TAL vez sí que nos miraron un poco como a locos”, asegura Olivier Favresse (Bélgica, 1982) en el Casco Viejo de Bilbao, al que llega después de unos días haciendo surf por la costa vasca, mientras espera a los otros tres componentes de un grupo muy especial. Faltan, porque han estado escalando en roca “tirando hacia Burgos”, su hermano Nicolas (Bélgica, 1980), Sean Villanueva (Irlanda, 1981) y el capitán y reverendo Bob Shepton (Reino Unido, 1935), que llegan un pelín más tarde. Hablaba el escalador belga de cómo algunos les miraban diferente por cargar con los instrumentos en cada una de sus expediciones: él, Olivier, con un acordeón, y su hermano, con una mandolina de cuatro cuerdas. Curioso. El anuncio de Vodafone en el que estaban Villanueva y los Favresse les puso la lupa ante el gran público, pero ellos ya llevaban años con lo suyo; de hecho, el grupo, junto a Ben Ditto, se llevó el Piolet de Oro en 2011 por una expedición por Groenlandia. Continúa Olivier, con una sonrisa, que, después, los que se fijaban en ellos “se unían a la fiesta”. Ayer lo demostraron en las Jornadas de Montaña organizadas por Gaillurra Mendi Taldea, con el patrocinio de DEIA, donde ofrecieron una conferencia amenizada con música en directo.

Cuentan que “la música nos ayuda”. “Nosotros antes de escalar ya tocábamos instrumentos. Siempre nos gustó la música. A mi primer viaje a escalar llevé la guitarra y vi que era algo muy chulo para dar ambiente. Poco a poco era parte del material de escalada”, comenta Nicolas. La cosa no se quedó ahí. Tenían claro que cuando le metieran más caña al deporte, las canciones les iban a acompañar. “Si íbamos a grandes paredes los íbamos a llevar. Era un poco una broma, pero vimos que era muy interesante cómo en esas grandes paredes la música se mezcla con la ilusión, el miedo y la aventura. Eso sirve de inspiración para tocar”, certifican. Apostillan que “estás con energía, cansado, con miedo, pero tocas algo y se te quita todo lo malo. Cuanto más miedo y peor lo pasas, más entras en la música. Es interesante para la forma en la que vives la escalada”. No obstante, recita Olivier que para él no era “tan fácil”. “Un acordeón pesa bastante. Encontré uno más pequeño, de un kilo, y con eso voy a las aventuras”, asiente.

Admiten que “cuando tocamos, podemos mantener la cabeza en nuestro sitio. Podemos aterrizar y sentirnos mucho más tranquilos”. “La música ayuda a ver las cosas con perspectiva”, dice Nicolas. “También es verdad que es cuando más tiempo tenemos para tocar. En las expediciones puedes improvisar todo lo que quieras”, anuncia Olivier.

Se transforma el punto de vista, como un camaleón, pero según ellos también cambian las canciones y el espíritu. Sean Villanueva es otro de los componentes del grupo, es irlandés, de padre madrileño y vive en Bélgica, y él se encarga de poner la cultura celta con su flauta. “Tocamos muchas veces folk”, declaran. De hecho, en un descuido, en mitad del Casco Viejo, mientras se fotografían, comienzan a armar un concierto imprevisto. El Capitán Bob toca las percusiones. Es un hombre de bandera con ochenta años, que ha dormido en casa de uno de los componentes de Gaillurra Mendi Taldea, organizador de las charlas sobre montaña anuales que celebran en Bidebarrieta. “En las paredes, improvisamos. Es muy distinta la forma de tocar aquí abajo que allí”, dicen. “Podríamos ir sin la guitarra, pero no es lo mismo. En los Alpes, subes al refugio y la gente flipa. Los que quieren encarar algo para el día siguiente suelen ponerse pesados y eso ayuda a romper la distancia”, apostilla Nicolas.

aventuras en groenlandia Fue Shepton uno de los ejes en los que giraron las dos aventuras en Groenlandia. La primera fue en 2010 y después volvieron en 2014, pero con la intención de hacer algo diferente: la isla de Baffin. Tierra virgen. “Es salvaje. Hemos pasado mes y medio y solo vimos dos barcos. Hay paredes por todos lados, osos polares y ballenas”, manifiestan. Incluso, Bob tenía que ir con escopeta para prevenir. Olivier vio a un oso muy cerca. “Iba con Ben Ditto caminando a cumbre, me encontré un oso polar a siete metros. Tuve suerte. La única explicación de que estuviera allí era porque nos siguió desde la costa”, rememora. El Capitán Bob fue otro descubrimiento. “Le conocimos por correo electrónico. Nos dijo que sabía de unas paredes muy buenas, pero que teníamos que ir con él en el velero”, anuncian los Favresse, que agregan que “supimos que conectábamos nada más subir al barco: estaba muy desordenado”. Desde entonces, el feeling es brutal.