CABO de leer un bello y muy atinado artículo de Juan Manuel de Prada. Su título -Teletrabajo y Renta Mínima- me ha atraído e incitado hasta tal punto que he releído el texto varias veces y se han despertado todas las dudas que tengo almacenadas en la trastienda de mi pensamiento. La verdad es que lo que más me ha atraído, en un principio, ha sido el extracto con el que el redactor ha querido llamar la atención de los potenciales lectores: "Algunos podrán teletrabajar y, si concluyen pronto sus estudios que no servirán para nada, hasta podrán cobrar una renta mínima€". Esto añade muchas incertidumbres a quienes pensamos que debemos trabajar para construir una sociedad más equilibrada en lo económico, una sociedad en la que la igualdad de oportunidades no requiera, para ser eficaz, ser administrada por abnegados ni por héroes.

Es evidente que la oportunidad del artículo deriva de dos circunstancias que han tenido lugar al mismo tiempo: la crisis del coronavirus en su vertiente socioeconómica, y la aprobación del llamado Ingreso Mínimo Vital en el Congreso de los Diputados. El intrépido y asqueroso virus ha provocado una desbandada de muchos trabajadores a sus casas, ordenador en ristre, para hacer desde sus hogares lo que antes realizaban en sus oficinas y centros de trabajo. A ese secuestro preventivo algunos le consideraban un adelanto tecnológico o un avance técnico, pero ni es avance ni es adelanto en el aspecto social, toda vez que aísla al trabajador y evita que los trabajadores compartan espacios y opiniones entre sí, haciendo más difícil e ineficaz la relación entre ellos y la lucha para la consecución y defensa de los derechos laborales. Del mismo modo el llamado Ingreso Mínimo Vital viene a cubrir una necesidad perentoria en la lucha contra la pobreza -ahora más pronunciada que nunca-, pero constituye una voz de disculpa o salvaguarda para quienes, desde la dirección de las empresas, opten por fórmulas diversas de liquidación arguyendo que los obreros, al fin y al cabo, podrán acudir en busca de ese ingreso (nimio y escaso pero ingreso), mínimo (y como tal igualmente escaso y poco eficaz cuando en las vidas aparecen vicisitudes adversas y circunstanciales) y vital (que, ciertamente, solo puede llamarse de ese modo porque formará parte de la vida de quien lo perciba, pero en modo alguno porque asegure una vida holgada y suficiente). Es decir, que estos movimientos no sirven más que para garantizar su vigencia y supervivencia holgadas y su supeditación al sistema capitalista.

El articulista carga buena parte de la responsabilidad sobre Felipe González y otros gobernantes de izquierdas, achacándoles que fueron esos gobiernos "de izquierdas" los que practicaron y ejercieron políticas mucho más propias de plutocracias o gobiernos ejercidos por las clases ricas y poderosas. "La plutocracia fue un éxito porque la ejecutó la izquierda", afirma De Prada, y no le falta razón. Y eso le sirve de preámbulo para afirmar que quizás estamos en un momento, si no idéntico, sí algo parecido. A partir de ahora quien vive solo y no percibe otro dinero de su sueldo o de ahorros almacenados, va a percibir 462 euros como "salario de pobre". (Quien pertenezca a un hogar con familia de cuatro miembros o más percibirá 1.015 euros mensuales). De modo que el Ingreso Mínimo Vital son esos 462 euros, que corresponden a algo menos de 16 euros diarios por persona. En el caso de un núcleo familiar de cuatro miembros, a cada cual le corresponderán 8,5 euros diarios. Y bien, ¿se puede vivir dignamente con esos niveles de ingresos? ¡No, categóricamente no! Como quiera, además, que prácticas como la del teletrabajo disminuyen las posibilidades de interrelación de los trabajadores, a los cuales aísla, y complica la acción directa de los Sindicatos en los centros de trabajo, para reclamar derechos básicos y mejoras de las condiciones del empleo, bien cabe afirmar que lo conseguido no es exactamente una mejora esencial sino la atenuación de un perjuicio mayor, acaso la aplicación de un mal menor.

