Adiós a Ángel Rosen, pionero del montañismo vasco
Nacido en Biarritz, delineante industrial de profesión y padre de juan Vallejo, ha fallecido a los 81 años
Uno de los pioneros del alpinismo de Euskal Herria falleció en la madrugada del lunes al martes. El mundo de la montaña llora la pérdida de Ángel Rosen, uno de los impulsores de la primera expedición vasca al Everest en 1974.
Nacido en Biarritz el 17 de julio de 1942 pero residente en Vitoria desde siempre, delineante industrial de profesión y padre de uno de los grandes de la montaña, Juan Vallejo, ha fallecido a los 81 años. Una noticia luctuosa que, además, llega en un momento donde estaba participando en los actos conmemorativos de los 50 años de la expedición Tximist al Everest (8.848 metros) en la que fue uno de los actores principales.
Las numerosas muestras de dolor llegaron ayer martes desde muchos ámbitos teniendo en cuenta la importancia de su figura. No en vano, Ángel Alexandre Vallejo Rosen fue uno de los 16 alpinistas que trataron de alcanzar la cima de la montaña más alta del planeta por primera vez en 1974.
El pasado 13 de mayo se cumplieron 50 años del día en el que la pionera expedición vasca Tximist, apoyada por el empresario vasco Juan Celaya, se quedó a tan solo 350 metros de la cumbre del techo del mundo.
Aquella primera ascensión vasco al Everest tuvo su prolegómeno unos años antes. Txomin Uriarte, presidente de la Fundación para el Museo Vasco de la Montaña e integrante de aquella expedición Tximist formada por 16 montañeros, recordaba hace unos días que el germen de aquella cordada comenzó a gestarse a partir de la primera ascensión que organizó la Federación Vasca de Montaña a los Andes peruanos.
Ese grupo de alpinistas vascos coronó tres cumbres vírgenes en la Cordillera Blanca. Tras partir del puerto de Santurtzi el 24 de abril de 1967, a bordo del buque alemán Barenstein, regresaba a casa unos meses después con el éxito y con el gusanillo en el cuerpo para alcanzar cotas mayores.
Eso sí, antes de arrancar con la planificación y ponerse con todo lo que ello conlleva tuvieron que solucionar una serie de problemas políticos surgidos tras las ascensiones en los Andes peruanos. Y es que el grupo de montañeros vascos sufrió en sus carnes la dureza del régimen franquista como recuerda Txomin Uriarte. “Habían llevado una ikurriña y eso era pecado mortal. Franco estaba en plena forma física y se lo hizo pagar”.
Efectivamente aquel viaje a los Andes estuvo salpicado por una fuerte polémica que acabó con la expulsión del grupo vasco de la Federación Española de Montaña y provocando a su vez que la Federación Vasca se disolviera en aquellos duros momentos. Los afectados y otra serie de compañeros tuvieron que hacerse socios del Club Alpino Francés en Bayona para tener seguro de accidentes.
Fue en esos momentos cuando surgió la posibilidad de ir al Everest. De la forma más curiosa, además. Durante un café de sobremesa en la calle Dato brotó de forma espontánea la idea: “¿Por qué no el Everest?”. Tres montañeros gasteiztarras estaban detrás de esta locura prácticamente “imposible” para la época.
Ese trío de pioneros del montañismo vasco lo conformaban Juan Ignacio Lorente, Ángel Rosen y Luis María Sáenz de Olazagoitia, a los que más tarde se unirían Juanito Cortázar y Juan Carlos Fernández de la Torre.
Poco a poco fueron perfilándose los detalles de una empresa sin precedentes que tardó la friolera de cinco años en llegar a buen puerto. Un arduo trabajo habida cuenta de todas las complicaciones que tuvieron que solventar por el camino. Solucionado el tema burocrático, algo que no fue en absoluto sencillo, ahora faltaba encontrar un patrocinador que apostase por un singular proyecto. Tampoco fue fácil.
Rosen recuerda cómo se tocaron muchas empresas potentes “aunque sin mucho éxito”. No se rindieron y a través de un conocido fueron a parar a Cegasa, la histórica firma de pilas fundada por Juan Celaya, quien no dudó en respaldar el proyecto pese a considerarles “unos chalados”. “Era un oñatiarra de pro, un enamorado de la cultura vasca al que le encantó la idea y estaba dispuesto a todo ya que lo consideró un proyecto de país”.
El empresario vasco no escatimó en gastos. Para evitar el recelo político y la animadversión, hubo de camuflarse incluso el nombre de la misma, que se llamó Tximist, la marca comercial de las afamadas pilas de Cegasa. Finalmente, el proyecto contó con un presupuesto de 15 millones de pesetas.