Las mujeres con problemas de salud mental son un colectivo “muy vulnerable”, con riesgo al rechazo, aislamiento y exclusión social, tienen baja autoestima y se ven relegadas a las tareas de cuidado de otros familiares y del hogar, de hecho, sus oportunidades laborales están sesgadas hacia empleos tradicionalmente vinculados al rol femenino, con puestos de escaso nivel de cualificación.

Son algunas de las conclusiones de un estudio presentado recientemente sobre la calidad de vida de las mujeres con problemas de salud mental y su acceso al empleo que ha llevado a cabo la asociación Ascasam entre 2020 y 2021 con financiación de la Fundación ONCE.

El trabajo detecta un ocultamiento e invisibilización del problema, la sobreprotección de las familias y cómo estas mujeres se ven relegadas a las tareas de cuidado de otros familiares y del hogar.

También recoge el mayor riesgo que estas mujeres tienen de establecer relaciones de dependencia, porque sufren un “alto déficit” de habilidades personales y sociales, así como su baja autoestima y bajo empoderamiento, que les dificulta el poder reconocer e identificar situaciones de violencia.

Se habla de una triple discriminación: de género; por su enfermedad, que sigue cargada de estereotipos y prejuicios; y por la discapacidad que provoca en la mayor parte de las que la padecen.

Resulta fundamental dar mayor visibilidad y participación a un colectivo que sigue sufriendo problemas de ocultación, de rechazo y de estereotipos sociales.

REALIDAD DE LA SITUACIÓN

Los diagnósticos de depresión y ansiedad en mujeres duplican las cifras de los hombres, los intentos de suicidio son, aproximadamente, 3 veces más frecuentes y de cada 10 personas que consumen antidepresivos o ansiolíticos, más de 8 son mujeres.

Son algunas de las conclusiones de la guía La salud mental de las mujeres, mitos y realidades.

El citado documento recoge que las mujeres duplican los diagnósticos de ansiedad y depresión, además de cuadruplicar el consumo de antidepresivos y ansiolíticos, en comparación con los hombres.

La principal explicación de esta diferencia es biológica y, por ello, se necesita que se aborde farmacológicamente pensando en el malestar femenino.

Un tercer mensaje que cita el documento en que se deben reducir los factores sociales y culturales que suponen también un aumento importante de los casos.

A ello añaden que a nivel social, las mujeres están más expuestas a condiciones que perjudican el bienestar emocional como las situaciones de paro, trabajos a tiempo parcial, bajos salarios o pobreza. Y pese a que viven más años, lo hacen en peores circunstancias.

El patrón de medida a nivel social y cultural en general suele tender a lo masculino, lo que produce un profundo sufrimiento emocional porque no tiene en cuenta las necesidades femeninas.

A ello, añade la guía, la carga familiar la suele llevar la mujer, y el desarrollo personal y profesional queda relegado a un segundo plano, imponiéndose así la posición de inferioridad.

Son también las mujeres quienes sufren con más frecuencia estigmatización, rechazo y aislamiento, que, a su vez, provocan problemas de salud mental.

La única solución que se ofrece, en múltiples casos, es la medicación, lo que no soluciona el problema.