DE ninguna manera queremos cuestionar el derecho a la huelga y a la protesta razonada. En absoluto. Vivimos muchas situaciones injustas, unas claras y otras solapadas, que necesitan una respuesta y una solución éticamente comprobable. Pero nos preguntamos si todas ellas cumplen con estas exigencias.

Últimamente, en estos meses preelectorales, estamos inmersos en un mar de protestas, denuncias, huelgas, manipulaciones de hechos, insultos y descalificaciones como pocas veces hemos experimentado en otras épocas. La continuada apelación al enfrentamiento y a la huelga se proclama como la mejor conquista y un bien social, imprescindibles para avanzar en la solución de los problemas sociales y políticos que vivimos. El oponente siempre se equivoca. La borroka se nos ha dicho que es un bien esencial para solucionar dichos problemas. El fracaso de algunos sistemas políticos y sociales, la falta de verdadera representación política, las injusticias sociales, la carestía de vida y la derogación de no pocos derechos civiles y económicos están en la base de muchas protestas y afectan sobre todo a los sectores más necesitados de la población. Sin embargo, la palabra “denuncia” se usa de forma constante como acusación y así, en este contexto, cualquier discrepancia se convierte en polémica pública y en crítica radical. Pero también es cierto que, muchas veces la llamada a la protesta, viene fundada en razones no siempre consistentes, donde la manipulación ideológica, la media verdad o la pura estrategia política y sindical se impone a cualquier pacto o acuerdo posible, abriendo una fosa de incomunicación y enfrentamiento doloroso.

Otras veces, es cierto que, aunque se proclame un motivo determinado de queja, se solapan otros muchos motivos que alimentan grupos sin ninguna representación, aunque con muy concretas y disimuladas razones pseudo-revolucionarias. El motivo que se esgrime es constante: amenazamos con huelga y llenamos las calles de pancartas, porque no se cumple lo que pedimos.

Otro aspecto que emerge en estos hechos es el juego de la violencia que se manifiesta. A veces, su puesta en práctica se usa como pretexto para deslegitimar una movilización justa o la intervención de la autoridad legal, aunque ésta a veces no es proporcional ni equilibrada.

¿Cómo se mide el efecto de las protestas tanto a corto como a largo plazo? Cuando se piden varias cosas a la vez, los logros son más difíciles de ponderar, aunque en ello juegan un papel determinante los medios de comunicación y la propaganda. El efecto más inmediato de los conflictos antes señalados, es el cambio paulatino de la mentalidad de la gente: “la calle es nuestra...”, pero todo esto, no garantiza que las instituciones públicas y las empresas escuchen las peticiones que se realizan.

Aun admitiendo las razones de tales protestas, una gran parte de la población se pregunta si lo que se pide en Euskal Herria es lo mismo que lo que se demanda en el Congo, en Senegal, en Eritrea, en Grecia … o en otros lugares, pues es evidente que las situaciones son diferentes y las comparaciones odiosas.

Es verdad que la pandemia, la galopante carestía de la vida y la incertidumbre sobre la vida laboral y el cambio climático, han fortalecido el fenómeno de la inseguridad social y ha hecho que se haya agudizado la crítica a los gobiernos democráticos.

Aunque sea doloroso decirlo, en la sociedad de consumo que vivimos, a la que muchos confunden con “sociedad del bienestar”, sin negar y experimentar injusticias evidentes, constatamos que vivimos envueltos en una ramplonería argumentativa, con constantes desmentidos. La búsqueda de la rentabilidad inmediata, junto con la ignorancia satisfecha, el relativismo moral y el orgullo de la propia postura que se defiende, hace que se ponga en duda todo. En la clarificación de muchas protestas, huelgas y otros fenómenos sociales que hemos apuntado, juegan un papel fundamental los medios de comunicación, cuya valoración y perspectiva es fundamental en la opinión pública.

El servicio a la verdad objetiva es la suprema aspiración en todo país democrático. Por eso, viene bien recordar esta idea tantas veces repetida: “después de una inundación, es el agua potable lo que falta”. En una situación de inundación informativa, lo que falta muchas veces es una información veraz y objetiva.

No nos cansamos de repetir que el futuro de un pueblo, la prosperidad de un país, la fidelidad a la verdad y a la justicia son el fundamento de una paz estable y una convivencia sincera. No, ciertamente no, ni la borroka ni el enfrentamiento continuos construyen una paz justa. El que afirma lo contrario, miente y engaña aunque lo repita mil veces. Aquí y ahora, las personas y los grupos se entienden hablando, colaborando, cediendo y acordando. No odiándose y anulándose mutuamente. Un pacto, fruto del diálogo, siempre es un bien para todos y cohesiona a la sociedad.

Etiker son Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y José María Muñoa