El movimiento cooperativo de Mondragón, impulsado por don José María Arizmendiarrieta desde 1951, ha dado lugar a tres grupos corporativos (Corporación Mondragón, Grupo Ulma y Grupo Orona) que aglutinan cerca de 300 empresas y emplean a unas 80.000 personas en 40 países. En origen y en esencia, es un cooperativismo basado en la propiedad y gestión comunes: los trabajadores son socios capitalistas y cada uno tiene un voto en la asamblea. (Aunque la expansión ha exigido posteriormente algunas modificaciones).
¿En qué se basa esta historia de éxito que ha llegado a pasar a los libros de management? En este artículo sintetizamos las experiencias relatadas por algunos protagonistas de los inicios del movimiento cooperativo de Mondragón. Sus respuestas reflejan la influencia de don José María y del ideal cooperativo en sus vidas, sus experiencias personales y empresariales, el sentido y valor del cooperativismo de entonces y su vigencia hoy.
El influjo personal de Arizmendiarrieta
A don José María le preocupaba la promoción personal, técnica, económica y social de los trabajadores, por ello intentó implementar ideas de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Se fijó, particularmente, en la que propugna que los empleados participen en la propiedad de la empresa (Rerum novarum, León XIII, 1891, Quadragesimo anno, Pío XI, 1931). Las empresas capitalistas del momento no entendían ese lenguaje (hoy han cambiado algo las cosas) y don José María buscó una solución: que el obrero se hiciera propietario. La virtud de don José María no fue la audacia de proponer a los jóvenes un cambio de vida laboral radical, sino la fe en que eso podía funcionar y la fuerza para empujar, contra viento y marea, a quienes se aventuraron a seguirle.
Ser propietario y trabajador a la vez y compartirlo de manera solidaria, resultó muy atractivo para aquellos jóvenes. No es fácil explicarlo, porque trabajaban y no les iba mal; pero también eran ambiciosos, tenían una idea de la sociedad que les rodeaba y en el ambiente se palpaba el influjo de ideas sociales y de preocupación por el desarrollo del propio pueblo. Las palabras de don José María cayeron en tierra fértil.
Una vida con sentido
Todos los que estuvieron en la primera hora señalan que don José María y la doctrina cooperativa les cambió la vida; el cooperativismo les hizo vivir una vida plena, satisfactoria, con un notable influjo también en la vida familiar. Uno de los testimonios reflexiona sobre la empresa. Resulta una definición inspiradora: una empresa, dice “es una obra de arte, es creación, es coger elementos difusos que aislados no significan nada, los pones en conjunto y creas un proyecto para dar vida y horizonte de futuro a otras personas”. La imagen responde a la experiencia cooperativa: hacer algo nuevo, imaginativo, capaz de dar vida y mejorar a todos. Es la ilusión de la experiencia del trabajo solidario; tras ella late la dignidad de la persona, no en abstracto, sino de cada una de las personas, que el espíritu cooperativo realza.
Los cooperativistas asumieron criterios inculcados por don José María. Son ideas variadas, como que había que asumir riesgos, que el saber les haría libres, o la importancia del trabajo social. Arizmendiarrieta les impulsaba a saber cada día más, a capacitarse para poder servir, para innovar, para transformarse ellos mismos y transformar la sociedad que les rodeaba. El cooperativismo respondía a las necesidades latentes de la sociedad de entonces: pobreza heredada, falta de trabajo, escasa formación de muchos jóvenes. Las ideas de Arizmendiarrieta resultaban revolucionarias y abrían muchas posibilidades. Era un mundo inexistente que podría hacerse realidad, una revolución pacífica, sin partidismos ni ideología política. Don José María parecía ver el futuro y transmitía esperanza.
Detrás de lo inmediato (hacer la cooperativa), el ideal de Arizmendiarrieta contiene otros elementos que se mueven en línea con principios y valores de la DSI (destino universal de los bienes, la persona y el trabajo en el centro, no la ganancia; trabajo decente que permita desplegar las capacidades personales, una economía al servicio del ser humano). Hacer esto vida exigía practicar muchas virtudes personales. Los primeros las vieron en don José María, y él supo presentarlas, sencillamente con su ejemplo, como un ideal de vida. Al vivirlas experimentaron también las ventajas de la solidaridad, del compañerismo y de la amistad que llevaba a trabajar mucho, a ayudarse también en la vida cotidiana y familiar. Ciertamente, les costó enorme esfuerzo. Tuvieron que asumir innumerables horas de trabajo, de estudio, viajes y gestiones de todo tipo.
Un cambio integral
Con su modelo cooperativo, Don José María pretendía un cambio integral: no solo transformación de las empresas, sino de las estructuras sociales y, fundamentalmente, de las conciencias. Había que cambiar el mundo formando personas transformadoras. Por eso se preocupó de manera particular, por la educación. Comenzó en la Escuela de Aprendices. Ahí la gente, aún joven, aprendía a ser cooperativista porque ser cooperativista es una mentalidad que se obtiene a través de una formación recibida desde joven. Luego, la formación tenía que ser gradual para ir alcanzando niveles cada vez más altos. Los cooperativistas se preocuparon de estudiar donde se podía, pero Arizmendiarrieta quiso también crear nuevas instituciones docentes cooperativas. Así surgió la Escuela de Formación Profesional para la formación técnica, y más tarde la Universidad de Mondragón.
Esta visión humanista ¿puede rebajar las expectativas de crecimiento? La respuesta es el éxito de las empresas y grupos cooperativos. Si se hace bien, la solidaridad es tan rentable como cualquier empresa bien gestionada. Pero, además, la cooperativa extiende la rentabilidad a otros ámbitos sociales porque el beneficio se reparte.
Por otro lado, entienden que es un error enfrentar los valores a la competitividad; ninguna empresa competitiva flaquea en valores. Así, el cooperativismo puede ser una de las mejores alternativas para una economía productiva y justa a la vez. Frente a otros modelos, las cooperativas, aparte de su solidaridad interna y gestión participativa, incluyen muchas medidas favorables a los trabajadores, como los propios testigos afirman y han experimentado.
El futuro
Al cooperativismo hoy le preocupa el futuro. Su ideal exige virtudes específicas. Primero persona, después cooperativista, luego empresario. El modelo se basa en principios cristianos, si bien pueden vivirlos personas con valores porque no son exclusivos del cristianismo. Aunque la sociedad esté secularizada son también valores históricos de Occidente. El problema es que las ideas básicas del cooperativismo no están de moda, nadie parece hoy dispuesto a arrostrar los esfuerzos y renuncias que la solidaridad exige.
La mentalidad materialista, individualista y egoísta es ahora dominante. El Papa Francisco habló de una economía que mata, que no es la economía de mercado, que admite la sana competencia y las justas ganancias, sino una actitud privada de toda ética, como señaló san Juan Pablo II en Centesimus annus. En este ambiente el cooperativismo tendría poco futuro. Pero también hay síntomas de esperanza, no todo es así; por ejemplo, las cooperativas existen y, con la siempre necesaria renovación, podrán extender su espíritu y ser imitadas en sus valores incluso por otras empresas con fórmulas jurídicas.
Universidad de Navarra. Colaborador de Arizmendiarrieta Kristau Fundazioa