Y, de repente, los ojos inyectados de sangre, se oscurecieron.... Los ojos de Juan Martínez de Irujo, que veían cómo la final iba en volandas hacia sus dominios, el terrible cuerpo a cuerpo con el que tenía agarrotado a Mikel Urrutikoetxea, incapaz de deshacerse de las tenazas de un puñado de dos paredes milimétricos, de defensas heroicas que acababan rematadas con instinto asesino, de un juego de nervios con algún que otro cruce que le desquiciaba. Juan lo veía todo claro, despejado el camino hacia la gloria. Juan se veía en el cielo y Mikel no encontraba la puerta de salida de los infiernos. Era el 10-20 en el luminoso y la mirada se apagó.
¿Qué pasó, cómo y por qué? se preguntarán aún hoy los feligreses de Irujo, en franca minoría ayer en el frontón Bizkaia. Tampoco es fácil que lo sepa la multitud que alentó a su hijo predilecto -el segundo pelotari vizcaino campeón de la jaula, 62 años después de que lo lograra José Luis Akarregi...- sin perder la fe, ciega al comienzo del largo camino de la remontada y más sólida a cada pelotazo de Mikel, a cada temblor de Juan. De repente el miedo se hizo visible en la mirada de Juan, incapaz de concentrarse ante la arquitectura de la segunda parte del partido de Mikel. De repente los ojos negros de Mikel se clarearon para fijarse en la yugular de su rival. La suya fue la única cabeza fría en el frontón entonces. Basta decir que a pie de cancha aguardaban, desde el 8-18, el diputado general de Bizkaia, Unai Rementeria, y la diputada Lorea Bilbao para la entrega de trofeos. Bajaron demasiado pronto...
Hubo un tanto, el 18-20 con Mikel ya desatado como una galerna del Cantábrico, tras el que Unai apretó los puños y Lorea miró al cielo con una sonrisa en los ojos. Imposible el disimulo. Era la constatación de que Mikel abandonaba la senda del vía crucis y cogía camino hacia la gloria, esa misma a la se invocaba, sotto voce, en los preámbulos. Las apuestas cantaban 70 a 100 a favor de Juan de salida y aún más distancia en aquel 10-20 donde todo parecía resuelto, pese a que la afición de Mikel no decaía. Creían en el milagro y le acompañaban...
Testigos de cuanto les cuento fueron los ya citados, amén del alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, Jon Redondo, la presidenta de las Juntas Generales, Ana Otadui, Ibone Bengoetxea, Oihane Agirregoitia, Sergio Ortiz de Zarate, última estrella Michelin de Bizkaia, Beñat Ormaetxea, Iñigo Ordorika, Karlos Arguiñano, quien se saludó con efusión con Pedro Aurtenetxe, Jesús Galdeano, el navarro Patxi Puñal, junto con el canario Nauzet Pérez, portero de Osasuna, que pisaba por primera vez en su vida un frontón; Roberto Laiseka; Gonzalo Lara, de los Once Aldeanos, Marino Lejarreta, Iker Amarika, Lutxi Fonseca; los palistas Imanol Ibánez, Ibai Pérez, Erik Zubiri y Esteban Gaubeka; Javier Urrutikoetxea y Maite Azkueta, sangre de la sangre del txapeldun, Jon Ortuzar, K-Toño Frade, José Ignacio Goirigolzarri, Jorge Burgos, maestrante del Antomar, Imanol Agirre, José María Gorordo, Alexis Apraiz, Andoni Aretxabaleta, Asier Atutxa, Alex Garate, Susana Tierra y una legión pelotatzale que vio como un hombre se levantó del suelo, se sacudió el polvo y se puso a andar. Hacia la gloria.