¿Por qué hacemos tantas animaladas?
Están al rescate de esos animales que se exponen en nombre del arte, de esos que viven el infierno de los circos y de los que en las granjas son de todo menos ‘Babe, el cerdito valiente’
ACUDIMOS al mundo animal para insultar, decir burradas y hacer animaladas. Más conscientes que nadie de las agresiones, y no solo de lenguaje, que sufren los animales, algunas personas alzaron la voz para condenar a un tótem, el Museo Guggenheim. Borja Martínez, 26 años de veganismo consciente; Ane Ligero, cinco años de activismo animalista consecuente, y Sandra Santibáñez, con seis de militancia estricta, protestan. “Los animales no están aquí para nuestro beneficio ni para nuestro capricho y lo que hizo el Guggenheim fue dar legitimidad al abuso animal en nombre del arte. Pero la gente es consciente de que no es algo ético y dice basta porque ya las personas no aceptan fácilmente que se abuse de los animales y la sociedad es cada vez menos permisiva”, precisa Ligero.
Derriban muchos mitos. En las granjas no hay animales felices, los circos con leones y elefantes no son una metáfora del divertimento y en los mataderos no se proporciona ninguna muerte dulce. Por eso, defienden sus derechos y ni siquiera tienen mascotas. “Porque a una mascota se la domina y sin embargo es solo un ser al que se debe cuidar”, dice Sandra Santibáñez que también se pronuncia en contra de la compra y venta de animales en tiendas, aunque “no de acoger a los que estén en la calle”.
Sabedores de que convertimos demasiadas veces la vida animal en un infierno, en la campaña Sufren han usado imágenes de un activista que se infiltra en las crueles instalaciones de los mataderos. “Está en nuestras manos evitar lo que les ocurre”. “Queremos ayudar a la gente a decidir cómo quieren que sea su relación con los animales”, proclaman. “Se monta revuelo cuando se ven en un vídeo las barbaridades que se cometen en El Pozo. Pero somos nosotros los que elegimos hacerlos sufrir, matarlos o meterlos en jaulas”. Sin embargo, se alejan de los extremismos. “Es verdad que hay animalistas que dicen disparates de los toreros, de los cazadores, como en todos los grupos de personas, pero esta gente no beneficia al colectivo. Somos pacifistas y no queremos atacar a nadie“, espeta Santibáñez. “Como organización nunca hemos ido delante de una plaza de toros a insultar”, matiza Martínez. A ellos les duele siempre el maltrato animal y les atenaza la impotencia, sin embargo, es una sensibilidad social que solo aflora ante acciones brutales como cuando meten agujas en la carne o dejan veneno en los parques para matar a perros. “El maltrato es una consecuencia de la discriminación que sufren por no pertenecer a nuestra especie”, matiza Martínez.
“Hay que conocer la información que nos esconden”, dice Ligero. “Ser conscientes de que muchos animales no tienen unas buenas condiciones de vida y que sufren una muerte horrible aunque nos empeñemos en mirar para otro lado”, sostiene Santibáñez. Los ejemplos son de todo menos agradables. Martínez habla de cómo parasitamos a las vacas y las deformamos con unas ubres enormes. “Y creamos una raza de esclavos para proveernos de una leche que no necesitamos”.
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