UIZÁS para quien no haya seguido el día a día de la política y tampoco tenga interés por el mundo de la academia, el nombre de Jorge Tapia Valdés le diga poco o nada. No obstante, si al mencionar su nombre añado que formó parte, como ministro de Universidades en una ocasión y de Justicia en otra, del gobierno de Salvador Allende en Chile que, en 1973, fue objeto del golpe de Estado del general Pinochet, probablemente en algunos se estimule la curiosidad.

Y es cierto que los personajes, los lugares, las fechas€, cuando alcanzan un lugar en la mitología, ejercen un atractivo especial que nos atrae y nos invita a conocer los entresijos del acontecimiento o acontecimientos que originó u originaron el mito. En este caso y, a buen seguro, por su relación con la figura del presidente Allende, una de esas fechas míticas es la de 11 de septiembre de 1973. En ese día, la Armada, la Fuerza Aérea y el Ejército en acción militar coordinada por el general Pinochet tomaron el Palacio de la Moneda provocando la muerte [suicidio (¿)] del presidente Allende y derrocaron el gobierno de la Unidad Popular. Miles de torturas, persecuciones, desapariciones, huidas al exilio y muertes conforman el listado de aquellos a los que Pablo Milanés, en su canción Yo pisaré las calles nuevamente, llamó "ausentes" y que constituyen la parte oscura, siniestra y bárbara de lo que ocurrió en ese golpe militar y que, también, lamentablemente, contribuyeron a conformar el mito del 11 de septiembre de 1973.

Uno de estos ausentes lo fue durante 17 años (el tiempo que duró la dictadura), mi querido amigo Jorge Tapia Valdés y pudo haberlo sido de manera definitiva de no ser porque, esa posibilidad, no formaba parte de su destino. Tras el golpe militar, todos los que habían ocupado puestos de ministro en el gobierno de Allende, conformado por socialistas, comunistas, radicales y socialdemócratas, fueron trasladados a la lejana y casi polar isla de Dawson (calificada como peor que la isla del Diablo), situada junto al estrecho de Magallanes. Durante el viaje -me contaba Jorge en una de las múltiples conversaciones- "pensábamos y esperábamos, en cualquier momento, ser arrojados al mar. Finalmente llegamos a la isla€ Fue una experiencia en la que conocí el dolor, el sufrimiento, las penalidades, la tristeza y también la alegría, las miserias y grandezas del alma humana, todo ello vivido en el filo de la existencia".

Su regreso a Santiago, tras casi un año de confinamiento y trabajos forzados en la isla del Diablo, fue efímero dado que fue expulsado de Chile para iniciar su exilio político en los Estados Unidos de América y en Europa.

Antes de dedicarse a la política, había sido profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Chile y en la Universidad de la República. A la edad de 33 años fue llamado por Salvador Allende para ocupar la cartera ministerial de Justicia y, más tarde, la de Educación Pública. Tras el golpe de Estado y el paso por el campo de concentración de Compingin, sufrió largos años de exilio. Lejos de su Chile natal regresó a la Universidad para desarrollar su vocación inicial como docente e investigador en las casas de estudio de la Ohio State University (EE.UU.), Universidad de Zulia (Venezuela) y Erasmus Universiteit Rotterdam (Holanda). De vuelta a Chile, se instaló en Iquique y fundó el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad Arturo Prat. Hizo algunos paréntesis en su actividad intelectual atendiendo a requerimientos del gobierno de su país natal para prestar servicios como embajador en Israel (ahí vivió el asesinato de su amigo Simón Peres) y Holanda, e intendente en la región norteña y conflictiva (por la reivindicación boliviana de la salida al mar) de Tarapacá.

Una hoja de servicios como esta, sintetizada en unas pocas líneas, puede decir mucho y sin duda, puestos a evaluarla, la calificaríamos como brillante. En el caso de Jorge Tapia Valdés dice muy poco si tenemos en cuenta su excepcional personalidad. Debo confesar que cuando, a principios de este siglo, tuve la oportunidad de conocer a Jorge en la ciudad de Iquique, situada al norte de Chile, desde el primer momento tuve la impresión de estar ante una persona singular, un hombre extraordinario. Conocía ya la historia de sus avatares políticos vinculados a la tragedia que, para Chile, supuso perder, en el corto espacio de unos meses, los fundamentos jurídicos, morales y económicos que tantas décadas habían costado establecerlos. Y en Iquique tuve la oportunidad de conocer al intelectual, al pensador que evaluaba con atinado juicio la profundidad del drama chileno: "Tras el golpe del general Pinochet, Chile fue el laboratorio en el que se experimentó el modelo político-económico que durante los últimos 40 años se ha venido desarrollando a nivel mundial. Aquí se frenó en seco la ilusión del Estado social. Aquí se implantó, de un plumazo, el Estado mínimo. Aquí se negó la existencia a la Justicia social. Aquí se abrió las puertas de par en par a la implantación del dogma del orden espontáneo del mercado. Aquí se elevó a los altares a Hayek y a Friedman y se puso en el listado de los candidatos a la santificación a Ronald Reagan y a Margaret Thatcher. Aquí tomó carta de naturaleza el Estado-Mercado, el Estado neoliberal€".

En Iquique conocí al hombre que desde la humildad y la conciencia de humanidad trazaba con maestría de cirujano la línea fronteriza que separa el político del intelectual y analizaba con exquisita finura, por ejemplo, la problemática compleja de la salida de Bolivia al mar tratando de encontrar la mejor solución para ambos países. O condenaba la inaceptable tendencia de los países democráticos, dentro de la expansión neoliberal, a caer en la tentación de practicar y justificar (cuando no legitimar) el terrorismo de Estado. O proponía la alianza entre Chile, Bolivia y Brasil para el desarrollo económico del cinturón territorial que conforman el norte de Chile, la autonomía de Santa Cruz (Bolivia) y el Mato Grosso (Brasil)€

En Iquique conocí, también, al chileno enamorado del País Vasco. Al chileno que conocía al detalle la política vasca, las instituciones vascas, el Instituto Internacional de Sociología Jurídica de Oñati, la Universidad del País Vasco€ El chileno que se declaraba vasco porque conocía y amaba el alma vasca no se sorprendía que, a pesar de padecer las vicisitudes por todos conocidas, Euskadi ocupase puestos de privilegio en las estadísticas europeas que dan cuenta de los índices económicos, educativos, de bienestar, etc.

Aquel encuentro con Jorge, en Iquique supuso, para mí el inicio de una gran amistad y posibilitó una alianza con la Universidad del País Vasco/EHU que ha dado como frutos un centenar de títulos de máster y una decena de Doctores.

Jorge Tapia Valdés, tras el golpe de estado de Pinochet, siempre lo tuvo muy claro: Tras muchos años de exilio, volvió a Chile para llorar por los ausentes€ Y, a continuación, se puso manos a la obra para: "€, sin reposo/ Retomar los libros, las canciones/Que quemaron las manos asesinas/ Para que renaciese su pueblo de su ruina€"

Hoy he sabido que mi amigo acaba de morir.

Jorge Tapia Valdés, el hombre que retomó los libros y no quiso pasar factura a los traidores, ha muerto. Goian bego.

* Catedrático emérito de la UPV/EHU