Creo que se ha dedicado demasiado tiempo y espacio a la patochada parlamentaria que Vox, la extrema derecha escindida del PP, diseñó para entretener y ofuscar a la opinión pública a modo de moción de censura. Sí, el esperpento parlamentario ha tenido un seguimiento sobredimensionado, pero, a pesar de que se conocía de antemano su desenlace, yo tampoco me he resistido en fijar por un momento el foco de atención para tratar de desentrañar todo lo que alrededor de esa maniobra surrealista ha acontecido.

Los trumpistas de Abascal, una vez más, habían seguido el catón de la estrategia populista del ideólogo extremista Steve Bannon. Utilizando los resortes que la democracia les brindaba urdieron una trama para debilitar a la propia democracia so pretexto de un momento excepcional que invitaba a la movilización social contra la legitimidad gubernamental en el Estado español.

Era la segunda ocasión en la que utilizaban la figura de la moción de censura para acrecentar el desapego social con la acción política y para, con la utilización de la mentira y el descrédito, incentivar la inestabilidad.

Que la censura no fuera constructiva les importaba una higa. Que de antemano supieran que no podía prosperar les resultaba indiferente. La cuestión fundamental, para ellos, era socavar la convivencia, crispar a la opinión pública y profundizar aún más las trincheras entre las formaciones políticas. Un río revuelto en el que los pescadores de camisa negra pretendían sacar pingües rendimientos a su alternativa totalitaria.

Para ello habían conseguido cautivar el voraz ego de un nonagenario excomunista, exsuarista, exvenerable catedrático… hoy devenido en emérito vanidoso llamado Ramón Tamames.

Todos fuimos testigos del lamentable espectáculo que la coyuntura política española deparó los pasados martes y miércoles en la Carrera de San Jerónimo. Todos pudimos ver como los supuestos censurados aprovechaban la coyuntura para sacar pecho de coalición progresista más allá de sus diferencias expresadas en semanas anteriores. Y fruto de esa operación de envilecimiento democrático protagonizado por la derecha extrema, no cortocircuitado por la “derechita cobarde”, Sánchez utilizó de parte el episodio para proyectar su liderazgo reformista, apadrinando a Yolanda Díaz como socia solidaria de cara al calendario próximo.

Todos comprobamos como la moción de censura, trampa saducea urdida contra Núñez Feijóo, provocó la voluntaria “inmersión” pública del PP, desaparecido a propósito en la trama-sainete que daba el banderazo de salida a una campaña electoral sin escrúpulos en la que más allá de la elección de los gobiernos locales, autonómicos o forales, se pretende convertir en una carrera primaria donde mejor situar su sigla a las puertas de la Moncloa.

El triste espectáculo de esta pasada semana dejó en evidencia muchas cosas. El fracaso estrepitoso, una vez más, de Leónidas Abascal y sus espartanos correosos y testosterónicos. Incapaces de presentar un mensaje más allá del odio. Incapaces tan siquiera de presentar una alternativa, una propuesta, más allá de los consabidos mantras de una ultraderecha vociferante.

Dejó patente igualmente la penosa agonía de un desnortado narciso, cegado por la vanidad y la soberbia del impotente, de la deriva de un profesor devenido en tertuliano de barra de bar.

Vimos, también, discursos brillantes y dignos, como los de Aitor Esteban –una vez más ejemplar en el fondo y en las formas– o Gabriel Rufián, a quien la moderación y el sosiego le hacen mejorar.

Fuimos testigos de intervenciones aún peores que las de los neofranquistas. Discursos tan absurdos y montaraces como el de la portavoz del partido zombi, Inés Arrimadas. Presenciamos, igualmente, alocuciones mediocres, previsibles y de consigna. Automatismos que desvelan la política líquida en la que el parlamentarismo ha convertido la coyuntura, las redes y las estrategias cortoplacistas de titular y tuit. Y también asistimos a reivindicaciones puestas en escena fuera de contexto, como la protagonizada por la portavoz de JxCat, Miriam Nogueras, empeñada en denunciar la extraordinaria gravedad del caso Pegasus (gravedad cierta) sin caer en la cuenta de que la materia reservada en el orden del día eclipsaría cualquier otra pretensión que se escapase del foco establecido.

