UNO de los dólmenes más conocidos que tenemos en nuestra geografía se localiza en la Rioja Alavesa, denominado La Chabola de la Hechicera. El megalito pasa por ser uno de los más espectaculares de la arqueología vasca y, además, atesora las viejas leyendas de su mitología.
Aprovechando la visita, podemos ampliar el paseo, conociendo otra joya prehistórica que se sitúa en los alrededores del propio dolmen: la Cueva de los Husos.
Comenzamos nuestro caminar en la localidad alavesa de Bilar, donde aparcamos, para buscar la calle Herrerías, que desde la plaza desciende en dirección al río. La calle termina justo cuando una senda se introduce entre huertas. Llegamos a un puente por el que cruzamos la regata de La Uneba, girando hacia nuestra izquierda para subir una pendiente que nos lleva a una pista forestal.
Una vez en el asfalto, avanzamos unos metros hacia nuestra derecha, hasta encontrar un puentecillo de madera en el arcén de la carretera; un sendero nace a la izquierda, por el que seguimos para llegar al dolmen en unos 500 metros.
El megalito es realmente espectacular; lo primero que llama la atención son sus enormes dimensiones. Se trata de un tipo de dolmen de corredor, denominación dada por el hecho de tener una especie de pasillo que da acceso a la cámara funeraria. En el caso de La Chabola de la Hechicera, el corredor está formado por 5 losas con una piedra colocada transversalmente y con una orientación sur-sureste.
Da acceso a la cámara mortuoria, formada por 9 losas verticales y la enorme piedra que hace las funciones de cubierta. El conjunto de levanta sobre un túmulo de piedra de 32 metros de diámetro. En el monumento se han hallado interesantes restos tanto humanos como materiales: desde un hacha pulimentada, cerámicas, hasta restos de 39 individuos con sus pertenencias. La datación llevó a la conclusión de que se usó desde el Calcolítico hasta la romanización.
De brujas y hombres lobo
Un monumento de esta importancia no pasó desapercibido para nuestros antepasados, que lo unieron con personajes míticos, como las brujas, pero también con la principal deidad de nuestro olimpo particular, Mari.
Según estudios realizados, era costumbre arrojar al dolmen cantos rodados en el plenilunio, práctica que estaría unida al culto a la diosa, personificación de la Madre Tierra, a decir de Barandiaran. Una leyenda nos cuenta que las losas del dolmen no son realmente piedras:
“Se cuenta que este dolmen es la morada de una bruja, que en las mañanas del día de San Juan, aparece entonado canciones, pero nadie la ve. Las losas del dolmen no son lo que parecen; son gentes de Bilar, que miraron hacia el lugar donde provenía la canción de la hechicera convirtiéndose en piedra.”
Posiblemente estemos ante una cristianización de la tradición de la que hemos hablado, vinculando el dolmen con un elemento negativo como son las brujas. Las sorginas son personajes que se integran en el ciclo mítico de genios maléficos. Una legión de personajes que campan a sus anchas por la noche y de los que nos protegemos buscando el calor del fuego protector del hogar, haciendo caso al mantra que dice “El día para los del día y la noche para los de la noche.”
Muchos de estos seres son diablos o demonios, como sucede con Etsai, Tusuri o Deabru; otros, genios como Aide, que entorpece las acciones humanas, Aidegaxto, que trae el pedrisco, o nuestro particular hombre-lobo como es Guizotso.
Las brujas merecen una mención aparte. Personajes que son fruto de un momento histórico en que la Inquisición dejó su terrible impronta en nuestra historia. Juzgó y quemó a mujeres y hombres que tan solo eran conocedores de viejos cultos, de la sabiduría natural, con falsas y alocadas acusaciones de connivencia con el diablo. No eran sino gentes que habían heredado los saberes que les legaron sus mayores; curanderos que utilizaban hierbas para ayudar a los otros.
En el trasfondo de todo ello, probablemente se escondan otros motivos, como el intentar eliminar resquicios de una vieja cultura y tradición,y, de paso, poner a la mujer como alguien dañino, quizás para eliminar la importancia que tuvo en las viejas culturas.
Seguimos, ahora, por la pista de acceso al dolmen para tráfico rodado, en dirección N., hasta topar con un cruce donde giramos hacia la derecha. Llegamos a otra encrucijada donde un cartel indica a los coches la dirección del dolmen y avanzamos hacia nuestra izquierda.
La pista continúa en marcada dirección N., hasta un cruce en el que confluyen tres pistas; aquí, tomamos la de la mitad, obviando una pista a la izquierda y un sendero a la derecha. Seguimos caminando entre viñedos y campos cerealísticos hacía el N., sin hacer caso a las pistas que salen a derecha e izquierda, hasta llegar a un cruce donde se presentan 4 opciones. Tomamos el segundo camino que sale a nuestra izquierda y, tras pasar junto a una cantera abandonada, llegamos a una explanada donde termina la pista.
En este punto debemos buscar un sendero que se introduce entre los bojes y las carrascas, hacia la derecha. Caminamos bajo un fabuloso techo de estos arbustos unos minutos hasta salir a la base de un espolón rocoso. Muy cerquita queda ya la cueva de los Husos, un lugar de referencia en la prehistoria de nuestra tierra donde han aparecido restos de cultivos de cereal, entre otros hallazgos, y que fue habitado desde hace 6.000 años.
Regresamos hacia la explanada anteriormente citada, y retornamos sobre nuestros pasos por el camino de subida hasta llegar al primero de los cruces en el que hemos optado con tres pistas. Tomamos la que sale a nuestra izquierda para llegar a otro cruce, en el que seguimos la pista de la derecha, que nos lleva sin perdida hasta la localidad de Bilar, punto de partida de la ruta.
Ficha práctica
ACCESO: Para llegar hasta la localidad de Bilar,utilizaremos la carretera A-3228, que une las localidades de Laguardia y Kripan
DISTANCIA: 12 kilómetros
DESNIVEL: 300 metros
DIFICULTAD: Fácil