NO hagan caso de los consejos de quienes proponen consumir “alimentos milagro” para bajar peso, mejorar la salud o mantenerse joven. Esos remedios populares no funcionan y, a menudo, son contraproducentes. Lo último que he conocido es lo de beber dos sorbitos de vinagre de manzana en ayunas. Sus supuestas propiedades eran la de adelgazar, mejorar el tránsito intestinal o controlar los niveles de azúcar en sangre. Como diría Édith Piaf, “rien de rien”. Bueno, algo sí, el vinagre agria el carácter y encabrona al personal.
Esa sensación la debe de estar protagonizando estos días Pedro Sánchez. Él, que como buen ilusionista, había pretendido empaquetar todos aquellos ámbitos legislativos polémicos que podían producirle incomodidad (sedición, malversación, bienestar animal, trans, elección constitucional…) para, una vez ventilados en el primer trimestre del año, poder dedicarse a administrar la agenda de viaje por Europa, ha visto desbaratado su sueño por factores incontrolados. El primero, la inflación que se resiste a bajar pese a las promesas del ministro Planas. El segundo, el desconcierto interno de sus ministras tras la chapuza normativa del solo sí es sí, y por si esto fuera poco, le aparece una foto estilo años 90 con un diputado canario a lo Roldán, en calzoncillos y acompañado de señoritas. Y, con él, un general de la Guardia civil, ex mando antiterrorista en el Sahel, con sesenta mil euros en una caja de zapatos en casa “porque pensaba que se acababa el mundo”.
En la hiel del almanaque solo faltaba una empresa del IBEX –Ferrovial– presidida, según la revista Forbes, por la tercera persona más rica del Estado, deslocalizándose social y fiscalmente a los Países Bajos. Bajos, muy bajos, los golpes del capitalista apátrida.
Veremos cómo evoluciona el trance pero en Moncloa deberían alterar la dieta. Y evitar las recetas populares.
Mi problema no es el ácido acético en el desayuno. Es, probablemente, iniciar el día con los periódicos encima de la mesa. En concreto, alguno de ellos lleva días (semanas) publicando en portada informaciones con titulares negativos o, cuando menos, generadores de controversia. Y eso, siento reconocerlo, me altera para mal.
Estoy un poco harto de escuchar o leer acusaciones sin fundamento que ahondan en el desprestigio de la actividad política. Me refiero a la sempiterna imputación que desde determinados ámbitos se hace de lo que se considera “puertas giratorias”.
Harto de quienes a bombo y platillo denuncian presuntas irregularidades y que lo hacen sin acudir a los estamentos judiciales que, son, si se demostrara la ilegalidad de las actuaciones mencionadas, donde se debiera investigar y sancionar en su caso sobre las mismas.
Pero no. Y aunque se acredite que tales irregularidades no hayan existido, se siguen repitiendo como un mantra.
Estoy saturado de estos inquisidores que abonan el terreno para el descrédito de los responsables públicos, esparciendo porquería por doquier en detrimento de la noble vocación del servicio público.
Me gustaría saber qué administración les gustaría formar a quienes contribuyen a este desprestigio insostenible.
La gente corriente debería conocer que, pese a que se diga lo contrario, cuesta Dios y ayuda encontrar a personas que acepten puestos de responsabilidad públicos. Cuesta, y mucho, porque asumir responsabilidades no es fácil. Ni está bien pagado –en el mercado privado el talento se paga más– , se exponen a la crítica (la constructiva y también la corrosiva), su nombre está expuesto permanentemente a los medios de comunicación, y además, para más escarnio, cuando abandonan la administración, no pueden volver a trabajar durante dos años en el sector de donde habían salido profesionalmente.
¿Puertas giratorias? ¿Qué es lo que se pretende, que solo puedan dedicarse a la política docentes, funcionarios y periodistas? ¿A dónde volverá profesionalmente la señora Miren Gorrotxategi cuando deje de ser parlamentaria? ¿O el señor Roberto Uriarte? Seguramente a la Universidad. ¿Acaso en sus actuales puestos no han tenido que decidir con su voto respecto al presupuesto de la Universidad de la que provienen y a la que volverán? ¿Se han abstenido? Que el exresponsable de Podemos, Eduardo Maura, haya sido nombrado director de una sede del Instituto Cervantes –en Brasil– (dependiente del gobierno del que su partido forma parte) ¿es o no una puerta giratoria? ¿Un nombramiento clientelar?
