Bilbao

una mujer ataviada con una aparatosa peluca rubia y un voluminoso anorak lanzando granadas. Un mercenario descubierto tras salir de la escena del crimen al no tener dinero suficiente para huir tomando un taxi. Un hombre que pierde la pistola por unos instantes al resbalar del cinturón al que la había fijado. El lienzo ofrece la imagen más cochambrosa de los GAL. La de las imágenes delirantes y el error. Una organización pretendidamente contraterrorista, pero que no hizo sino sembrar su propio terror. Su acción dejó la luctuosa estela de 27 muertos y otros tantos heridos. Trabajadores de empresas del ferrocarril, ecologistas, políticos y presuntos miembros de una ETA que era su supuesto objetivo primigenio, jalonado por equivocaciones y ejecuciones de militantes de la izquierda abertzale histórica.

La guerra sucia -que perseguiría acabar con la pasividad y el santuario del Estado francés-, así como los grupos ultraderechistas, se llevó por delante a relevantes defensores del diálogo. Una actuación contra la que clamó la sociedad vasca tras el asesinato de Santi Brouard en 1984, del que se cumplen hoy veintiséis años. Una muerte como la de Josu Muguruza, a manos de otro grupo de extrema derecha cinco años después. Fueron abatidos un 20 de noviembre. La misma fecha en la que murió Franco. Detrás de la chapuza, del despropósito, asomaba la sombra de la estremecedora duda sobre los motivos de los asesinatos. Una incógnita que, para los que se manifestaron a modo de repulsa, era una certeza.

"a mí me van a matar" En 1984, algo parecía moverse al otro lado de la muga. El otrora impertérrito Estado francés comenzaba a escorarse hacia una posición más activa preparando la deportación de los refugiados. El propio embajador en Madrid, Pierre Guidoni, trasladó a Brouard y Jokin Gorostidi, como miembros de HB, que ETA debía deponer las armas. Los GAL, mientras tanto, proseguían tensando la cuerda. "Santi nos comunicaba continuamente su preocupación por lo que pudiera pasar. Muchas veces comentaba: A mí me van a matar y, cuando me maten, habrá que hacer esto y esto. Eso hizo que respondiéramos de manera serena, responsable y digna. Pero la muerte es una cosa que, aunque esté anunciada, siempre golpea tremendamente", recuerda su hija Edurne, en declaraciones a DEIA.

Dos meses más tarde, Santi era tiroteado. El 20 de noviembre de 1984, los Grupos Antiterroristas de Liberación dejaban su sello en el número 12 de Alameda Rekalde. Mientras el pediatra atendía a sus pacientes en su consulta de Bilbao. En ese momento, dos hombres de aspecto un tanto estrambótico, que vestían ropas y calzado de una talla notablemente superior a la que necesitaban -para despistar con las huellas-, irrumpían en el puesto de trabajo. Se trataba de Rafael López Ocaña y de Luis Morcillo, según aseguró el primero. Precisamente la actuación de López Ocaña fue la que alertó a la enfermera, al ver cómo una pistola resbalaba entre las vestimentas del mercenario, que la había atado a su hombro con un cinturón. La mujer prorrumpió en alaridos, mientras el artífice del caos trataba de hacerla callar, según él, sin infligirle daño alguno. Él mismo minimizaba el desastre en una entrevista televisiva. "Ahí está viva. Lo puede contar".

Morcillo, mientras tanto, se habría encargado de descerrajarle ocho tiros a Brouard. Con el abertzale ya muerto, López Ocaña decidió rematarle con otros dos disparos más. Los instantes posteriores fueron presididos por el desconcierto del que es embajadora toda muerte. El remolino de cordones policiales sería sustituido horas después por la marea humana de las protestas. Un apoyo que colapsó El Arenal bilbaino.

De esa forma truncaban la trayectoria vital del pediatra nacido en Lekeitio en 1919. Brouard era médico. Así lo acreditaba la atención que dispensó a un militante de ETA herido de bala, y que le costó partir al exilio en 1974. Y era político. Sus reflexiones acerca de la revolución socialista dejan entrever su pasión. Sus ideas claras. Postulados que, por otra parte, ponía en práctica: todas las semanas dedicaba ciertos días a atender a personas de escasos recursos en su consulta médica.

