Hay que reconocerle a Alfonso Alonso su habilidad para haber entrado en los anales de la política vasca por ser un exministro de España que opta a ser lehendakari, con el permiso de Mayor Oreja. Pero desde hacía tiempo, Alonso había dejado claro a sus correligionarios en Euskadi que no existía opción alguna para dejar de contar con él.

Alonso, peso pesado del PP alavés, sorayo y, hace tan solo un mes, ministro. Considerado un animal político que vivió en primera persona los mejores tiempos de aquel PP cuando la llanada alavesa era el epicentro del control de las instituciones del territorio. De aquella primera etapa en 1996 como joven concejal y tres años después como alcalde de Gasteiz, llegan las impresiones de algún periodista con dotes adivinatorias que escuchándole en una de sus primeras entrevistas radiofónicas señaló: “Será ministro”.

La ambición y la raza quedaban abonadas para este abogado y licenciado en Filología Románica, aficionado la escritura, que “además, se me da bien”, cuyo máximo rédito en el ámbito público, sin embargo, quedó anclado en su Vitoria natal. Allí ejerció una gestión polémica de la ciudad y destacó por su fuerte impronta política que pronto conseguiría aglutinar a un sector poderoso dentro del PP vasco: un potente núcleo alavés que acabó, a base de patadas en la espinilla, barriendo del mapa político a la presidenta Arantza Quiroga. Alonso ya era ministro en Madrid pero le faltó tiempo para plantarse en Euskadi y zanjar aquella retransmitida crisis muda del PP vasco que le daría la presidencia del partido en octubre 2014 tras desautorizar a su presidenta por plantear una propuesta de paz del gusto de EH Bildu y mandar parar. Alonso cambiaba de gafas y retornaba al lugar del que en realidad nunca se marchó a pesar del relumbrón ministerial y la dulce sintonía con Rajoy y su vicepresidenta. En meses, consiguió compaginar la presidencia del PP alavés con su portavocía del grupo popular en el Congreso. Hace cuatro semanas ejercía de Ministro de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad en funciones y presidente del PP vasco, ahora es candidato a lehendakari. Un malabarista que demuestra que lo suyo, cambiando de gafas según la perspectiva y los objetivos, es maestría. Solo así puede entenderse que fuera el propio Rajoy con medio Gobierno y en un hotel de Madrid quien presentara a Alonso como candidato a lehendakari de Euskadi, a 400 km de Vitoria y con cuatro vascos presentes en un desayuno informativo de puesta de largo en la Corte.

Con los nervios de la primera vez, Alonso es candidato a Ajuria Enea pero no es precisamente un recién llegado. Supo a gloria en su partido el desalojo del PNV de la Alcaldía de Vitoria tras 20 años que le procuró dulces momentos pero no consiguió ganar las elecciones municipales a la tercera. Es recordado aquel txupinazo de La Blanca en el balcón consistorial donde le cayó una lluvia de huevos en 2006. Alonso, alcalde, rechazaba la protección y acabó echándole a su ciudad la huevera entera: “Soy el alcalde de todos los vitorianos”.

En el camino, el fracasado proyecto del auditorio o la expansión urbanística de la ciudad pero, sobre todo, un delito contable con perjuicio para las arcas públicas que si no transita por la vía penal, es humo. La responsabilidad inflando el precio de alquileres fue cosa de dos con Javier Maroto y le acabó costando al Ayuntamiento medio millón de euros. Pero la negligencia con el dinero público acabó resbalando como la clara de huevo. La sentencia sobre el llamado caso San Antonio condenó a Alonso y Maroto, el jaguar en el garaje de la Gürtel enterró políticamente a Ana Mato pero la sentencia de Alonso cayó dócilmente en el Ministerio. En la foto del traspaso de poderes dos años antes, cuando recibía la cartera ministerial labrada en pan de oro, símbolo de responsabilidad, sonríe también la vicepresidenta Sáenz de Santamaría. Una cartera en piel de vaca, que según el artesano que las fabrica, “están preparadas para aguantar cuatro años de legislatura, incluso más”.

ORTODOXIA El negro es el color oficial de las carteras, como oficial ha de ser todo ministro en Madrid y Alonso simboliza como pocos la ortodoxia del partido, la lealtad y la obediencia al líder. Una vez dejado atrás Pancorbo dirección norte, Alonso, carrera rutilante, mira de reojo y parece, con su cartera ministerial en la nevera, encarnar en Euskadi a un candidato de transición, previsible y con un marcado discurso del pasado” mientras algún irreductible votante del PP vasco apunta que “en lo personal, da el pego”. Convencido que “a la política se va a superar prejuicios” le gusta definirse como un político maduro, prudente y con más dudas” que cuando comenzó como joven concejal. Los rigores de Madrid hicieron que su familia siguiera viviendo en Vitoria mientras el entonces ministro pasaba la semana en la Carrera de San Jerónimo. Tras el consejo de Ministros volvía a casa. Dice sentirse cómodo en esta especie de política estrábica, como con lentes bifocales según la posición que marque el GPS. “Como dos mundos que se equilibran -señala Alonso-, te da perspectiva”.