Aunque conoce sobradamente las experiencias vascas en materia de gobernanza colaborativa y participación ciudadana, su primera visita a Euskal Herria ha sido esta semana, de la mano de Arantzazulab, organizadora de las jornadas de Innovación y Democracia que se han celebrado en Bilbao y en la propia Arantzazu.

Su especialidad son los procesos participativos y la democracia deliberativa. Empecemos explicando este concepto.

—Yo siempre lo describo como una aspiración política, como un sueño. Trata sobre cómo podemos construir proyectos compartidos que sean inclusivos, reflexivos e informados a través de discusiones con datos. Yo percibo que estamos lejos del objetivo, y por eso es algo que tenemos que ir construyendo.

¿Quiénes están llamados a construir ese proyecto?

—Por un lado, hay personas del mundo académico que están desarrollando el proyecto, y también una serie de personas fuera de lo académico que lo están llevando a la práctica. Euskal Herria, a través de Arantzazulab, es uno de los puntos de referencia que está generando espacios en los que pueden llevarse a cabo discusiones informadas entre diversidad de ciudadanos. Discusiones que son muy diferentes a las que se dan en TikTok, Facebook, Instagram…, que están muy desestructuradas y poco informadas. En todo caso, es un proyecto político que se está desarrollando a nivel global. Hay activistas, estudiantes, diversidad de agentes que están elaborando estos procesos deliberativos en Brasil, India, Filipinas… en muchos y muy diferentes lugares de todo el mundo.

Es importante que esto no se quede solo en el ámbito académico o en un grupo de personas muy entusiastas, sino que llegue a la sociedad.

—Lo que más me gusta de este proyecto es que es una aspiración compartida por gente muy diversa. Los académicos lo que han hecho es darle un nombre, pero la práctica en sí lleva desarrollándose mucho tiempo en diferentes espacios, incluso sin que quienes lo hacen sepan que están ejerciendo la democracia deliberativa. En mi país, Filipinas, me decían unos jóvenes que llevaban mucho tiempo juntando a gente de diferentes ámbitos para intercambiar opiniones informadas, pero no sabían cómo llamarlo. Lo mismo me pasó con un grupo de jóvenes en Irak, que ya ponían en práctica la democracia deliberativa sin necesidad de saber que existía ese concepto. Así que no es solo un constructo académico.

¿Puede ponernos algún ejemplo más concreto de esas prácticas que ya están aplicando?

—En Europa son muy comunes las asambleas climáticas, que están ayudando a avanzar en ciertas políticas que pueden ser muy conflictivas y que muchas veces los políticos no tienen el coraje de poner en marcha. En estos procesos se elige a un número de ciudadanos de todo tipo elegidos por un sorteo. Estas personas, que son como tú, como yo, como cualquiera, reciben información, deliberan, y finalmente proponen recomendaciones a las administraciones o los políticos que han iniciado este proceso.

¿Y sale alguna aplicación práctica de estos debates?

—En estas dinámicas se está demostrando que los ciudadanos están preparados para avanzar y dar pasos en ciertas políticas en que se ha visto que a los políticos les cuesta mucho avanzar. En Francia, por ejemplo, en estas asambleas climáticas se recomendó eliminar los vuelos de corto alcance y el gobierno acabó haciéndolo. Es verdad que hubo otras recomendaciones de mayor innovación que no se han implementado, pero estos procesos generan espacios para que las personas normales como cada uno de nosotros puedan avanzar en políticas climáticas o de cualquier otro tipo.

Con todo, las decisiones finales las van a tener que tomar los políticos o, peor todavía, los poderes cada vez más grandes que están por encima de los gobiernos…

—Completamente de acuerdo. Por eso yo digo que la democracia deliberativa es un proyecto político que ya está probando que las personas no somos tontas. Si nos dan la información, somos capaces de tomar decisiones políticas inteligentes. Lo que necesitamos es tiempo e información. Ya lo hemos demostrado. Ahora estamos en una nueva fase en la que debemos conseguir que las recomendaciones se conecten con los espacios donde se toman las decisiones.