Pero más allá de las lecturas evidentes que del esperpento parlamentario se han hecho, hubo un pequeño detalle en el transcurso del debate que quizá pasó desapercibido entre tanto disparate encadenado. Fue la intervención de la portavoz confederal de Unidas Podemos, Lucía Muñoz. La interviniente de los morados, que en la imagen televisiva parecía un clon de Ione Belarra, mantuvo un discurso patético. Patético por resultar intrascendente en relación al protagonismo de la extrema derecha. Y fuera de contexto, al dirigir su crítica y su acento a los socialistas, socios gubernamentales y objetivo central de la moción de censura.

La discípula de Pablo Iglesias, al contrario que en la primera sesión Yolanda Díaz, que compartió los “logros” de su acción de gobierno, reclamó valentía y determinación a sus “compañeros” de ejecutivo para aprobar nuevas leyes ideológicas como las de familia, servicios sociales o vivienda, repitiendo, una vez más, el sempiterno eslogan de argumentario de reforzar el consentimiento en la normativa de “solo sí es sí” evitando volver “ al código penal de la manada”. Impresentable alegato pronunciado en el inadecuado momento en el que la derecha extrema pretendía abrir grietas en la estabilidad gubernamental.

Estas exigencias sonaron a un disparo en el propio pie de los proclamantes y puso en evidencia la desubicación de Podemos, su estela menguante y la pérdida de influencia y referencia en su particular lucha con Yolanda Díaz por el liderazgo del espacio partidista a la izquierda de los socialistas. Un síntoma más de la pérdida del norte y de la visión panorámica de futuro que nos hace ver que el porvenir de los morados a partir del próximo mes de mayo va a resultar tremendamente complicado.

Y, ¡¡chim-pun!!, el show se acabó, aunque la resaca que generara en algunos todavía dura, como al propio Tamames que tras mostrar su desagrado por la duración del evento y las cuantiosas críticas recibidas por sus señorías, ahora se afana por vender encuadernado el texto compendiado de su alocución y es que fue al Congreso a presentar su libro.

Pasado el bochorno, ahora todos se afanan en calentar motores para los comicios de mayo. Sánchez se investirá de Carlomagno para reinar temporalmente en Europa a partir del segundo semestre del año. Yolanda Díaz, despejada su margarita e ignorando olímpicamente a Podemos en su proyecto sumatorio, se apresta a contemplar desde la barrera el naufragio de los morados, a la espera de poder recoger en la costa parte de los restos del hundimiento de la flota morada. Que como la “armada invencible” se irá a pique por sus propios errores.

Núñez Feijóo confía en tener un voto más que los socialistas en el cómputo global del Estado. Si no lo hace, su porvenir en el PP peligra. Y dependerá del resultado que obtenga Isabel Ayuso para que ésta le dispute o no su mandato en Génova.

Por lo demás, recordaba el exhorto que Horacio manifestaba a su buen amigo Hamlet , enojado por la coyuntura que percibía a su alrededor ; “algo huele a podrido en Dinamarca”. Atentos todos porque algo empieza a oler mal, muy mal en la casa del Duque de Ahumada.

Diversas informaciones aún no proyectadas en los medios de comunicación apuntan a una posible grave crisis de corrupción en la Guardia Civil. La imputación de un teniente general (el máximo rango militar solo superado por el rey) por posibles delitos de corrupción en la adjudicación de obras en una decena de cuarteles de la benemérita, la detención de un general en la reserva (ex responsable de la misión española en el Sahel) o la denuncia de nuevos casos de irregularidades… apuntan al afloramiento de una grave crisis en uno de los pilares de mayor poder en el Estado (se ha llegado a decir que en ocasiones la Guardia Civil actúa por propio impulso, sin el control del poder político o judicial). Los indicios aparecidos obligan a una investigación profunda para conocer, atajar y depurar las responsabilidades que hubiera en los casos que se conozcan. Una investigación que cuenta con la reticencia del propio cuerpo armado y por el Ministerio del Interior pero que el Gobierno español deberá acometer con urgencia y transparencia.

Miembro del Euskadi Buru Batzar de EAJ-PNV