Además de ser miembro de la Mesa Nacional de HB, parlamentario y senador, logró el puesto de teniente de alcalde en el Ayuntamiento de Bilbao tras las elecciones de 1979. Asimismo, fue uno de los fundadores de la primera formación abertzale con sede social tanto en Iparralde como en Hegoalde, EHAS, que en 1977 daría cuerpo a HASI, una de las principales siglas que engrosaría, a su vez, HB (fundada en 1978). Desde los sectores más posibilistas del Estado, por otra parte, su figura era contemplada como la de un más que posible interlocutor de cara a labrar una solución. Tras su muerte, diversas informaciones apuntaban a que la posibilidad de un futuro proceso se vería seriamente afectada.

Edurne explica su visión: "Era absolutamente serio e intransigente. No cedía en sus presupuestos ideológicos, pero estaba dispuesto a discutirlos con quien hiciese falta. En una sociedad en que las diferencias son patentes, era evidente para él y la izquierda abertzale que la solución debía pasar por hablar entre todos, mucho y permanentemente. No sé si su muerte truncó la posibilidad de un final dialogado. Lo que sí sé es que quien pensó el asesinato creyó que, quitando de en medio a Santi, la solución al conflicto iba a tomar otros cauces. Afortunadamente, se equivocaron. Consiguieron producirnos un dolor inmenso, e hicieron que tuviésemos un hueco importantísimo, no sólo familiarmente, sino también políticamente; pero los ideales de Santi siguen ahí".

Un desenlace esperado En 2003, antes de las incendiarias declaraciones de López Ocaña, la Audiencia Provincial de Bizkaia absolvía a Morcillo, José Amedo -ex subcomisario de la Policía Nacional- y Rafael Masa -el entonces teniente coronel de la Guardia Civil-. Sin embargo, según Ocaña, el presunto inductor habría sido Masa, mientras la financiación habría corrido a cargo del ex director de la Seguridad del Estado Julián Sancristóbal. Sólo él mismo -condenado a una pena de 33 años que no llegó a cumplir- rindió cuentas ante la justicia por este caso. Sería la pista del secuestro de Segundo Marey la que condujera al encarcelamiento de la cúpula de Interior del Gobierno español de Felipe González. Pero el esclarecimiento de responsabilidades no fue más allá.

A Edurne, a pesar de recibir la noticia con "rabia", no le sorprendió el desenlace -"es difícil que el Estado se juzgue a sí mismo"-, si bien confía en que algún día pueda esclarecerse el caso. Además, lamenta el "agravio comparativo permanente" entre víctimas -"es una mentira institucional que partidos e instituciones hayan asumido que todas son iguales"-, y llama al recuerdo de todos los afectados no reconocidos. De hecho, al ser preguntada sobre la dureza de convivir con la expectativa de un asesinato, matiza que su caso no es exclusivo: "Es la dureza de un conflicto que tiene una solución inmediata, si se quiere solucionar, desde hace muchos años. El problema es que, no sé a quién, pero no interesa. Hoy en día, la guerra sucia ha tomado otras formas, como encarcelar al mensajero y dejar sin voto a más de 150.000 personas".

reunión en madrid La preferencia de la extrema derecha por lo alegórico y las coincidencias temporales volvió a acreditarse en la conmemoración del quinto aniversario de la desaparición de Santi. Un 20 de noviembre de 1989 -una vez dada por enterrada la acción de los GAL- que sumó otra muerte en las filas de la izquierda abertzale tradicional. La cena en el Hotel Alcalá de Madrid en la que varios representantes de la sensibilidad intercambiaban impresiones de cara a la sesión constitutiva del Congreso y el Senado del día siguiente se convirtió en otro escenario para la muerte. Dos hombres armados se presentaron ante los congregados y comenzaron a vaciar sus cargadores. Josu Muguruza pereció en el acto.

"A escasos quince días de nacer nuestra hija Ane, Josu y el resto de compañeros que habían sido elegidos se dirigieron al Congreso a recoger sus credenciales. Josu fue ilusionado por el futuro que tanto a nivel personal como de pueblo teníamos por delante y, aquella fatídica noche, alguien decidió truncarlo. La triste experiencia nos había enseñado de qué son capaces los aparatos del Estado para quitar de en medio aquello que les molesta y no son capaces de vencer con la razón. No tuvieron ningún reparo en asesinar, como ya lo habían hecho antes", asegura su compañera Elena a este periódico.

