tras triunfar en los festivales de Málaga -Bizanga de Oro mejor película y el Premio Feroz de la crítica- y la Berlinale -Gran Premio Jurado Generation KPlus y mejor ópera prima-, Verano 1993, el debut cinematográfico de Carla Simón, aterriza por fin en los cines estatales. Se trata de un proyecto muy especial para la cineasta catalana ya que, además de ser su ópera prima, el guion está basado en hechos autobiográficos. Tenía solo 6 años cuando falleció su madre, tres años después de haber enterrado ya a su padre. Por entonces, Simón no sabía que el sida era la enfermedad que se había llevado a sus progenitores, y que hizo ser adoptada por sus tíos, iniciando una nueva vida lejos de su Barcelona natal, instalándose en una casa en el campo. Este es el detonante de la historia de Verano 1993, construida abrazando las dificultades y sentimientos a los que se enfrentó la cineasta, para dar forma a un largometraje sincero y directo. La pequeña Laia Artigas es la encargada de protagonizar y conducir el largometraje, portando con destreza el peso de la narración, pese a tratarse de su debut en el cine. Carla Simón se rinde ante la actuación de la pequeña y desvela que a la hora de rodar, optaron por tomárselo prácticamente como un juego.

Laia Artigas comparte gran pantalla y protagonismo con Paula Robles, quien encarna a la prima menor de Frida. Porque Carla Simón no solo tuvo que adaptarse a una nueva vida rural y a unos nuevos padres, aquel cambio también implicó el crecer junto a una hermana. La relación entre las dos niñas se convierte en el eje de la película de gran parte del metraje, desencadenando desde celos y envidia, hasta afecto y diversión a partes iguales.

“Fue un verano que definió mi infancia y me obligó a crecer más rápido que a cualquier otra niña de mi edad, influenciando sin duda a al persona que soy en día”, reflexiona Carla Simón. Para dar forma a la historia, la cineasta buceó en sus recuerdos y encontró sensaciones y sentimientos enfrentados acerca de aquellos días, algo que le sirvió como punto de partida. El siguiente paso fue recurrir a sus familiares, y a través de conversaciones y fotografías fue perfilando el relato, que más tarde estructuró y dio forma de guion.

La directora catalana defiende que en ningún momento ha realizado la película en busca de una catarsis personal, sino que ha intentado retratar cómo se enfrentan los niños a la muerte. Simón opina que “los niños son muy inteligentes para entender que la muerte es irreversible y universal, pero luego no tienen las herramientas para gestionar sus emociones”. De hecho, según asegura, uno de sus recuerdos de aquellos días que le cambiaron la vida es que se sentía muy culpable por no llorar cuando murió su madre.

Por ello, el filme siempre mantiene el punto de vista de Frida y el espectador arma el puzle de acontecimientos desde esta perspectiva infantil, sin nunca obtener más información que la niña. Incluso la cámara fija su mirada en la pequeña protagonista, mediante una realización que casi roza el cine documental, siguiendo de cerca a cada personaje, como si incluso se tratase de una película casera robada.