Por lo tanto, menos demagogia y más responsabilidad.
No es la primera vez que expreso mi desaprobación a una manera de hacer política de campanario. Ni nueva ni vieja política sino mala y tóxica. Es la política discursiva, la que no pretende influir positivamente en la vida de la gente sino la que dirige su acción a la pugna ideológica, a repartir carnés de buenos y malos, de progresistas y carca, de “feministas y machirulos. Política de debate de la sopa boba, extemporáneo, intrascendente. Política de brocha gorda que pretende convertir el Parlamento Vasco en referencia de debates como el que Elkarrekin Podemos (una vez más, los mismos) quiere provocar en las cercanías del 14 de abril para que se inste “a las Cortes Generales a iniciar el proceso de reforma constitucional que desemboque en un referéndum sobre la continuación de la Monarquía en España o el establecimiento de una república”. ¿No sería mejor que la señora Gorrotxategi, portavoz de los morados en Vitoria-Gasteiz, cediera su iniciativa a sus compañeros del Congreso de los diputados, o mejor, a las ministras que comparten gobierno en la capital del reino para que allí –donde toca– se impulse tal debate y tal reforma? ¿Por qué hacerlo aquí si su efecto no irá más allá de un simple calentón dialéctico? Pues, por simple impostura. La farsa de unas élites que se creen la quintaesencia de la progresía popular. Políticos evanescentes de tuit, titular y eslogan. Políticos líquidos, cuando no gaseosos.
De igual manera me siento contrariado por la diferente vara de medir que demuestran otros, implacables para los demás pero con una piel muy fina en carne propia. No salgo de mi asombro al contemplar el cabreo que demostró el secretario general del principal sindicato del país al ser preguntado en una entrevista de una radio pública por el montante de su salario. Cuando días antes todo el mundo había criticado el sueldo del presidente de los empresarios (quien, por cierto, dio una explicación de lo más extraterrestre), y ante la interpelación de un periodista de Radio Euskadi por su nómina, Mitxel Lakuntza digirió mal la pregunta. Y, a regañadientes, tras dar un rodeo, contestó con una respuesta para entendidos, pues señaló que su sueldo era el equivalente “al de un médico” o un funcionario de nivel 28 en la administración –“por debajo de lo que los jefes de informativos de esta casa pueden cobrar”–.
Sería bueno que quien libremente ejercita su derecho a la opinión y critica a boca llena a los poderosos o a los neoliberales, tuviera a bien demostrar la misma exigencia de transparencia que reclama de los demás, sin escudarse en el por qué del interés informativo de la demanda o reclamando que a otros entrevistados se les someta al mismo cuestionamiento. Recordar además, que las retribuciones económicas de los cargos públicos aparecen divulgadas, por mandato de la ley de transparencia, en las páginas webs de las respectivas instituciones. ¿Unos sí y otros no?
Por lo general, estamos mal acostumbrados. Escuchamos poco y solo tenemos filtro para aquellas opiniones que son coincidentes con las propias. Las demás, las desacreditamos sin matices. No hay más razón que la de uno mismo. O se hace lo que nosotros decimos o nada. Como en el conflicto planteado por los sindicatos en relación a Osakidetza. “Instamos al Gobierno vasco a negociar” –decían en manifestación los representantes laborales–. Y a las primeras de cambio, cuando se convocaba la mesa sectorial, con las materias que los propios sindicatos habían propuesto en el orden del día, estos daban plantón al ejecutivo y no acudía a la cita. ¿Quieren o no quieren negociar? ¿No será que, aprovechando la coyuntura y la alarma social generada por la permanente imagen de conflicto, solo negociarán si se cumplen y se aceptan sus previsiones? Eso parece.
Lo dicho, no hagamos caso a quien anuncie pretender soluciones enquistado en el conflicto. O a quien solo entiende su verdad y no la de los demás. Los remedios milagrosos no existen. Menos vinagre y más empatía.