La víctima se había destacado por su trabajo a favor del diálogo. La propia HB había decidido participar en las instituciones españolas tras los comicios del 29 de octubre de 1989 al constatar la relevancia del nuevo escenario, con las conversaciones de Argel, entre ETA y el Gobierno español, en el horizonte. Además, Muguruza había confeccionado un informe -Alternativa y Negociación- sobre dichas negociaciones, con intención de compartirlo con HB y mantener viva la llama del diálogo.

Pero en esa cena, en la que se congregaron todos los electos de la izquierda abertzale oficial en las instituciones españolas -Muguruza (tras la renuncia de Tasio Erkizia), Jon Idigoras, Iñaki Esnaola e Itziar Aizpurua-, otro de los comensales contaba con un similar bagaje. Esnaola, que resultó gravemente herido al recibir buena parte de la carga, había ejercido de puente entre el Estado y ETA en anteriores contactos además de en la negociación de Argel, y había tratado de abonar citas en Burdeos -en 1984- entre ambos interlocutores.

Así ponía fin un grupo parapolicial a la vida de Muguruza, periodista y militante de ASK -comités patriotas socialistas- que cruzó la muga en 1981. Preguntada sobre cómo vivió Josu la etapa de los GAL en Iparralde, Elena evoca cómo se sucedieron los asesinatos de varios compañeros. "Fue duro vivir aquella situación, pero peor era la impotencia de ver cómo la clase política miraba hacia otro lado. Ellos, que se autodenominaban democráticos, no tenían nada que decir", critica. En 1987, se convertía en el refugiado número 49 que era entregado por las autoridades galas en ese último año. En Hegoalde, amén de su estancia en prisión -sin que se encontraran pruebas en su contra-, continuó trabajando para el periódico Egin bajo el pseudónimo J. Iratzar, hasta que la muerte le sorprendió en Madrid.

responsabilidades A pesar de que una llamada anónima reivindicara la acción para los GAL -y pese a que en un primer momento se barajara la implicación del comisario Alberto Elías-, se concedió escaso crédito a una declaración considerada extemporánea debido al ocaso del grupo parapolicial. Los ultraderechistas Ángel Duce -condenado a 99 años de prisión, y muerto en un accidente de tráfico durante un permiso carcelario- y Ricardo Sáenz de Ynestrillas -absuelto- sí fueron acusados en primera instancia. Sobre el esclarecimiento de responsabilidades, Elena no duda: "No tiene que venir nadie a decirnos dónde están, porque ya lo sabemos. Cuando Josu y sus compañeros fueron a Madrid, llevaban un mensaje claro: la determinación de buscar una salida negociada a este conflicto, que tanto dolor está causando. Sin embargo, al Estado no le interesaba solucionarlo".

Interrogada sobre las declaraciones de socialistas instando a considerar los GAL con perspectiva histórica, opina que "los aparatos del Estado y sus fondos reservados siempre se han utilizado para eliminar al adversario utilizando métodos no legales". "El asesinato es la expresión más cruel, pero existen otras: la tortura, las medidas excepcionales... No me resulta extraño que los responsables socialistas intenten correr un tupido velo. Lo que sí debería ser un escándalo para el resto es que se pueda hablar con semejante impunidad, que un señor diga que estaba en sus manos decidir quién vivía y quién moría, y no pase nada", dice.

Sobre sus esperanzas en la justicia, quiere confiar en que este tipo de hechos no vuelvan a repetirse: "Para eso, es imprescindible que se depure hasta la última responsabilidad. Y no desde la venganza ni el odio, sino desde la necesidad de crear otros escenarios en los cuales estos hechos sean impensables. Hoy, 21 años después, no puedo evitar pensar que Josu estaría en primera línea trabajando en la puesta que hoy hace la izquierda abertzale. Es más, cuando veo a otros compañeros trabajando, en la cárcel, veo a Josu dejando la vida por que este pueblo consiga un escenario de paz y libertad".