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Tribuna abierta

¡Manca finezza!

“Yo el poder no lo concibo como un cargo público, como un mandato político. El poder lo entiendo en términos de influencia sobre la opinión pública” (Giulio Andreotti)

¡Manca finezza! La expresión se la atribuyen a los políticos italianos Amintore Fanfani y Giulio Andreotti. El caso es que viene bien resumir con ella, de forma fina, la bronca española en las Cortes Generales. Nada que ver con el debate de Política General del jueves 18 en el Parlamento Vasco. Hubo discrepancia, pero no insultos. Hubo denuncias, pero no faltas de respeto. Se cuidó el tono y una cierta elegancia a la hora de expresar la política, a años luz, asimismo, de lo que fue en el pasado la bronca en ese mismo Parlamento con gritos, puños en alto, sacos de cal, secuestro de parlamentarios. Mil veces mejor así. Avanzamos y es preciso destacarlo.

Y ya que hablamos de italianos, publicamos una buena foto de Arzalluz entre dos personalidades únicas de la política italiana y europea, como el expresidente de Italia Francesco Cossiga y el siete veces primer ministro Giulio Andreotti. Y es que en aquellos años de la Unión Europea Demócrata Cristiana, que ayudamos a fundar como partido en 1947, la relación fue muy fluida. Aldo Moro, el primer ministro asesinado, preparaba su viaje a Euzkadi cuando fue secuestrado y asesinado en mayo de 1978.

Las reflexiones del viejo zorro

Siempre me llamó la atención este personaje democristiano italiano, siete veces primer ministro y más de una veintena de ocasiones ministro de Finanzas, Tesoro, Defensa, Industria o Asuntos Exteriores, así como encausado por una poco clara acusación de conexión con la mafia. La última vez que le vi, en Atenas, en un congreso de la democracia cristiana europea, seguía con atención los debates, tomaba notas e intervenía, aunque no nos gustara que nos tumbara una enmienda sobre la regionalización de Europa. Seguramente pensaba en la Liga Norte -él era romano- y es preciso destacar que su figura presidió Italia de una manera casi total durante cuatro décadas.

Tras aquella votación tuve oportunidad de hablar con él. Me reconoció que el Comité de las Regiones de la Unión Europea no era la plataforma adecuada para naciones sin Estado como Escocia, Catalunya, Euzkadi, Flandes, Gales, la Padania y Galicia, pero que si se debilitaban los Estados se debilitaba la Unión Europea, a la que le costaba mucho superar las fronteras puestas ahí por la historia. También me hizo un comentario interesante sobre el PNV.

Él había vivido en el Vaticano y había tenido mucha relación con el papa Pío XII. “Seguí muy de cerca lo duro que fue mantener una relación de apoyo sin fisuras a una dictadura como la de Franco, que se presentaba ante el mundo como una lucha del bien contra el mal. Una cruzada. El general y los obispos desde su falsa cruzada, y los republicanos desde su legitimidad, pero abandonados por la Sociedad de Naciones y el Comité de No Intervención, crearon mucha zozobra y, dentro de esa lucha, estaban ustedes, me refiero a su partido, un partido católico de un país muy pequeño pero con muchos misioneros y santos como San Ignacio y San Francisco Javier, alineados con los republicanos y apoyados por la intelectualidad católica de Francia.

“Aunque no lo crea, se presionó mucho a la dictadura del general Franco para que no se excediera como lo hacía. Y, posteriormente, durante aquel Juicio que hubo, el de Burgos, nosotros apoyamos la petición de un indulto, pero tengo que reconocerle que la llamada política de Estado hacía que, entre la no injerencia y el peligro de un desbordamiento, no se hiciera lo que se debería haber hecho”. Todo esto me lo comentó en un aparte, masticando sus palabras y mirando al infinito. Fue una escena casi como la de El Padrino: escuchar a aquel testigo de la historia casi susurrando en una sala con densos cortinones. La tengo grabada en el recuerdo por inusual y por la personalidad que me comentaba lo anterior casi como una confesión. Le agradecí su sinceridad y lamento no haber podido alargar la conversación, pues su secretario reclamó su presencia. A esas reuniones, ya como senador vitalicio, iba siempre acompañado por su esposa.

Le vi en esos años finales, con su creciente joroba, coincidiendo con él en reuniones de la Unión Interparlamentaria y en otras de signo europeo. No se podía dejar de reconocer que el personaje era un fuera de serie. Maquiavelo lo hubiera elegido como retrato de otro Príncipe. Se le trataba con sumo respeto, a pesar de que describió bien en su libro que un “proceso judicial puede ser más sutil que un asesinato”.

