HACE poco más de un siglo, las mujeres eran consideradas intelectualmente inferiores e incapaces de pensar por sí mismas. Como consecuencia, no tenían los mismos derechos civiles que los hombres ni se ocupaban de asuntos políticos.
La guionista Abi Morgan, la directora Sarah Gavron y un reparto eminentemente femenino recuerdan en Sufragistas el papel que jugaron un grupo de mujeres británicas a comienzos del siglo XX para que esa situación cambiara y se reconociera el derecho al voto femenino.
En su versión original, la película lleva por título Sufraggette, el nombre con se conocía a las militantes de la Unión Social y Política de las Mujeres, una organización sufragista fundada en 1903 por Emmeline Pankhurst basada en la acción directa (manifestaciones, huelgas de hambre, protestas?) que rompió con la prudencia y moderación en el movimiento sufragista británico. Su activismo, apoyado en el lema “Deeds, not words” (“Hechos, no palabras”), fue contestado con encarcelamientos y crecieron tanto la represión como las reacciones políticas a esta represión.
La película cuenta la historia de estas luchadoras inglesas en los albores de la Primera Guerra Mundial. La mayoría de ellas no venían de clases altas, sino que eran mujeres trabajadoras que veían cómo sus protestas pacíficas no servían para nada. Radicalizadas y volviendo su lucha cada vez más violenta, estaban dispuestas a perderlo todo en su búsqueda incasable de la igualdad: sus trabajos, sus casas, sus hijos y sus vidas.
La mujer que más pierde en Sufragistas es Emily Wilding Davison (Natalie Press), un personaje basado en una militante real que murió en 1913 tras ser arrollada por un caballo en el Derby de Epsom, al que había acudido a reclamar el voto femenino. Pero la verdadera protagonista del filme es Maud Watts (Carey Mulligan) una joven cuya historia es reflejo de muchas otras.
Maud es una humilde chica que en 1912 trabaja en penosas condiciones en la misma lavandería en la que lo hace su marido Sonny (Ben Whishaw) y en la que trabajó su difunta madre. El lugar es un infierno de maquinaria pesada, productos químicos en ebullición, con abusos y represión frecuentes y, en el caso de las mujeres, acoso por parte del jefe. La fábrica es, además, un hervidero de activismo sufragista que apoya la campaña de desobediencia civil lanzada por la Unión Social y Política de las Mujeres (WSPU). Maud, una esposa modelo y empleada ejemplar, se resiste inicialmente a unirse al movimiento, hasta que una decisión del Primer Ministro en contra de la causa de las mujeres le lleva a despertar al activismo y a unirse a las sufraggettes. Sus acciones le conducen a la cárcel, a perder la comprensión de su marido, a ser considerada una paria social y a que le nieguen el acceso a lo que más quiere, su hijo George (Adam Michael Dodd). Entre sus compañeras de lucha se encuentra Edith Ellyn, una farmacéutica reconvertida en experta en explosivos, interpretada por Helena Bonham Carter, toda una experta en papeles de época. Curiosamente, la actriz es bisnieta del Primer Ministro británico Herbert Henry Asquith, quien se opuso ferozmente al sufragio femenino y quien introdujo la práctica de la alimentación forzosa para las sufragistas en huelga de hambre.
En el filme también aparece brevemente Meryl Streep, dando vida a la líder del movimiento sufragista Emmeline Pankhurst, y en el equipo técnico encontramos al catalán Eduard Grau al cargo de la fotografía.