una duda hamletiana atenaza al PSOE: ¿cómo desenmascar a Podemos? Y ocurre que no hay unanimidad en el método a aplicar aunque sí existe el firme propósito de quitar la careta cuanto antes a la nueva coalición de izquierdas guiados por el angustioso y comprensible intento de aminorar la sacudida electoral que se les avecina. Tuvo que ser la arrogante apropiación de Pablo (Manuel) Iglesias del perfil socialdemócrata que acuñó el felipismo tras renunciar a Marx para que en Ferraz los cerebros de la campaña de Pedro Sánchez reaccionaran soliviantados ante semejante afrenta ideológica y pusieran pie en pared marcando, ahora sí, una línea roja. “A por él”, se escuchó allí.

En el PSOE existe un indisimulado cabreo con el líder de Podemos, a quien señalan como único culpable de que fallara la investidura de Sánchez. Al evidente enojo ha contribuido sobremanera el permanente desprecio exhibido por Iglesias hacia la obsolescencia del partido centenario y es entonces cuando se han revuelto las tripas en la afiliación socialista. No es ninguna temeridad asegurar que el grado de rebelión indignada que se consiga aunar durante la campaña condicionará la existencia del cacareado sorpasso. Eso sí, la ira en las Casas del Pueblo debería alcanzar cotas siderales para ningunear los unánimes pronósticos que predicen machaconamente la llegada el 26-J de una nueva correlación de fuerzas en la izquierda española.

De momento, el PSOE perfila el catálogo de contradicciones de Podemos tras su estratégica confluencia de intereses electorales con IU. Vaya, no se puede ser anticapitalista o marxista y socialdemócrata al mismo tiempo; evitar toda crítica a la Monarquía y ser republicano; quedarse e irse de la OTAN a la vez; venir de la casta y nacer en el 15-M. Ahora bien, una vez recopiladas las contradicciones de sus rivales sin meter el dedo en el ojo siquiera en las aún frescas descalificaciones de Iglesias hacia sus nuevos socios, ¿cuál es la línea a seguir: guante blanco o ir al cuerpo a cuerpo? Sánchez prefiere el perfil bajo porque aún cree en la ensoñación de un gobierno de izquierdas que le evite el mal trago de valorar su dimisión. Quienes velan por el futuro del partido entienden, en cambio, que solo queda retratar cómo es Iglesias y cuáles son sus verdaderos objetivos. Puede ocurrir que se les pase la campaña debatiendo qué hacer y luego, claro, vendrá el valle de lágrimas.