Kolia (Aleksei Serebriakov) reside en un recóndito paraje a orillas del mar de Barents (Rusia), en una pequeña población que vive fundamentalmente de la pesca, aunque él regenta un pequeño taller de reparación de automóviles. Junto a su segunda mujer y a un hijo de su primer matrimonio, vive en una casa situada en un bellísimo promontorio con espléndidas vistas a la costa. He aquí el motivo de todos sus problemas, contados en 140 minutos de película densa en contenido pero fluida en su narración. Porque, esto nos sonará a todos, el alcalde del pueblo se empeña en desalojarlos de su casa ya que tiene otros planes más interesantes para tan privilegiado lugar.

Y si hay algo que contar es porque Kolia no se amedrenta y decide plantar cara al alcalde. Se rebela, sí, pero sin saber cómo él, un hombre solo, va a hacer frente a la poderosa maquinaria del Estado. Lo único que se le ocurre es llamar a un viejo amigo de juventud, un peleón abogado de Moscú que no duda en adherirse a su causa.

Tragedia, poesía y algo de humor Tal y como ha comentado el director ruso, esta historia plantea el dilema ante el que todo hombre se enfrenta en un momento de su vida, en Rusia y en cualquier lugar: claudicar ante el poder del Estado que lo quiere todo, incluida la voluntad de sus ciudadanos, o desenvainar el sentido de la justicia que más o menos agazapado, según los casos, guardamos en nuestro interior. Al fin, elegir entre la seguridad que promete papá Estado y la libertad. Kolia elige el segundo camino, el más difícil, el más arriesgado, el camino justo. Y en palabras del propio director, “no todo debe estar perdido en el mundo cuando todavía es posible plantear al espectador una historia como ésta, con un héroe trágico que no duda sobre el camino que debe tomar”.

Leviatán es una película perturbadora que interpela al espectador enfrentándolo a su propia conciencia, pero también estremecedora por la belleza natural que irradia, un gozo para los sentidos y, por momentos se torna en una película humorística, un humor a veces negro y en ocasiones la mejor baza para remarcar el patetismo de algunos personajes. Esta vis cómica es una novedad en la trayectoria de este director, etiquetado como autor de cine serio y maduro, siempre muy centrado en el drama personal de sus personajes. La película aporta una visión más sociológica, planteando, por un lado, el enfrentamiento del individuo a los poderes establecidos (político, policial y religioso) y, por otro, el inevitable contagio de los vicios del poder entre la sociedad civil, que acaba adoptando comportamientos nocivos haciendo suyos los desmanes de los que han sido víctimas.

una trayectoria brillante La primera película de Andrey Zvyagintsev, El regreso (2003), fue un gran éxito y ganó, entre otros, el León de Oro y el Premio Luigi de Laurentiis a la mejor ópera prima en el Festival Internacional de Cine de Venecia, el Premio Fassbinder a la mejor película revelación del Cine Europeo y el Premio Especial del Jurado en el Festival de Gijón.

Su segunda película, Izgnanie (El destierro, 2007), participó en el Festival Internacional de Cine de Cannes, donde el protagonista, Konstantin Lavronenko, obtuvo el premio al mejor actor.

En 2011, presentó el filme Elena en la Sección Una Cierta Mirada, del Festival de Cannes, donde ganó el premio especial del jurado. En abril de 2012, fue galardonado con un Nika, el equivalente al Goya en Rusia, al mejor director. Con Leviatán se alzó, junto a Oleg Neguin, con el Premio del Festival de Cannes al mejor guion en la edición de 2014.