CADA película del maestro japonés Hayao Miyazaki, autor de El viaje de Chiiro o Ponyo en el acantilado, desbordantes en mitos, leyendas o poesía es un acontecimiento cinematográfico. El título de la presente película de animación proviene de un poema de Paul Valéry (El viento se levanta. Debemos tratar de vivir) que trata los sueños inocentes de un joven que quiere ser ingeniero aeronáutico. La sinopsis no parece excesivamente estimulante, pero en manos de Miyazaki el relato acuña la magia de los pequeños detalles, que sobrevuelan con imaginación, rigor formal, sentimentalismo, sensibilidad y tristeza crepuscular sobre una nación sumida en la pobreza y en el empobrecimiento moral. Hablamos de un país que confía en la capacidad de la industria aérea para devolver el patriotismo a sus conciudadanos. Un país que es capaz de crear formas universales de creación. La dedicación que muestran los ingenieros de la película es la misma de los animadores, concentrados en dar realismo y magia al dibujo animado. A las miradas inocentes y soñadoras. Al reto de pintar el viento.