Recibí la noticia de la muerte de Francisco Ibáñez con cierta nostalgia. Me enteré días después de su fallecimiento, en el mes de julio pasado, por la laxitud propia de un viaje vacacional. Pero esa nostalgia me hizo recordar el valor de su trabajo como historietista. No solamente entretenía de lo lindo sino que fue un pionero del cómic que abonaba el terreno a la cultura cuando estaba censurada.
Uno va cumpliendo años, y los acontecimientos como la muerte del dibujante Ibáñez me retrotraen a cuando era un chavalín de finales de los años 50. Aquellas generaciones éramos más adictos a los tebeos y cromos que a la televisión. Y crecimos con las historietas y los personajes de Ibáñez que iniciaba entonces la creación de sus personajes que luego se convirtieron en auténticos mitos, sobre todo con Mortadelo y Filemón.
Fue capaz de revolucionar el concepto de la historieta, convirtiéndola en una sucesión de gags: “Después salieron los comiqueros, pero yo sigo siendo un auténtico historietista. Ni siquiera un dibujante, porque hago las ilustraciones, pero también los guiones”, puntualizaba Ibáñez.
En enero de 1958 aparece la primera historieta de Mortadelo y Filemón en la revista Pulgarcito y el primer álbum data de 1969. Los personajes de Ibáñez representan muchas cosas, más allá del divertimento para pequeños y grandes. No hay más que leer una historieta de la Rue del Percebe 13 -desde 1961- plagada de chistes surrealistas y satíricos en cada viñeta con muchos personajes diferentes para el disfrute en clave de tratado de sociología de la época.
Él sabía envolverlo todo en el mejor humor posible para salvar la crítica social velada de la censura, disfrazando sus mensajes mediante la exageración. Confieso que los personajes de Percebe 13, siguen siendo mi debilidad a la par que el profesor Bacterio, ya ven.
Junto al mérito artístico y sociológico, con historietas en ocasiones atemporales, destaca quizá su mejor mérito: nos introdujo a la lectura y en la actitud de soledad querida al educarnos en el gozo de disfrutar con sus historietas leídas, y de otros como Hergé, con su maravilloso Tintín, que predisponían con naturalidad a otras lecturas. Desde luego que mi generación -la del 57- aprendió a cogerle gusto a la cultura gracias al arte de tipos como Ibáñez. La dictadura omnipresente no fue el mejor tiempo para el fomento de la lectura, y eso que llegó a decir que la gente se ríe más con los políticos que con Mortadelo. Lo cierto es que Ibáñez facilitó las cosas al atraparnos con el ingenio para sonreír, semana tras semana, creando un caldo propicio de disfrute entonces que propició el que, más delante, muchos disfrutásemos de la estructura narrativa de la literatura.
Aquellos años fueron una oportunidad estimulante para impulsar voluntariamente el esfuerzo activo de concentración y de desarrollo de la reflexión, añorado por los docentes actuales en sus alumnos. No olvidemos que las historietas son una forma de razonamiento y representación de la realidad que van más allá de lo que el lenguaje puede lograr. Ibáñez fue pionero en esto a través del humor, siendo capaz de explotar como pocos el potencial de sus personajes hasta lograr muchos públicos y otros niveles de lectura.
Por último, fue capaz de transitar por la dictadura con el mismo éxito que en la transición democrática de los años 70 y en nuestros días, a pesar del entretenimiento que ofrecen las nuevas tecnologías.
Su lunar ha sido la renuencia para reconocer el mérito de los colaboradores que completaban su trabajo, como fue el caso de Juan Manuel Muñoz. Muchos de los grandes dibujantes los tenían (Hergé, creador de Tintín, fue uno de ellos). Era de justicia reconocerlo ante el gran público en las historietas que tanto éxito tuvieron y siguen teniendo...
Lo anterior no le quita valor al Ibáñez cómplice que nos ha acompañado y entretenido durante muchos años mientras nos abría a la vida cultural de la mejor manera posible, es decir, estimulando nuestro interés por la lectura. Ha sido como uno más en una parte importante de mi vida a través de sus viñetas, que ha acabado por formar parte de la vida de todos.