Vivimos tiempos convulsos, provocados por los cambios acelerados de todo orden y, como decía el filósofo crítico norteamericano, Eric Hoffer, “En tiempos de cambio, quienes están abiertos al aprendizaje se adueñan del futuro, mientras que quienes creen saberlo todo estarán bien equipados para un mundo que ya no existe”. ¿Estamos en un cambio de paradigma?, ¿en los márgenes de un colapso de civilizaciones, utilizando una expresión de Arnold Toynbee?, o ¿simplemente en un choque utilizando la de Huntington?, no lo sé. Lo que, si sé, es que gran parte de las categorías culturales que hemos utilizado con excesiva frivolidad los occidentales, como expresión de una supuesta razón moral de índole superior a otras sociedades, a primera vista menos desarrolladas, han caído hechas añicos. Lo mismo ha sucedido en el ámbito socioeconómico. Si ha habido algún dogma que ha servido de legitimación al capitalismo, desde sus orígenes hasta nuestros días, este ha sido el relativo a la importancia del Mercado como institución autorreguladora al margen del Estado. Pero, el caso DeepSeek ilustra mejor que nada el agotamiento de este tipo de mantras repetidos hasta la saciedad por los dirigentes occidentales. Y es que, el gran chasco generado por el sorpasso de DeepSeek sobre otros modelos de IA, no ha sido debido a su supuesta superioridad/inferioridad, si no debido a la constatación de que modelos mucho más intervencionistas, hasta si se quiere con cierto tono autoritario, como en el caso de China, han sido y son infinitamente más eficientes en la asignación de recursos operativos, que aquellos otros procedentes de sociedades en las que se pregonan las bondades del mercado y que, paradójicamente, tienden al despilfarro. Y no es el único caso. Y es que, el mundo ha cambiado, está cambiando, hasta tal punto de que las certezas del ayer han devenido en los problemas de hoy. Como afirma el economista turco y profesor, Dani Rodrik en su excelente libro, la paradoja de la globalización, hoy tenemos que elegir ya que no podemos perseguir simultáneamente democracia, autodeterminación nacional y globalización económica.

Euskadi, ¿hacia dónde vamos?, riesgos e incertidumbres

Si este es el escenario general, en el caso de Euskadi, el desafío no es menor. Venimos navegando, impulsados por la inercia de los vientos de la década “prodigiosa” de los 90. Aun a riesgo de una cierta simplificación, no es una exageración decir que esta década marcó un antes y un después en la historia reciente de Euskadi. Esta época representa, por una parte, la salida a la crisis del tejido productivo vasco de los años 80, no hay más que acordarse de la situación de deterioro en que se vivía, recogida en distintos documentos y revistas oficiales bajo el epígrafe: Áreas industriales en crisis (MOPU, 1988). Fue el momento de la gran transformación en la que, al pairo de los vientos europeos (DATAR) se acuñaron nuevos conceptos como el de centralidad cultural que está en la base de todo el resurgimiento vivido posteriormente. De este modo, la sociedad industrial (hasta entonces) vasca, incorporó la dimensión de consumo (turismo, ocio, gastronomía…), como expresión del cambio de estrategia en un momento en el que la recomposición del tejido productivo y la urgencia de buscar una salida a la crisis primaban sobre el resto.

El revolcón demográfico

Y, en este lapso de 30 años aproximadamente, la situación ha cambiado radicalmente, hasta el punto de que poco o nada tiene que ver con la de entonces. En el fondo de esta transformación radical de la sociedad vasca, operada en los últimos años, destaca sobre el resto, la variable demográfica, y que, debido al reducido tamaño de la CAE, actúa como un vector de crisis permanente ya que en la dirección que tome nos jugamos nuestra propia supervivencia como país.

En este sentido, lo primero que hay que destacar en este microcosmos demográfico regresivo, de apenas dos millones de personas que constituye la sociedad vasca es que no tiene garantizado su reemplazo, al menos en los términos de antaño. Es más, los incrementos modestos de población de la CAE experimentados en los últimos años, se deben a la inmigración, lo cual va a exigir un replanteamiento global de los criterios de pertenencia e integración. Si los años 60-80 del siglo pasado supusieron demográficamente un antes y un después, debido a la incorporación masiva de personas procedentes de otras partes del Estado, en la actualidad estamos inmersos en una nueva oleada de población inmigrante que está cambiando definitivamente el paisaje. Y, como la historia reciente muestra, en esta situación de cambio acelerado, las tensiones son inevitables, más si cabe, cuando los ajustes entre la población autóctona y la foránea multicolor plantea en ocasiones niveles de fricción inevitables.

Euskadi ante el cambio epocal

En segundo lugar, como consecuencia de lo anterior, nos encontramos en un cambio de escenario total. La CAE es una sociedad profundamente envejecida sin garantías de reemplazo, y esto marca carácter. De las 750.000 personas menores de 20 años que había en 1976 (36,4%), hemos pasado a las 400.000, es decir, a casi la mitad; por el contrario, en este mismo período, hemos pasado de 171.000 personas mayores de 65 años (8,3%), a 500.000 (23,2%). Traducido a términos culturales este revolcón demográfico, podemos decir que hemos pasado de una sociedad joven volcada por un futuro a construir, a una sociedad envejecida preocupada por un presente (pasado) a conservar, sin tener garantizado el reemplazo generacional, en un contexto de autocomplacencia generacional derivado del nivel de bienestar en el que vivimos, al menos comparativamente. Todas las categorías demográficas: juventud, adultez, vejez han sido alteradas, qué decir de las variables relativas al estado civil o sexo. Como diría Bauman, la vida es vista desde un narcisismo intergeneracional carente de compromiso (Bauman, 2005).

