AYER se cumplieron 78 años de la caída de la estratégica ciudad de Irun ante las tropas golpistas que llevaron a la Guerra Civil en julio de 1936. De ese modo, el militar Mola consiguió uno de sus grandes objetivos para decantar lo que se vino a llamar campaña del Norte. El pueblo quedó quemado, de lo que se culpó a los anarquistas, a militantes de la CNT, un extremo que según los historiadores nunca se ha podido confirmar.
La caída de Irun supuso, según estos especialistas, un duro golpe para la República, pero de forma especial para la zona norte del Estado que aún se mantenía fiel, ya que esta derrota cerró toda comunicación terrestre con Francia y dejó aún más aislada esta zona de lo que ya se encontraba. Por ende, también decidió la resistencia de Donostia, que por su ausencia de defensas naturales se veía condenada por la pérdida de Irun y acabó cayendo a su vez el 12 de septiembre. Sin embargo, a continuación el avance se ralentizó ante la dura resistencia de los republicanos y el 12 de octubre Mola ordenó detener todo ataque, manteniendo casi toda Gipuzkoa bajo ocupación.
Días antes de todo ello se libró la famosa batalla de Irun, considerada como el combate crucial en el conjunto de operaciones de la campaña de Gipuzkoa durante la Guerra Civil antes de que comenzara la ofensiva del Norte. El hecho decisivo reside en que al tomar la ciudad fronteriza guipuzcoana, se cortaba la vía de comunicación terrestre con Iparralde y Francia, reduciendo en gran medida el suministro de armamento a la franja norte que se mantenía leal al Gobierno de la República.
Después de la sublevación militar del 18 de julio y la rendición de los cuarteles de Loyola, Gipuzkoa se había mantenido en su totalidad junto a la República. No obstante, Mola había intentado desde el primer día enviar columnas para hacerse con el control del territorio y cortar la comunicación con la frontera de Iparralde y el Estado francés. Después del fracaso de los golpistas en Donostia, la posibilidad de una rápida conquista se esfumó y ante la falta de tropas -tanto por parte gubernamental como del propio general Mola- la situación se estabilizó.
En aquel momento, la franja Norte quedó geográfica y políticamente aislada del resto del territorio republicano, por lo que las autoridades democráticas de aquella zona tuvieron que actuar por su cuenta. Además, según especifican los investigadores, era bien difícil hacer llegar refuerzos de la zona central, máxime en los primeros días de la guerra, en los que el Estado republicano se había desintegrado entre la rebelión militar y la situación revolucionaria que estaba teniendo lugar de forma paralela.
La ciudad era un punto crucial para las comunicaciones a un lado y otro de la muga. Irun era entonces la única vía de comunicación terrestre de la zona norte bajo control republicano con Francia. La zona oriental de Gipuzkoa estaba defendida, aseguran, por un contingente de un total de dos mil hombres repartidos entre militares fieles, batallones de mineros asturianos así como milicias vascas anarquistas, comunistas y de nacionalistas vascos -del PNV-. Según narran los historiadores, estos combatientes estaban mal armados y apenas si disponían de artillería, por no hablar de la total ausencia de aviación del lado gubernamental.
MILITARES PROFESIONALES Por otro lado, las fuerzas militares españolas sublevadas en la zona eran de un número mayor y además contaban con el apoyo de artillería pesada, tanquetas alemanas Panzer I recién llegadas y refuerzos aéreos que consistían en Junkers Ju 52. Los efectivos con los que contaba Mola estaban compuestos por unidades militares profesionales y por milicias carlistas que, a diferencia de las milicias de la zona republicana, sí tenían un entrenamiento militar anterior al inicio de las hostilidades.
La ciudad empezó a ser hostigada por los Junkers alemanes pero también por barcos de la flota del Cantábrico. El día 11 de agosto, una flota formada por el acorazado España, el crucero Almirante Cervera y el destructor Velasco bombardeó la ciudad duramente. Estos ataques provocaron la ira de los milicianos, incluyendo al teniente coronel Beorlegui. El 27 de agosto las tropas golpistas iniciaron el asalto con la conquista de Tolosa y el cerro Pikoketa. El 26 alcanzaron el fuerte de San Marcial, que fue defendido por mineros asturianos y anarquistas, y el 27 la lucha llegó al combate cuerpo a cuerpo. San Marcial resistió días los asaltos sublevados hasta el 2 de septiembre, lo que sentenció la defensa de la ciudad.
La lucha en sus alrededores se prolongó durante jornadas a pesar de la minoría republicana. Los fuertes tiroteos alcanzaron su clímax cuando se acercaron al puente internacional. Cuando los republicanos tuvieron que abandonar la ciudad, Irun quedó incendiada. El 5 de septiembre la ciudad cayó finalmente ante las tropas sublevadas, consiguiendo Mola su gran objetivo para decidir la campaña en el Norte. Una bala acertó sobre Beorlegui y falleció al de una semana.