, Declercq y Delaplace. La fuga recobró el sentido después del simulacro de la víspera. Sobre las brasas de 200 kilómetros a mil por hora y la sensación estresante que provocan los finales desbocados, se impuso el imperial Mads Pedersen en un esprint agónico en Limoges.

Fue una oda brutalismo en una llegada con el mentón elevado, exigente al máximo. El excampeón del mundo, Mads Max, soportó la sacudida de Jasper Philipsen, que contó su primera derrota al esprint, y la irrupción de Van Aert. Cavendish, que discutió por la victoria en Burdeos no pudo estar allí. Cuando faltaban 60 kilómetros para el final, Cavendish encontró el suyo tras una caída. Fractura de clavícula derecha.

Caída de Landa

Mikel Landa no iba a esprintar, pero tuvo que desgañitarse para amortiguar la pérdida de tiempo en Limoges. El escalador de Murgia tocó el suelo con la carrera disparada y concedió 47 segundos. Al finalizar la etapa pasó examen médico. Sin problemas. Esa misma pérdida señaló a Simon Yates, caído con Landa. No es el Tour del alavés. Apurado en los Pirineos y raspado en el Macizo Central. Ambos se recompusieron para acelerar su respuesta en un final loco, febril, acalorado. Un punto demencial.

Mikel Landa trata de mete la cadena tras la caída. Sprint Cycling Agency

Solo Pogacar, capaz de codearse en el esprint para juguetear, parece esquivar la ansiedad con ese deje lúdico y festivo que le acompaña. En la salida le dejaron un balón de baloncesto y a una distancia considerable encestó el esloveno, que tiene muñeca a pesar de los tornillos que aún se la sujetan. Tadej Doncic le apodan.

La buena estrella del esloveno es el mal fario de Cavendish. Gloria y miseria comparten colchón en el Tour, que no respeta a nadie. Todo lo fagocita. El velocista de la Isla de Man se cayó en un momento de calma. Nunca se sabe dónde espera el destino con sus leyes indescifrables. Con su arbitrariedad y su mal de ojo.

Cavendish, fuera del Tour

Dolorido, en el suelo, comprendió de inmediato que aquel era su último fotograma en el Tour. Clavícula rota. Tuvo que abandonar con el brazo de derecho en cabestrillo y los ojos vidriosos, húmedos de la pena. La mirada perdida. La despedida triste. Pello Bilbao se vio envuelto en el mismo accidente. Afortunadamente, continuó en carrera con un mal recuerdo. Nada más. Cavendish soñó con batir el récord de triunfos de etapa que comparte con Merckx. Ambos tienen 34.

Se apagó la ilusión en un día de calor. En silencio. En soledad. Una ambulancia le sacó del Tour de sus amores. Sirenas de despedida. Réquiem. Cavendish tocó el hombro de Merckx a los 36 años. Una anomalía. Ahora tiene 38. Después de abrazarse cuando empataron, la ilusión de Cavendish era comerse a El Caníbal.

Cavendish tuvo que abandonar el Tour por fractura de clavícula. Sprint Cycling Agency

En un carretera de fuego se quemó la vela de la fe del inglés. Cavendish –el renacido, el esprinter que fue escapista cuando perdió velocidad, después rescatado por Lefevere, que le hizo quemar queroseno en 2021 cuando se emparentó con Merckx centrifugando los pedales como en los días de gloria, con su esprint rotundo y demoledor, camino del ocaso en el Astana–se fue del Tour.

A un dedo de la jubilación, el empate perdurará para siempre. Héroe trágico Cavendish. El expreso de la Isla de Man vivió en un flashback en su regreso a la guarida de la manada de Lobos de Lefevere. Fue cuando se asomó a la barandilla para compartir con Merckx las vistas del Tour. En el Tour de 2021, Cavendish se convirtió en un adolescente siendo casi un exciclista.

Le volvió la exuberancia de repente. De un respingo era el de siempre. Un llegador solemne. Una cosechadora de victorias. Su velocida marchita brotó como una explosión de primavera. Un Benjamin Button apresurado y febril. Aún le perdura la explosividad, que es lo primero que se pierde con el paso del calendario. Cavendish se hizo refractario a la corrosión de la vejez. Intactas las fibras rápidas. Durante un tiempo se asemejó a un exciclista.

Él, que siempre rugía en los esprints, fue tan anónimo durante 2020, enrolado en el Bahrain, que se alistaba a las fugas para que le vieran en la tele. Coqueteó Cavendish, en plena decadencia, con dejar el ciclismo hasta que Lefevere le rescató de la intrascendencia. En 2021 sumó cuatro etapas en el Tour de Francia. Un milagro en bici. Revivido amenazó el reinado de Merckx.

Mads Pedersen celebra la victoria en Limoges. Efe

Colosal Pedersen

En Burdeos sólo Philipsen pudo con él. Un día más tarde se hizo añicos en una caída en una recta. Allí se torció para siempre el Tour a Cavendish, con la clavícula derecha fracturada, y el corazón roto. Un final cruel para un velocista extraordinario, de época, uno de los más grandes. Centauro del desierto. Colosal fue la actuación de Pedersen en Limoges tras un duelo formidable con Philipsen.

Ambos se arrastraron a los límites, a los profundidades del ser humano. Como tantas veces hizo Cavendish, Pedersen, descomunal, imperial, llegó un poco más lejos con un esprint larguísimo. Eso le dio una victoria atronadora. Pedersen honra al caído Cavendish.