La fisura en el mercado de trabajo

El revolcón demográfico ha corrido paralelo al cambio habido en el perfil profesional de la población vasca. Uno de los “secretos históricos” de la calidad de vida de Euskadi ha consistido en el hecho de que, a pesar de los vaivenes de la economía, mientras la sociedad vasca tuvo un perfil industrial, la estratificación se mantuvo dentro de unos límites por arriba y por debajo razonables, lo cual dio a la sociedad una cierta estabilidad, a pesar de las crisis periódicas. Sin embargo, en la nueva sociedad actual del hiperconsumo, este equilibrio está saltando por los aires. Desde el punto de vista del perfil actual del mercado de trabajo, hoy en la CAE, coexisten tres grandes sectores perfectamente diferenciados: Uno, el más pujante y más dinámico, vinculado a I+D+I que, según el Eustat, representa aproximadamente el 12,6% del empleo; el segundo, más numeroso y que viene creciendo ininterrumpidamente en los últimos años, está vinculado a la función pública en cualesquiera de sus modalidades, representando aproximadamente el 30% de la ocupada; el ultimo, correspondiente a los sectores de media y baja cualificación, aquellos para los cuales no hemos encontrado ningún recambio, una vez que los sectores tradicionales: construcción y demás han perdido su importancia. Como es fácilmente comprensible este segmento de población ocupada trabaja principalmente en sectores vinculados al consumo: hostelería, comercio, y servicios personales. Representan a ese segmento conocido con el sobrenombre de “precariado” y tienen una alta dosis de inestabilidad y vulnerabilidad. Mientras los dos primeros sectores tienen un efecto de arrastre por el liderazgo y la seguridad que ofrecen, el último ocupa el vagón de cola en la medida que concita los rasgos propios de aquellos sectores de población que presentan un alto grado de vulnerabilidad (el 29% de las personas que están en riesgo de pobreza en la CAE, trabajan). Esta situación es la que explica la paradoja de la sociedad vasca actual, que combina una alta calidad de vida, que tiene altos niveles consumo con, por otra parte, un nivel de precariedad muy elevado. ¿Qué conlleva todo esto? Entre otras cosas, que la confrontación tradicional inversión-gasto, como expresión de dos modos opuestos de ver la realidad, se va a acentuar en idéntica proporción ya que, en situaciones de incertidumbre como la actual, la presión social se aumentará en detrimento de la inversión en nuevas actividades.

Perspectivas de futuro

En un contexto de debilidad demográfica como el que tenemos, la consecuencia de cara a futuro es inmediata: el relevo demográfico. Esto es debido a la incidencia de las altas tasas de mortalidad en las cohortes superiores, “la goma de mascar puede estirarse, pero no indefinidamente”, y esto es lo que está sucediendo en este momento; pero, además, a la “presión” existente de la población inmigrante, infinitamente más dinámica, demográficamente hablando, que la autóctona, que no es capaz de cubrir ni la tasa mínima de reemplazo. No hay más que fijarse en los datos, si la población inmigrante representa aproximadamente el 10% de la población, en la cohorte de edad comprendida entre 15 y 29 años, en el año 2018, según el Observatorio Vasco de la Juventud, la tasa de personas jóvenes de procedencia extranjera era del 15%. Y en este momento supongo que más.

Esto lleva a una derivada que, aunque hoy es todavía minoritaria, va haciéndose determinante. Me refiero al hecho de que los datos demográficos ponen encima de la mesa la necesidad de un nuevo contrato de ciudadanía. Expresado de forma un tanto rotunda, desde mi punto de vista es imposible pensar en una sociedad vasca integrada a futuro sobre la base de la adscripción, será necesario crear una vasquidad de adopción, solo así podremos construir país y sobrevivir. No es la primera vez que sucede, ya sucedió algo parecido en el siglo pasado debido a las migraciones campo-ciudad que incorporaron a gran cantidad de vascos actuales procedentes de otras latitudes del Estado. En ese momento, a pesar de las fricciones culturales interesadas de la época, azuzadas por un contexto sociopolítico bastante beligerante, fuimos capaces de normalizar e integrar. Ahora nos encontramos con otro tipo de fricciones inevitables producto de la mera agregación foránea, con nuevos desafíos procedentes del hecho de que las personas recién llegadas ni siquiera tienen una mínima conciencia de la historia local reciente y que, incluso, son totalmente ajenas a las propias tradiciones seculares que nos han forjado.

En esta Euskadi multiétnica y cromática que emerge, se hace absolutamente necesario sentar las bases de esta nueva ciudadanía vasca de adopción a la que me refiero, y esto solo puede hacerse incidiendo en dos cuestiones fundamentales: una, profundizando en una cultura democrática que muestre la superioridad del modelo político vasco, en términos de calidad de vida; y dos, fortaleciendo la integración social a través de una política integradora, decididamente orientada a favorecer la movilidad social ascendente de los grupos recién llegados, pero, esto exige un tratamiento más en detalle.

Profesor emérito de la Universidad de Deusto