Sus frases redondas sobre la acción política quedaron acuñadas, sobre todo aquella que debió decir: que el poder desgasta, pero más desgasta no tenerlo. O una tan democristiana en la que afirmaba: “El Evangelio invita al cristiano a ofrecer la otra mejilla. Pero no tenemos tres mejillas, tenemos solo dos. Y, una vez ofrecida la segunda, el Libro Sagrado no especifica”. O esta, menos conocida: “Al fin y al cabo, un desmentido es una noticia que se da dos veces”.

Indro Montanelli, que le conoció bien, escribió a su vez en su libro Memorias de un periodista esta foto de Andreotti: “En cierta ocasión escribí en el Corriere que todas las mañanas Andreotti y De Gasperi iban juntos a la iglesia y se sentaban en el mismo banco, donde aparentemente hacían lo mismo: rezar. Pues no. De Gasperi hablaba con Dios, Andreotti hablaba con el cura. Cuando escribí esto, recibí una breve misiva suya: ‘Tiene razón. Pero, por lo menos, a mí el cura me contesta’”. Con su estilo aterciopelado, con su incomparable agudeza, Andreotti fue sin duda un gran político, pero a la italiana, quiero decir, propenso a considerar a los hombres como una mezcla de miserias y debilidades, acomodándose a éstas… Y conocía la maquinaria del Estado como nadie, porque tuvo experiencia viva de cada uno de sus engranajes, dejando en todas partes el recuerdo de un hombre competente.

De prima Re Publica

Andreotti escribió un libro, De prima Re Publica, sobre la historia de la República italiana desde el referéndum sobre la monarquía en 1946 hasta aquellos días. Y es que en 1946, solo el PNV y un partido suizo acudimos al Congreso de la naciente DCI en Roma, tras la guerra mundial, donde emergió con fuerza la figura del europeísta Alcide de Gasperi, siendo Andreotti su secretario. Y fue también en aquella oportunidad en la que no triunfaron las presiones de la embajada franquista en Roma y el exdiputado alavés Javier Landaburu fue el invitado más importante de aquel partido, la DCI, que iniciaba una singladura. El libro, pues, es muy interesante.

“Mi libro -dice Andreotti- traduce una preocupación personal por el hecho de que muchos de los nuevos políticos saben poco o nada de lo que hicimos nosotros en el pasado. Hay una tendencia a cancelar todo lo que significa ‘viejo sistema’ o ‘viejo régimen’, lo que permite a los políticos de hoy poder decir ‘nosotros somos estupendos’ y ‘nuestros predecesores no hicieron más que barbaridades’.

“Italia tiene una serie de problemas justamente porque ha crecido rápidamente, y es verdad que si un defecto puede achacársele es el no haber entendido que una sociedad que crecía de manera tan rápida a nivel económico, en calidad de vida, tenía necesidad de construir ese progreso sobre una base moral más fuerte. Considero que la crítica de Pier Paolo Pasolini a la DC, acusándonos de materialistas y recordándonos que ‘non in solo pane vivit homo’, fue válida. Aquello merecía una reflexión que no hicimos entonces porque lo consideramos un ataque político”.

“Yo el poder no lo concibo como un cargo público, como un mandato político. El poder lo entiendo en términos de influencia sobre la opinión pública. El gran periodista Indro Montanelli, por ejemplo, tuvo más poder que un ministro. Bajo esta perspectiva, pienso que el poder no desgasta si uno sabe comunicarse con la gente. Naturalmente, si se contempla el poder como ejercicio de un mandato, como un cargo público, sí que puede desgastar, incluso interiormente. Dicho esto, me parece que una cierta profesionalidad política siempre cuenta, porque hoy estamos asistiendo precisamente a una gran falta de preparación para la vida pública e incluso del gusto de hacer política”.

Seguiría transcribiendo pensamientos de un político a tiempo completo que, a pesar de sus avatares, tiene ya, tras su fallecimiento en 2013, su reconocimiento público. Al viejo zorro nadie pudo llevarle a la peletería, esa a la que le han llevado las reyertas italianas tras el hundimiento del Muro y el fin de la política de bloques.

Traigo estas reflexiones a colación porque son aplicables a la política vasca. Se va muy deprisa, hay gentes que no desean poner el retrovisor de manera muy intencionada y falta pedagogía diaria sobre de qué se trata esto de una política de futuro con memoria. Animaría a los chavales a leer un poco de historia para lograr una mayor perspectiva de las cosas. Se entenderían mejor las claves de la política y el porqué hemos durado tanto como partido, 130 años, superando a grupos que basan su atractivo y sus posibilidades en engañar o en el desconocimiento de la historia por parte de unas generaciones a las que nadie ha enseñado qué ocurrió de verdad en Europa, en España o en Euzkadi en este siglo.

Y como decía sabiamente el viejo zorro: “No solo de pan vive el hombre”.