N 2018 firmó más puntos que escaños (26). Los 37 puntos acordados entre las direcciones de PP y Vox, con cariz claramente ultraconservador, para garantizarse la abstención de la ultraderecha y la presidencia de la Junta pese a obtener el peor resultado histórico de los conservadores. Así aterrizó Juan Manuel Moreno (Barcelona, 1-V-1970), por entonces un tal Moreno Bonilla, en el Palacio de San Telmo para romper el tabú de que Andalucía nunca sería gobernada por los señoritos de la derecha, papel que encarnó por largo tiempo Javier Arenas. Nadie daba un duro por él, ni su entonces flamante jefe, Pablo Casado, y menos en aquella campaña en la que llegó a pedir el voto a una vaca. Hoy, en parte por incomparecencia de la oposición socialista, y también por granjearse mediáticamente ese aura de moderado en las formas con el que pretenden entronizar igualmente a Alberto Núñez Feijóo, pocos le tosen. Se ha quitado hasta la muleta naranja de Juan Marín. Y la verde. El que era feudo por antonomasia del PSOE, el de Felipe y el de la losa de los ERE, ha virado mayoritariamente pensando más en la identidad nacional, la españolista, en las estrategias de Pedro Sánchez, que en los problemas de los andaluces. Que no son pocos.

“Llamadme Juanma”, dice ahora quien ni siquiera terminó los estudios -se apuntó a Psicología y Magisterio en la universidad- pero supo labrarse una carrera política meteórica. Devoto de la Semana Santa y apasionado de la música pop, Moreno se afilió al PP en 1989, con 19 años, y se convirtió en fan de las enganchadas entre Aznar y González. Casado con la granadina Manuela Villena y padre de tres hijos -de 8, 11 y 12 años-, nació junto al Camp Nou, adonde su familia se había trasladado por motivos laborales -de padre delineante industrial y taxista, y madre dependienta en unos grandes almacenes-; pero tras residir unos meses en Esplugas de Llobregat, sus padres regresaron para instalarse en Málaga y abrir una tienda de ultramarinos. Mediano de dos hermanas, Lola y Cristina, es pues hijo de la inmigración, legado que reivindica, como en alguna ocasión ha hecho también respecto de la figura de su abuelo paterno, jornalero y de ideología socialista. Siete años después les tocó el segundo premio en la lotería de Navidad.

el ‘pepito grillo’ de aznar

Admirador de Simple Minds, U2, Danza Invisible y La Guardia -y no de Fito, como sí Marín-, en su adolescencia su idilio con el micrófono no era para dar mítines sino como cantante y bajista de grupos que se hacían llamar Lapsus psíquico, Falsas realidades y Cuarto Protocolo. Tras dirigir las Nuevas Generaciones, pasó a ser concejal con Celia Villalobos en el Ayuntamiento de Málaga (1995-1997), donde conoció a su fiel escudero, Elías Bendodo, ahora en Génova, y cuenta como hazaña de juventud el día en que repartieron profilácticos gratis en la caseta de la Juventud de la Feria. Repeinado, chaleco acolchado, chinos bien planchados y zapatos lustrosos, prototipo de la derecha sin caer en el pijerío, les describen de esa época. Dicen que era el Pepito Grillo del PP al exigir la supresión de la mili o defender el matrimonio homosexual. En 1996 ocupó asiento en el Parlamento andaluz antes de dar el salto al Congreso, donde mantuvo su acta hasta 2004, y donde volvió entre 2007 y 2011, cuando Rajoy le designó secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad (2011-2014).

Dejó el ministerio para presidir el PP de Andalucía en contra del criterio de Cospedal, sabedora de la profunda amistad de Moreno con Sáenz de Santamaría. Juan Ignacio Zoido, aliado de la primera, le puso más de una zancadilla, y en 2015 se enfrentó por vez primera a Susana Díaz, y perdió. En esa campaña se dejó 10 kilos, 17 escaños y medio millón de votos respecto al resultado histórico de Arenas que ganó las anteriores autonómicas (50 escaños) pero no pudo gobernar. Le buscaban sustituto cuando tres años después se le juntaron los astros para desbancar a la lideresa del PSOE y convertirse en presidente por accidente, con el aval de Ciudadanos y el permiso, nada gratuito, de Vox.

De hecho, sostienen que luego fue creciendo “a pesar de Casado, que nunca pudo cargárselo”. El pasado febrero Moreno se cobró la pieza deseada, y ayer se la pasó por los morros a todos, pasando a ser uno de los barones con más poder en el PP. No tiene necesidad ni de plegarse al rancio radicalismo. Distanciado del talante de Díaz Ayuso, pero no tanto. “Siente que se está perdiendo unos años especiales en el crecimiento de sus críos”, atestiguan en su entorno, y mantiene la rutina de ejercicios de tonificación para mantener el tipo, haciendo apología de la comida sana. En forma para portar cada año el trono del Cristo de la Exaltación, de la Hermandad Sacramental y Reales Cofradías Fusionadas. Lejos de rebelarse contra esa falta de carisma que le achacaban, ha decidido hacer del tono neutro su marca personal. Moreno ya no es Bonilla. Es Juanma.

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Ni Casado pudo cargárselo y Juanma se cobró después su pieza, granjeándose un aura de moderado gestor frente a una oposición en retirada

Nadie daba un duro por él desde que dejó Madrid para presidir el PP andaluz contra el criterio de Cospedal siendo Moreno un íntimo de Soraya