Volar en un misil sin despegarse del suelo
Los aficionados a los drones de carreras son adictos a la adrenalina. Desde tierra, inmersos en sus gafas envolventes, manejan auténticos bólidos en miniatura
O te compras un avión, o es una experiencia inigualable”. Así de contundente se muestra Iago Reimundez cuando explica lo que se siente manejando un dron de carreras. Es miembro de la asociación Euskadi Drone Racing que aglutina a más de cincuenta apasionados por unas pequeñas máquinas capaces de volar a más de 100 kilómetros por hora.
Un compañero suyo, Alberto Rivera, reconoce que “la sensación de inmersión te da una descarga de adrenalina brutal”. Esa inmersión llega gracias a unas gafas que se colocan para pilotar que les hacen tener una visión en primera persona, como si fuesen montados en el dron. “Se parece más a un videojuego que a un coche teledirigido”, explica, “pero es un videojuego real en el que estás pilotando tú y tienes un aparato volando en el aire”. Xabier Udaondo, presidente de la asociación, lo confirma: “Sí, pero cuando oyes el ruido del golpe, no es como en un videojuego, que le das al start y empiezas otra vez”.
Estos drones de carreras nada tienen que ver con los que se utilizan para grabar vídeos o sacar fotos aéreas. Son aparatos diminutos, de menos de medio kilo de peso, que se elevan, como máximo, entre cinco y diez metros de altura para regatear los obstáculos de un circuito colocado a ras de suelo. “Y luego está la categoría free”, explica Iago, “que es lo mismo, pero en sitios espectaculares: canteras, cascadas, paredes... Son experiencias brutales, porque la sensación es que vas montado. Cuando despegas, casi te olvidas de que has dejado ahí un cuerpo”.
¿Se trata de una afición cara? Según estos expertos, no tiene por qué. “Para empezar creo que con una inversión de 200 euros ya vale”, asegura Xabier, “está claro que cuanto más vuelas, mejores componentes quieres”. Aconsejan a los novatos que no tengan miedo a preguntar en la asociación antes de empezar a lo loco. “Merece la pena invertir dinero en un buen material de tierra, emisora y gafas, que ese no se rompe”, sugiere Iago.
A estos tres amigos los drones de carreras les han cautivado por la experiencia envolvente que ofrecen, pero también hay un componente de competitividad. Al final, no dejan de ser carreras. “Empiezas a volar para disfrutar, pero después quieres ganar décimas y quieres tener menos peso, mejores motores, mejores palas?”, explica Alberto. Y todo eso, claro, se traduce en más inversión. Otro problema al que deben hacer frente es que no pueden volar sus drones en cualquier sitio. “El CTR es la zona de influencia del aeropuerto y tenemos que salir de él trasladándonos a Dima, Balmaseda?”, relata el presidente de la asociación, “intentamos que el dron pese menos de 250 gramos para poder volar en cualquier sitio. Es muy complicado, porque para conseguir esos pesos tienes que gastarte mucho dinero”.
Así que Euskadi Drone Racing demanda al Ayuntamiento de Bilbao que les ayude a conseguir un espacio cerrado y amplio en el que puedan practicar con sus drones: “Entrenar en invierno es complicado al aire libre y disponer de un polideportivo o pabellón industrial nos serviría para sumar muchas horas de entrenamiento y mejorar nuestro nivel de cara a las competiciones”. De hecho, aseguran que en Euskadi ya hay pilotos que acostumbran a aparecer en los puestos punteros de las carreras, algo que esperan que ayude a que nuevos patrocinadores se animen a apoyarles.
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