Dice que es necesaria la información de calidad, pero es evidente que la que tenemos ahora no lo es.

—Sí, este es el gran problema que tenemos hoy en día, que la información de calidad está detrás de un espacio de pago y no está abierta a la ciudadanía. Tenemos que pensar cómo reestructurar el acceso a la información. Hay que ver cómo están estructuradas las plataformas en las redes sociales y cómo distribuyen la información. Hasta el momento, quienes la controlan son grandes compañías a nivel internacional que tienen sus intereses. Hay que ver cómo solucionar este problema también con herramientas de la democracia deliberativa.

Ya, pero es la batalla de David contra Goliat. Nos enfrentamos a gigantes y lo hacemos, además, con sus propias herramientas. Ustedes dicen que vivimos en el tecnofeudalismo. ¿Cómo podemos rebelarnos los siervos?

—Ahí tenemos uno de los mayores retos. Y eso que algunas plataformas, como Meta, han puesto en marcha procesos deliberativos para hacerlas más democráticas. No están cubriendo las expectativas, así que tenemos que ser críticos, pero ver que hay un espacio de esperanza. Algunas cosas han cambiado, aunque es verdad que todavía nos queda mucho camino.

¿Está la ciudadanía dispuesta a participar, a implicarse activamente en la política?

—Llevamos quince años estudiando esto y hemos visto que sí, que la ciudadanía está lista, siempre que las condiciones estén ahí. Son condiciones como poder tomarse un tiempo libre, tener apoyo con los cuidados para poder implicarnos en los procesos o recibir una remuneración como se hace con los jurados. La gente está interesada y acepta las invitaciones a participar. Incluso personas de nivel socioeconómico bajo que ven que es una oportunidad de aprender. La pregunta, una vez que la ciudadanía está lista, es si los políticos están dispuestos a escuchar lo que la ciudadanía tiene que decirles.

Esa pregunta nos la llevamos haciendo mucho tiempo en Euskal Herria y, de momento, no nos permiten expresarnos. Voy al grano. ¿Es aplicable la democracia deliberativa al derecho a decidir?

—Por supuesto. Lo importante, para que no ocurra como en el Brexit, es que haya información de calidad antes de que la gente vote. Aquí, si en algún momento se plantea realizar un referéndum, puede ser una oportunidad para, a través de una asamblea ciudadana, generar espacios para compartir información y que se hable sobre retos de manera inteligente con la información necesaria, facilitando que se escuchen los unos a los otros.

¿Qué opina de la innovación en política en Euskal Herria?

—Desde fuera, el trabajo que se hace aquí llama mucho la atención. Creo que se está haciendo mucho esfuerzo en la colaboración con gobiernos locales y con la ciudadanía para preparar la cultura de la innovación en política. Valoramos mucho todos los casos en los que se está trabajando porque se ve una trayectoria de construcción muy consciente del proceso. Llaman la atención las experiencias de gobernanza colaborativa. Lo vemos como un referente en este campo.

Quizá es que a los vascos nos viene en el ADN desde la época en que nuestros antepasados celebraban las juntas para tomar decisiones…

—Y eso lo veo en mi país, en Filipinas, donde hay mucha influencia vasca, y hay mucha costumbre de juntarse en la plaza, hablar, escucharse, tener conversaciones. Tengo muy presente esa cultura.

¿Los actuales políticos nos sirven para innovar en democracia?

—Depende… Es muy difícil dedicarse a la política hoy en día porque vivimos en sociedades muy diversas y muy fragmentadas. Hoy es prácticamente imposible que un ciudadano esté de acuerdo con todos los puntos de un programa político. No les va a quedar más remedio que innovar. O involucran a la ciudadanía en las decisiones o se quedarán fuera del poder.