LoS cristianos iniciaremos el nuevo año celebrando el Día de la Paz. Este año en el clima positivo y esperanzador que nos posibilita vivir la anhelada noticia que el pasado 20 de octubre recibió, al fin, Euskal Herria: la declaración de ETA del cese definitivo de sus acciones armadas. Fue una noticia que propició la sensación de serenidad y alegría en nuestra sociedad, a pesar de no ser todavía una alegría completa, pues aún no se han recuperado la paz y convivencia rotas entre tantos miembros de nuestro pueblo. No obstante, el silenciar las armas ha permitido despertar en nuestro pueblo un clima esperanzador de paz que hemos de desarrollar y consolidar entre todos y todas.
Es evidente que quedan todavía muchos pasos muy importantes hasta alcanzar una paz sólida y justa. En primer lugar queremos hacer memoria de las numerosas víctimas que ha ocasionado una lucha armada que se ha prolongado durante cincuenta años: por una parte, los asesinados, heridos, secuestrados por ETA, las familias destrozadas, los extorsionados y amenazados; por otra, los muertos, torturados, represaliados, detenidos, dispersados, condenados de por vida y sus familias. Se han de superar las situaciones de conculcación de los derechos humanos y de provocación de un sufrimiento injusto. Para ello, la sociedad y, concretamente, nuestra comunidad cristiana han de propiciar la mutua acogida y el reconocimiento de la dignidad humana que conduzcan a la auténtica convivencia. En cierta medida, tal reconocimiento se está produciendo, afortunadamente.
Tal reconocimiento y acogida mutua han de impulsar a nuestro pueblo a avanzar hacia la verdadera reconciliación. La reconciliación no conlleva el olvido del daño provocado; más bien conlleva al reconocimiento y confesión del mismo y, en la medida de lo posible, a su reparación, ofreciendo una compensación justa, que no consista en provocar más daño como respuesta y descartando toda intención de volver a utilizar la violencia. Es preciso superar el círculo vicioso del mal para posibilitar una nueva convivencia en paz. Para ello es imprescindible poner el ser y la dignidad de la persona humana por encima de cualquier idea, proyecto u objetivo político. Si para promover una idea o para realizar un proyecto se admitiera la conculcación de los derechos de la persona y si alguien estuviera dispuesto a cometer tal atrocidad, volveríamos a precipitarnos en la espiral de violencia y frustraríamos todo intento de lograr la paz.
Para alcanzar la paz auténtica, es imprescindible profesar y priorizar la dignidad de la persona humana. No es admisible propiciar el fin de la violencia como mera medida de oportunismo estratégico o de eficacia política. Así lo exige el respeto a la dignidad humana, como principio ético incondicional. Una paz justa y auténtica exige que, por encima de todo, se respeten los derechos de las personas; sólo así podrá desaparecer de raíz la violencia y justificarse su final definitivo.
A todo ello habría que añadir la reflexión en torno a otro aspecto fundamental, si se pretende alcanzar una paz sólida y justa. Se trata del origen del cruel y lamentable conflicto que durante 50 años ha sufrido nuestro pueblo. ¿Podría pensarse que un conflicto que ha producido tanto sufrimiento y dolor, tanta sangre y muerte haya tenido un origen espontáneo y gratuito? Caben interpretaciones diversas acerca de ello, pero es innegable que, bajo tales interpretaciones, subyace un problema muy hondo.
Nuestros obispos, en los escritos que nos han ofrecido al respecto a lo largo de estos años con la intención de iluminar la grave y compleja problemática planteada, además de condenar drásticamente la violencia y las muertes, nos han remitido también a la necesidad de considerar el origen y la causa del conflicto. Y para dar con tal origen, es preciso tener en cuenta los conflictos armados que Euskal Herria ha padecido estos últimos doscientos años. Es innegable que ETA no surgió de la nada. Nació en tiempos de la dictadura franquista e inició su estrategia de muertes en una época en la que en distintos lugares del mundo comenzaban a darse movimientos revolucionarios armados de ideología marxista. Es innegable que el problema vasco, con sus características históricas y políticas, es anterior a la aparición de ETA y la declaración de cese de la lucha armada no conlleva, sin más, la solución del conflicto político. Más bien, la actividad de ETA ha retrasado una solución dialogada, política y democrática de tal conflicto.
Así como para la persona es derecho fundamental el derecho a la vida, para los pueblos lo es el derecho a existir como tales. Los derechos de las personas se han propagado a los derechos de los pueblos, de manera que lo que es admitido para la persona ha de serlo para los pueblos. La paz se fundamenta no solo en el respeto debido a la persona, sino también en el respeto debido a los derechos de los pueblos. En razón de ello, a tenor del derecho internacional, los Estados han de respetar el derecho a la determinación de cada pueblo. Así lo afirma la doctrina social de la Iglesia. Desde nuestra perspectiva cristiana pensamos que Euskal Herria tiene derecho a su existencia como tal y a tomar sus propias decisiones. Para poner en práctica tal derecho, será necesario lograr un nuevo acuerdo o consenso mediante el diálogo, basado en principios democráticos. Es preciso dar la palabra al pueblo y asumir lo determinado por la mayoría, sin poner veto alguno. Pensamos que es así como alcanzaremos una paz auténtica.
Pensamos también, desde nuestra perspectiva cristiana, que solamente Dios puede concedernos la auténtica reconciliación y pacificación, pues es Jesucristo nuestro Señor quien la logró por su cruz. Es lo que nos dijo San Pablo: "Por Cristo Jesús, los que antes estabais lejos, os habéis acercado. Porque Cristo es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos uno solo, destruyendo el muro de enemistad que los separaba. Él ha anulado en su propia carne la ley con sus preceptos y sus normas. Él ha creado en sí mismo con los dos pueblos una nueva humanidad, restableciendo la paz. Él ha reconciliado a los dos pueblos con Dios uniéndolos en un solo cuerpo por medio de la cruz y destruyendo la enemistad." (Ef 2, 14-16)
Siendo eso así, pensamos que toca a los seres humanos acoger y construir en mutua colaboración esta paz otorgada por Dios. Es, por tanto, fundamental que asumamos la responsabilidad que nos corresponde en el proceso de reconciliación y pacificación, impulsando el diálogo entre las diversas perspectivas y actitudes, defendiendo, por encima de todo, los derechos humanos y reconociendo la idiosincrasia y los derechos de Euskal Herria.
Las fiestas de Navidad son especialmente propicias para reafirmar nuestro compromiso por la pacificación. Celebrar el nacimiento de Jesucristo, a quien llamamos "Príncipe de la Paz" ha de impulsarnos a hacer las paces y a vivir aceptando la paz que Dios quiere instaurar entre nosotros. Quisiéramos que el cántico escuchado aquella noche en el cielo de Belén sea escuchado y acogido tanto en nuestro pueblo como en el mundo entero: "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres y mujeres que Dios ama" (Lc 2, 14).