El Gobierno vasco, a través de la sociedad pública Ihobe y con la colaboración de la Agencia Vasca de Meteorología, Euskalmet, ha publicado el primer informe que realiza un análisis detallado de la evolución climática en el territorio desde 1970 y hasta 2023, año de registro con los últimos datos disponibles.
El cambio climático es uno de los principales, si no el principal, al que nos enfrentamos como sociedad a nivel planetario y en Euskadi. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas, más conocido por sus siglas en inglés, IPCC, ya lo dijo que las causas del cambio climático son antropogénicas, es decir, están provocadas por las actividades humanas, principalmente a través de los gases de efectos invernadero, producto de la combustión de los combustibles fósiles.
Tal y como se viene a decir en la publicación del Gobierno vasco, Europa es el continente que más rápido se está calentando y en Euskadi los años 2022 y 2023 fueron los dos años más cálidos registrados hasta la fecha. Concretamente, la temperatura en 2023 fue en torno a 1,3°C superior al período de referencia 1991-2020.
En Euskadi se pueden diferenciar dos zonas climáticas, una atlántica y una mediterránea, así como una zona de transición. Su clima se halla condicionado por su ubicación geográfica, en la que cobra especial relevancia la influencia del golfo de Bizkaia, su proximidad con los Pirineos y el relativamente elevado gradiente altitudinal, pasando del nivel del mar a altitudes considerables en pocos kilómetros. En consecuencia, el cambio climático en Euskadi merece una atención especial, más allá de la clasificación regional empleada por el IPCC, esto es: norte de Europa, Europa central y oeste, Europa del este y región mediterránea, siendo un claro ejemplo el análisis de la precipitación, que en Euskadi no responde a las tendencias de las áreas mencionadas, lo que evidencia la necesidad de realizar este estudio, como herramienta tanto para el público en general, como para agentes privados e institucionales de Euskadi.
De la publicación del Gobierno vasco, se pueden entresacar los siguientes datos que determinan la evolución del clima en las últimas décadas, como más importantes:
Euskadi se calentó a un ritmo en torno a 0,3°C por década desde 1970. La tendencia significativa del calentamiento a largo plazo implica que la mayoría de los años son ahora más cálidos que casi todo los observados durante el siglo XX. La década 2014-2023 fue 0,6°C más cálida que el período 1991-2020 y 1,1°C más cálida que 1971-2000.
Otro dato muy significativo son los días de olas de calor, que han aumentado más de un día por década y la temperatura máxima media registrada en los episodios de calor también muestra un incremento. El evento más largo de la CAPV se registró en 2003, con entre doce y trece días de duración y el 2022 fue un año sin precedentes, con más de veintitrés días de olas de calor.
En relación con las precipitaciones, mientras que en Europa la precipitación ha aumentado significativamente, con importantes diferencias regionales, en Euskadi no presenta tendencias claras.
Por otra parte, la temperatura superficial del mar está aumentando globalmente. En 2023 la temperatura media de la superficie del mar en las costas de Euskadi fue la más cálida registrada. Y, en cuanto a la subida del mar, desde comienzos del siglo XX y hasta el 2018 el promedio global del nivel del mar aumentó en torno a 20 cm. Entre 1993 y 2023, período con registros satelitales, el nivel global del mar subió en torno a 3,6 mm anuales.
La pérdida de las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida contribuyó en más de 20 mm al aumento global del nivel del mar durante el periodo 1992-2020.
Vistos estos datos, urge redoblar la acción climática, y preguntarnos si estamos haciendo todo lo posible por cambiar el rumbo. La mitigación y la adaptación son las dos estrategias de las que depende la lucha contra el cambio climático. Las de mitigación del cambio climático limitan y reducen las emisiones a la atmósfera, y las de adaptación abordan sus impactos y sus riesgos y reducen las vulnerabilidades frente a él.
El Acuerdo de París establece en 2015 el objetivo a largo plazo de mantener el aumento de la temperatura mundial muy por debajo de 2°C, y proseguir con los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5°C con respecto a los niveles preindustriales. No obstante, al actual ritmo de emisiones de CO2 a la atmósfera, la humanidad solo tiene tres años para contener el calentamiento global en un nivel seguro; es decir, por debajo de 1,5°C respecto a los niveles preindustriales. Así se desprende del tercer informe Indicadores del Cambio Climático Global, realizado por un equipo de más de 60 científicos de 17 países y publicado el pasado jueves 19 de junio en la revista Earth System Science Data. Por lo tanto, los resultados son muy escasos.
En cuanto a las emisiones de gases de efecto invernadero (GEIs) en Euskadi, el último inventario estima que en 2023 las emisiones disminuyeron un 8,4% respecto al año 2022, lo que implica una reducción del 33% respecto al año 2005, que se encuentra en la senda de la reducción marcada (-45% señala la Ley vasca Cambio Climático para 2030), y del 18% respecto a 1990, muy lejos del objetivo que marca la EU de un 55% en 2030.
Sin duda, un aspecto cada vez más importante en la acción climática son las políticas de adaptación al nuevo escenario. Y, en ello, las ciudades y los municipios, con los ayuntamientos y otras entidades locales, tienen una importancia capital en la lucha contra el cambio climático, más concretamente en la adaptación climática. Aunque el marco normativo general corresponde a la UE y al Estado, muchas de las decisiones y actuaciones sobre el territorio son competencia de las Comunidades Autónomas y los municipios. Además, las administraciones locales tienen un canal de comunicación directa con la ciudadanía que pueden crear sistemas de participación social muy adecuados, que impliquen y empujen hacia un imperioso cambio de rumbo.
En su seno se determinan muchas cuestiones relativas al uso del suelo y las medidas y las prácticas con las que se puede reducir la vulnerabilidad. Entre otras cosas, pueden aumentar las zonas verdes; utilizar pavimentos y materiales naturales para bajar la temperatura de los municipios -hasta más de 4°C- y facilitar la captación de agua de lluvia por el suelo; pueden diseñar parques inundables, y reforestar riberas fluviales para contener el impacto de las inundaciones; levantar barreras naturales para proteger los entornos urbanizados; y, como medida fundamental, reubicar, en la medida de lo posible, las infraestructuras y construcciones vulnerables. En definitiva, planificar los espacios urbanos con una perspectiva integral del territorio y de los riesgos, ya que no podemos seguir pavimentando municipios e impermeabilizando cada vez más zonas urbanas, ajenos a la crisis climática.
Experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente