gernika-lumo
He jugado aquí más de mil partidos y cada día suponía algo especial", señala Gonzalo Beaskoetxea (Gernika-Lumo, 1954) con los pies rondando sobre el negro piso del frontón Gernika Jai Alai. Aún tiemblan un poco las piernas. Recorre Gonzalo, quien además de expuntista es escritor y un enamorado de la disposición del edificio, la geografía vasta de la cancha, mide cada línea sobre el suelo con una mirada; mientras, unos pupilos de la Gernika Jai Alai Eskola que él mismo entrena se perfilan cesta en mano, con una postura de costadillo, con el brazo estirado, con el cielo en sus ojos, y él sigue atento sus evoluciones admirando las butacas de cancha y a un niño cuya cesta levanta más que él y que se faja en el rebote: "este va a ser el gran campeón de nuestra escuela". Luis Urtubi Niangolarra (Australia, 1958) asiente a su izquierda y relata su gran viaje, que nace en Las Antípodas y desemboca en la escuela puntista de Gernika. "Sí, nací en Australia", apunta; pero, Gonzalo especifica: "ves este cuerpo, está hecho para jugar al rugby, fue uno de los fundadores del equipo de rugby de aquí y después...". "Después me picó el gusanillo de la cesta y nadie me lo saca", desvela Luis, quien en la actualidad ejerce como presidente de la Gernika Jai Alai Eskola. "Ahora esperamos que esto vaya hacia adelante y que este frontón tenga el lugar que se merece", dice Urtubi. No en vano, la cancha gernikarra fue nombrada este mismo año por el Gobierno vasco como "bien cultural con protección especial por su valor arquitectónico".
Acariciando cada arista del frontón, inaugurado en 1963 -en la entrada una inscripción lo recuerda: "La primera piedra de este frontón fue colocada el 3 de junio de 1962, inaugurándolo el 29 de junio de 1963, festividad de San Pedro Apóstol. Es obra del arquitecto Don Secundino Zuazo"-, millones de palabras, de apuestas y de gestas. "Si estas paredes hablaran...", analiza Beaskoetxea, quien debutó en Gernika "siendo un crío". "Yo no tenía miedo a jugar ante tanta gente, porque siempre he sido valiente a la hora de jugar. Además, yo era el de Gernika, el niño mimado, a mí se me consentía todo desde la grada. Y por aquel entonces ya había visto cómo se inauguraba este edificio", admite Beaskoetxea, cuyo hijo, Diego, ejerce también como pelotari en Estados Unidos pero "que se siente más presionado cuándo juega aquí que allí. En Gernika se siente con más tensión", desvela Urtubi. Así las cosas, con cada palmo de pared, de suelo y de asiento contando una historia diferente, sostienen en la entrada Luis y Gonzalo que "este es el tercer frontón que hemos tenido en la Villa: el primero data de 1853 y está considerado uno de los primeros de pared izquierda, siendo pionero; el segundo fue construido en 1925, obra de Castor Uriarte, pero llegó el bombardeo de Gernika y...". Y se perdió aquella edificación. Tuvieron que esperar los gernikarras 25 años hasta que Secundino Zuazo Ugalde, afamado arquitecto que "construyó obras tan importantes como el Palacio de la Música de Madrid o los Nuevos Ministerios; así como el frontón Recoletos", pusiera toda su ilusión en construir "el mejor frontón de todos". "El suelo continuo de hormigón, además de ser noble, está construido de forma flotante para evitar que coja humedad. Además, el frontis y el rebote están hechos con las mismas losas de Markina, pero si en un frontón normal las colocaban de 15 o 17 centímetros, Zuazo colocó de 22. Así suena la pelota. Parece que canta. Cuando bota la pelota o pega en el frontis tiene vida propia, la pelota habla al pelotari y le dice lo que debe de hacer. Le canta. Es un sonido precioso y único", desgrana Beaskoetxea. Luis continúa señalando las gradas desde la cancha, tan desangeladas pero tan bulliciosas en su tiempo, como en aquel Mundial del 91, una locura, y admite que "es una belleza particular que tenga 40 años, sitio para 2.000 espectadores, y ni una sola columna en las butacas de cancha. Fíjese, ni una. Además, Zuazo diseñó unos lucernarios enormes en el techo de la cancha, para aprovechar al máximo la luz natural, porque una edificación de estas características necesita mucho gasto de energía. El arquitecto estaba adelantado a su época por lo menos veinte años. Veremos si con el nombramiento como patrimonio cultural podemos tirar la cesta y el frontón hacia adelante".
Cuando recorren Beaskoetxea y Urtubi las callejuelas entre los patios de butacas recuerdan que "esto, en los 70, en los 80 y en los 90 estaba rebosar". Y en el anfiteatro de arriba, con una magnificencia que vive anclada en los años 60, los palcos se erigen como las zonas de mayor glamour. "Este era un sitio al que venía la gente y pagaba mucho dinero. El ambiente estaba abajo. Los chicos de la escuela, cuando se inauguró el Jai Alai, teníamos que sentarnos en las vigas que hay encima de los palcos para poder ver el partido. Fíjese que había igual 500 entradas de pasillo y aun así había mil personas metidas. Estaba todo el frontón a rebosar y no cabía ni un alfiler", analiza Gonzalo Beaskoetxea. Y al fondo de sus palabras y su mirada, un telón negro como el tizón, cuyo color emuló el frontón Bizkaia de Bilbao.
las entrañas del jai alai Luis Urtubi y Gonzalo Beaskoetxea, por su parte, andando por la instalación muestran el lado más grandioso: un teléfono del año 60, una sala para los guardarropas, despachos enormes para los empresarios que habitaron la instalación con sofás, mesas de roble y un tono amarillento en las paredes, que también sufren el paso del tiempo.
Mientras, el motor del frontón reside abajo. Alrededor de los vestuarios, grandes, enormes: un gimnasio, "apañado con máquinas de segunda mano" y una habitación de maquinaria dedicada a dar la vida a todo lo que está alrededor. "En el año 91, la edificación se modificó y se crearon unos vestuarios que algún jugador del Athletic ya me decía que eso no lo tenían ni en Lezama", dice Gonzalo. Y al fondo, una habitación con llave. "Esta maquinaria continúa igual. Normalmente tenemos que ponerlo a una fuerza mínima y ya da la energía necesaria", declara Urtubi. Pero, las entrañas son el alma del frontón. Gonzalo muestra las oficinas del pelotero y de los corredores, con mesas específicas para contar dinero. Gallardo, en una oficina con un espejo como ventanal, desde donde se preside la cancha, a la altura de las butacas, un recoveco para la empresa. "Aquí se colocan las pelotas, se preparan con una máquina y se tienen a una temperatura específica. Esta sala fue creada para eso", esgrime Urtubi. Una vitrina lo refrenda. Alrededor de 50 pelotas, cada una en su hueco, habitan allí. "Cada cuero está marcado, porque una vez que salen a la cancha tienen que estar un tiempo de reposo", remachan. Porque la pelota es un organismo "casi vivo" y Gernika es donde canta.