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El murciélago del mar

El zarauztarra Aitor Francesena se convierte en el primer campeón del mundo de surf adaptado para invidentes

El murciélago del mar

Aitor Francesena nació con un glaucoma congénito, una enfermedad que a la larga provoca ceguera irreversible. Así que este zarauztarra siempre ha vivido rápido. Reconoce haberse pasado toda su juventud corriendo, aprovechando cada segundo de visión que su afección le regalaba. “He mirado cada puesta de sol 20 minutos porque sabía que algún día no la volvería a ver”, explica mientras recuerda las sensaciones que le otorgaba un sentido para él ya perdido. Y fue esa necesidad de probarlo todo, de degustar cada sabor, la que le llevó al surf. Francesena decidió subirse a una tabla cuando en su casa este deporte estaba prohibido, demasiado peligroso para alguien que con 14 años ya había perdido la visión del ojo derecho. Así que como buen adolescente, al día siguiente ya estaba en el mar. Jornada tras jornada, el zarauztarra se colocaba su neopreno y besaba el salitre. Se convirtió en una de las caras más reconocidas de las playas vascas y así, mientras que en la arena era Francesena, en el mar todos le conocieron como Gallo.

Definitivamente, el surf era lo suyo. Era uno de los mejores de Zarautz, pero consciente de su enfermedad, decidió dar un paso diferente al resto. Quiso convertirse en entrenador. Crear una cantera vasca. Y descubrió que eso se le daba todavía mejor. Cogió a Aritz Aranburu, lo moldeó y le llevó a ser el mejor surfista europeo, le colocó en la primera división internacional. Mientras que nadie creía en ellos, fueron ascendiendo hasta la élite. Sin embargo, en 2011, tras un trasplante de córnea, un accidente con una ola le llevó a perder la visión del ojo izquierdo. Gallo se quedó completamente ciego. Así que tras 16 años entrenando a riders de primer nivel, Aitor volvió a coger su tabla y regresó al mar. “Ser ciego no me impide surfear. Querer es poder”, sentencia.

Y ahora, con 44 años, Gallo acaba de convertirse en el primer campeón del mundo de surf adaptado para invidentes. Era el debut de esta disciplina en un Mundial organizado por la Asociación Internacional de Surfistas (ISA) y ha sido este zarauztarra quien ha colocado su nombre en la primera página de esta gran historia. “En esta vida, tengas lo que tengas, sigue para delante. Con ilusión y con ganas se puede hacer de todo. Siempre”, es lo que acertó a decir, emocionado, cuando ya se supo campeón del mundo. Allí, sobre la fina arena de La Jolla Shore, en California, el surfista abrazó a Ibon Illamendi, su amigo desde que era pequeño y su guía en el mar. “Si no fuera por él, no surfearía todos los días y lo que me aporta este deporte es algo grande”, explica. Y es que Illamendi es sus ojos en el océano, le explica las condiciones del mar, por dónde entrar, le ayuda a remontar al pico y, lo más importante, le coloca en las olas. Sin embargo, después, Gallo surfea solo. Y sin vista: “Desde que perdí la visión tengo en cuenta mucho más los otros sentidos. El oído me ayuda mucho, soy un murciélago del mar, pero también el tacto. Hasta los pelos de la piel me dan información de que hay una pared cerca, cuando noto una brisilla es que ya se acaba la pared”.

una final reñida Aitor se plantó en la final del campeonato del mundo en la categoría de invidentes por méritos propios. Impresionando a medio planeta con un surf impropio de alguien que no ve. Consiguió siete de las diez mejores puntuaciones de todo el torneo y, en la manga definitiva, se encontró con el francés Gwendal Du Fretay, el australiano Matt Formston y el brasileño Elías Figue Diel. Fue el carioca el rival, dominó desde el principio, ya que se hizo con una buena ola y se colocó por delante en el marcador. El tiempo apremiaba y Gallo se removía en el agua, pero finalmente el zarauztarra consiguió un par de buenas puntuaciones para llevarse la txapela mundial por apenas 40 décimas (12.50 por los 12.10 del brasileño). “He estado toda la vida entrenando a mucha gente y al final he sido campeón del mundo yo. Es increíble. Es un sueño del que no quiero despertar”, concluye Aitor.