En los primeros años de los ochenta, la BBC llevaba a pantalla el antitelediario. Su título, Estas no son las noticias de las nueve. Era una delicia contemplar la finísima ironía, mezclada con la flema británica de una televisión pública capaz de reírse de todo, y fundamentalmente de ellos mismos. Un día parodiaban a Juan Pablo II cantando rock and roll en su ventana del Vaticano, y al día siguiente una muchedumbre musulmana parecía orar postrada cuando en realidad, según los editores de aquel informativo de humor, lo que hacían era buscar una lentilla del ayatolá Jomeini. Ni la reina Isabel II se libraba de sorna. Célebre fue aquella imagen en la que la mandataria del Reino Unido aparecía con una pequeña cámara fotográfica cual paparazzi retratando a dos miembros de la Guardia de Palacio que exhibían sus atributos debajo de largas gabardinas. O aquella falsa noticia, tras el anuncio del embarazo de Diana de Gales, según la cual "se iniciaba un nuevo juicio; la Casa Real contra Durex -una famosa marca de preservativos-".

La BBC, empresa de referencia y señera en el ámbito del periodismo audiovisual, se atrevía con el humor de la mano de Rowan Atkinson, quien más adelante fuera conocido por su interpretación de Mister Bean. La BBC se atrevió, porque tenía consolidada una credibilidad y una profesionalidad fuera de duda y de toda solvencia.

Ahora bien, cuando una emisión televisiva, y en especial en servicios informativos, se convierte , sin pretenderlo, en el hazmerreír de la audiencia, es que algo grave ha sucedido en su emisión. Deslices, errores, situaciones inesperadas ocurren en todos los canales de televisión, y por extensión, en todos los medios de comunicación del mundo. Ahora bien, meteduras de pata tan significativas como la protagonizada en el Teleberri nocturno del pasado lunes no pasan inadvertidos. Por si alguien no llegó a percibirlo, recordaré que, iniciado el Teleberri 2, y de manera un tanto precipitada, se daba cuenta de la existencia de un comunicado de ETA en el que, según los responsables de la televisión vasca, la organización terrorista solicitaba a sus militantes que se incorporaran a las vías políticas e institucionales como medio de lucha.

De ser cierta la información, esta hubiera tenido una especial relevancia ya que significaría, de hecho, la autodisolución de la organización armada -un acontecimiento que esperamos todos ansiosamente-. Inmediatamente después de su publicación, otros medios de comunicación se hicieron eco de la primicia avanzada por ETB. Pero ni primicia ni cristo que lo fundó. Sin confirmación alguna, sin contraste, sin verificación que mediara, ETB había dado por bueno un papel que alguien, anónimamente, le había hecho llegar, y convirtió el infundio en supuesta verdad.

Bien es cierto que, antes de concluir el espacio informativo, la propia televisión vasca, el mismo infausto Teleberri, tuvo que desmentir su precipitado error. La verdad es que no llego a comprender cómo pudo ocurrir tamaño tropezón profesional. Sobre todo cundo hemos asistido impertérritos al férreo control de los mandamases de EITB de cualquier información que pretendiese salir al aire vinculada a la violencia, sus repercusiones políticas o sus agentes civiles. Basta recordar que para que los medios públicos entrevistasen a Rufi Etxeberria, el Director General del Ente -así lo reconoció- consultó a los partidos que por entonces sustentaban el Gobierno vasco y que también respaldaban su gestión en el Consejo de Administración para su emisión.

Resulta igualmente extraño que una tacha tan notable se colara en un Teleberri cuando los filtros (al menos nominales) tejidos por el actual equipo dirigente para limpiar de distorsiones la programación son más prolijos que nunca. ¿Ni los editores, ni el "jefe de información política", ni el jefe de informativos, ni el director de ETB, ni en su último caso, el Director General fueron capaces de evaluar y decidir la emisión del anónimo sin un mínimo contraste? ¿Acaso no había nadie -algo habitual, según me consta- del cuadro directivo capaz de tomar una decisión tan relevante? El resultado final de tanta incompetencia ha sido la pérdida de credibilidad, el principal valor que debe atesorar un medio de comunicación. Y, pese a ello, no he visto dimisión alguna o cese que pretenda reparar el fiasco.

Para dimisiones, la de Rodolfo Ares. Convocadas las elecciones, el incombustible jefe del aparato ha decidido, con buen tino, abandonar el Gobierno para dedicarse en exclusiva a la coordinación de la campaña electoral del Partido Socialista. Vamos, que hará lo mismo que hasta ahora, pero sin que nadie le reproche que lo haga bajo el manto púrpura del Ejecutivo.

Se va de Interior una vez apalancados los cuadros superiores de la Ertzaintza. Ha conseguido homogeneizar la imagen de una Policía que nació como cuerpo integral y que, a este paso, de no aplicar remedio, terminará, por impronta intencionada, como el ejército de Pancho Villa. Ares, que es listo, se va antes de que le vayan. Y hace mutis sin explicar qué pasó con el episodio lamentable que generó la muerte del joven Iñigo Cabacas. De poco sirvieron sus compromisos parlamentarios o públicos de depurar responsabilidades. Ares abandona el barco.

Como siempre en él, ha aplicado la técnica del poliespán. Pase lo que pase, siempre a flote. Aunque para ello abdique de vergüenza, aunque este sea un término quizá desconocido para él. Se nota que acaba un ciclo, aunque Carlos Aguirre, nuestro particular Mister Bean, lo ignore. Intentar culpar del endeudamiento y del déficit del actual Gobierno al Ejecutivo de Ibarretxe es como una broma. Como una broma del Teleberri y de sus no noticias de las nueve.