NO viviré lo suficiente para agradecer lo bien que me están tratando en Euskadi”. Eternamente agradecido. De las montañas de Pakistán a las faldas de Gorbea, Akhond Ishaq, de 35 años, está haciendo realidad un sueño que parecía inalcanzable. En verano abrió el local del batzoki de Igorre; lo ha adornado con fotos y recuerdos de sus expediciones junto a su amigo el montañero, Alex Txikon. Organiza comidas, cenas y todos los viernes prepara un pintxo-pote en el que no faltan esas pequeñas esencias de su Pakistán del alma. Con verduritas, con pollo, con tomatitos... Pintxos a los que les añade un pequeño toque de curri. “Muy poquito porque aquí a la gente no le gusta mucho el picante. Apenas se nota. Mi idea es alternarlo y mezclarlo con pintxos de aquí, que son exquisitos”, apuntó el cocinero.
El pasado viernes un grupo de personas arroparon a Ishaq en esta aventura, menos arriesgada que la montaña, pero igual de intensa e ilusionante. “Se lo merece. Es muy trabajador. Estamos muy contentos con el trato”, destacó el vecino de Igorre Kepa Etxebarria. Para las también igorreztarras, Leire Aurrekoetxea y Maitane Ipiñazar es una gran suerte poder tener en el batzoki a una persona como Ishaq, un cocinero de vocación que le ha dado un giro al local y que disfruta con lo que hace. “La gente está muy contenta y estamos aquí para apoyarle”, aseguraron.
No hace falta más que acercarse cualquier viernes para poder comprobarlo. “Oso pozik nago. Jendea oso jatorra da eta giro aparta dago”, lanzó Ishaq en un euskera casi perfecto. Porque si algo tiene claro este pakistaní es que ha venido a Euskadi para integrarse y ser uno más. “Cuando llegué no tenía ni idea ni de castellano ni de euskera. Lo primero que hice fue apuntarme al euskaltegi”, recordó.
Akhond Ishaq nació en el Valle de Hushe, en Baltistán. Durante doce años trabajó de porteador y ayudante de cocina en cumbres tan altas como la del Everest. Fue en 2012, en la expedición invernal al Gasherbrum I, en la que conoció al lemoarra Txikon. Asegura que fue una de sus experiencias más duras -perdieron a tres compañeros-, pero también fue clave en su futuro. “Gracias a Txikon y a su familia he salido adelante”, afirmó. En su trayectoria le ha tocado sobrevivir bajo temperaturas gélidas y ha conocido la dureza que esconden las expediciones a las montañas más altas del mundo. Ahora, recibe con un efusivo “arratzalde on” a sus clientes tras la barra del batzoki de Igorre y se pierde entres los fogones para elaborar un bacalao a la vizcaina o unas carrilleras para chuparse los dedos. “Soy un afortunado”, repite. Ha tenido buenos maestros en la cocina del restaurante Jauregibarria, de Zornotza, donde vio por primera vez un pescado. “La gastronomía vasca es una maravilla. Tiene una gran materia prima”, concluyó.