Y bien, no por esto vamos a infravalorar la medida del Ingreso Mínimo Vital, cuyo nombre es bien explícito. Un sustantivo y dos calificativos que se contradicen o, como mínimo, provocan ciertas dudas. Lo "mínimo", malamente puede ser considerado "vital", salvo que a la vida le concedamos un valor limitado. De Prada culmina su artículo con una previsión clara: "Cuando todo se vaya al garete, los que manejan el cotarro habrán hecho lo mismo que reza el título de la película de Woody Allen Coge el dinero y corre".

No cabe duda de que se trata de una mejora evidente, pero llega en un momento terrible, precisamente cuando una pandemia nos obliga a tomar medidas que empobrecen (aún más) a los pobres y los convierten en rehenes de la más absoluta miseria. Para los pobres solo quedan las migajas que caen de las mesas de los epulones, eso sí, a la vez que se les tacha de holgazanes, de inútiles y de derrochadores. Los titulares de los periódicos incitan al optimismo, pero un análisis meticuloso y detallado solo puede convertirnos, a todos, en rehenes de un sistema socioeconómico que deja a mucha más gente desabastecida, o mal abastecida, que los que deja en la suficiencia, que no en la riqueza.

Las Disposiciones Generales de la Ley que establece y regula el Ingreso Mínimo Vital no pueden ser más contundentes, principalmente por la minuciosa revisión que hace del pasado. "España se encuentra entre los países de la UE con una distribución de la renta entre hogares más desigual", empieza el Real Decreto. Y se explaya después en ofrecer datos que ayudan a comprender lo dicho, principalmente los hechos, las decisiones y las normativas que nos han traído hasta aquí. Principalmente las medidas que fueron tomadas a destiempo, o las que pecaron de remisas o escasamente ambiciosas. Como quiera que para llegar al punto en que nos encontramos han sido necesarios muchos debates y discusiones, tantas veces infructuosos, debemos convenir en que estamos en la senda buena, en la que ya nunca deberemos abandonar, máxime cuando el futuro nos presenta un paisaje humano desolador.

Quienes participamos de una ideología sociopolítica basada en la igualdad, no solo de derechos sino en una igualdad real, debemos sentir que estamos ante un trance definitivo que debemos cuidar muy bien. De todas las palabras y términos que se usan en los debates sociales la igualdad, pese a ser el más noble, no es el más utilizado. Es verdad que todos dicen, o decimos, que "todos somos iguales", pero ante la ley, lo cual estaría muy bien si el punto de partida hubiera sido idéntico para todos; pero cuando no lo es y, por tanto, los resultados últimos están condicionados por las situaciones de partida (que nunca obedecen a merecimientos personales o individuales), deben ser preceptivas determinadas medidas que nos hagan iguales de antemano, en todo caso, que concedan los mismos derechos a quienes cumplen con sus deberes.

La Ley del Ingreso Mínimo Vital ofrece, ya en sus Disposiciones Generales (diez páginas) razones suficientes para que la consideremos imprescindible. Además, nos tiene que incitar a reflexionar con tanta profundidad como sentimiento solidario. Quienes nos sentimos humanos, solidarios e iguales, tenemos a nuestra disposición un instrumento inigualable para reflexionar y ejercer, siquiera teóricamente, ese compromiso social que debe ser inherente a nuestra condición humana.

Si somos humanos debemos sentirnos obligados a compartir esa condición ("humanidad") con quienes son iguales -exactamente "iguales"- que nosotros. Y si ser dueños de nuestras vidas es el único derecho que nos asiste a todos, debemos aceptar que nuestras vidas debieran ser "iguales". Que las diferencias entre unas y otras no sean consecuencia del hecho de que no admitamos la igualdad.

* Exportavoz en JJ.GG. de Bizkaia y exdiputado en el Congreso por el PSE-PSOE