El ave fénix de las nieves
Andreas Fransson vuelve a la vida tras un grave accidente para ser el mejor esquiador extremo
bilbao
hACE año y medio, en la primavera de 2010, Andreas Fransson miró a la muerte a los ojos y consiguió sobrevivir para contarlo. Alpinista y esquiador, tiene memorizadas cada una de las espectaculares vías abiertas de los Alpes franceses, pero la seguridad que otorga tanto conocimiento le jugó una mala pasada que por poco le cuesta la vida. Inesperadamente, en pleno rápel de descenso, una avalancha se lanzó en su contra, la nieve desapareció bajo sus pies y se vio cayendo desde casi 200 metros de altura. Sin arnés ni sujeción, fue víctima de la despiadada gravedad y chocó de bruces con el duro hielo, convertido en espontáneo suelo. El cuello realizó un giro antinatural, el sueco destrozó la mitad superior de su cuerpo y lo último que pudo escuchar fueron los chasquidos que 15 huesos murmuraron tímidamente al romperse. Perdió el conocimiento, rodeado de frío y nieve, y muchos temieron por su vida. "Puede haber un día en el que ya no esté aquí", dijo el esquiador a su padre en una de las primeras conversaciones que mantuvo tras el accidente. Y, de hecho, el Fransson conocido no sobrevivió, sino que resurgió de sus cenizas heladas para convertirse en el esquiador extremo más laureado del momento. Así nació el entusiasta de la vida radical, demasiado consciente de la muerte; el filósofo que adoptó como mejor amigo al miedo.
Tan solo un año después del fatal incidente, tras haber dejado parte de su alma en aquella vía, este raro híbrido entre experto escalador alpino y gran esquiador de montaña se levantó de la cama y regresó a la cumbre. Su nuevo lema "guía, no sigas", le dio un enfoque diferente, radical, a su visión de la vida. Y aunque es consciente de que su nueva filosofía invita a tomar una cantidad ridícula de riesgos, la recuerda a cada momento. De hecho, Fransson considera que el accidente que le tuvo tonteando con la muerte puede ser una de las mejores cosas que le han pasado. Así, apenas 12 meses después, con 28 años, el sueco se calzó los esquís y comenzó el reto de realizar descensos que todavía no existían pero que su imaginación dibujaba como factibles. Y por eso, por su visión, por su habilidad para ver las líneas donde otros solo perciben lo imposible, es uno de los referentes indiscutibles del esquí extremo.
De esta forma, Fransson volvió a encontrarse con la oscuridad de la noche en la montaña y con el frío congelándole los músculos que recubrían los huesos restablecidos. Sonrió ante el miedo. Hasta donde alcanzaba su mirada, solo veía blanco, y las nubes se movían bajo sus pies al son del gélido viento. Se escondió bajo un acantilado durante horas, tantas que es incapaz de recordarlas, para evitar la cascada de rocas que caían amenazando su cabeza. Y por fin vislumbró la vía por la que descendería para juntarse con los demás mortales. Se puso la mochila y comenzó a fluir sobre la nieve, con los brazos en alto, disfrutando de la brisa que chocaba contra su cara y dejando el primer rastro humano en esa ladera. Sintió más que nunca la cicatriz que recorría su cuello. Y volvió a sonreír, aunque nadie pudiera verlo.
A diferencia de la mayoría de sus compañeros, Fransson prefiere esquiar solo, mano a mano en una cita elegante con la montaña. Ascender a su propio ritmo y descender por el camino que eligió su trabajada intuición. "No tengo problemas con morir por lo que hago, pero no quiero que la gente que esquía conmigo vea la cara de su destino. Por eso me gusta esquiar solo", explica el sueco. No cree en el pasado y no presume de lo logrado, sino que tan solo gasta su tiempo en vivir algo nuevo. Es decir, el sueco no busca espectaculares vías vírgenes con las que engrosar aún más su nombre, sino que se decide por lugares que le proporcionan ese toque de miedo que tan vivo le hace sentir: "He sido un esquiador toda mi vida y en las montañas he vivido momentos que van más allá de la imaginación", admite. Y por eso se define como un yonqui de la vida: "En primer lugar hay que entender lo que es un yonqui. Creo que es alguien que nunca duerme. No físicamente, por supuesto, pero sí en su mente. Alguien que está siempre despierto, totalmente consciente. Creo que el esquí y la mayoría de los deportes de acción pueden arrastrar a ese estado o nivel de conciencia" , explica.
mendi film festival La historia de Andreas Fransson, su accidente y espectacular recuperación, quedaron recogidas en una película que podrá verse esta tarde (16.00 horas, Sala BBK de la Gran Vía) en el Kutxabank Mendi Film Festival. Bajo el título Tempting Fear (Miedo tentador), el esquiador sueco explora un sitio en el que el miedo se apodera de todas las emociones y comparte sus reflexiones sobre el significado que adquieren las cosas cuando se mantiene una vida al límite. De esta forma, Fransson, convertido ya en el esquiador extremo más atrevido de toda una generación, expone en menos de media hora gran parte de sus impresionantes descensos realizados en media docena de países.
Junto a su película, podrá visionarse Oju Peligru de David Palmdada y El Eiger,cine y literatura de Javier Aldama, entre otros muchos grandes títulos del cine de montaña que esta tarde trae el festival.