Hace un par de semanas se inició un revuelo mediático a cuenta de tres personajes inmersos en un revoltijo de declaraciones, grabaciones y filtraciones de un policía, un periodista y un político que ha dejado maltrechos a los tres ángulos de un triángulo, cierto que a algunos más que otros: un comisario deslenguado y faltón que ha levantado la liebre del manejo del periodista empachado por las finanzas organizadas del partido de izquierdas. Sabido es que la democracia exige limpieza en el uso de los dineros para sobrellevar el día a día de sueldos, salarios y gastos varios. Y que el origen de los doblones debe responder a aguas claras y cristalinas, y no a dudosos orígenes, como el periodista insinúo sobre el origen de la pasta venezolana, y garganta profunda destapó que la fuente le había contado una película con escasos visos de verosimilitud. Vamos, que Antonio se echó a la piscina y no había agua, sino piedra berroqueña y pasó lo que paso, que su reputación se esfumó. Y así se trenzó una película mala con un policía que chantajea, un periodista que no contrasta las fuentes, y una promesa de la política que termina estrellándose. Tres pescadores atrapados en las cloacas de la modernidad. Ferreras no contrastó la fuente de la supuesta noticia; el comisario corrupto puso en marcha el ventilador/grabadora y a la promesa de la izquierda le cayó monumental chapapote, imposible de limpiar. El periodismo actual defiende un puñado de principios, que deben respetarse y practicar cada día, como contrastar contenidos, confirmar datos, legitimar fuentes, determinar hechos, procesos y personas. Todo lo demás es cloaca moderna de un proceso corrupto. Es la complejidad mediática de unos poderes que buscan control y dominio sobre la sociedad y que en ocasiones fracturan la convivencia con la amenaza de la corrupción. Podredumbre y delincuencia en la cúpula del sistema. l