AYER me levanté contrariado. Había dormido regulín. Y es que las alteraciones de sueño parecen ser una de las muchas consecuencias del aislamiento obligado que disciplinadamente cumplimos: las pesadillas no me dejaron descansar debidamente y mi subconsciente estuvo trabajando a toda velocidad durante la noche. Creo que mi ansiedad tenía como base una saturación de consumo televisivo. Pasamos, por lo general, muchas horas frente a la caja tonta o a la pantalla de un ordenador. Y asimilamos innumerables mensajes subliminales que nuestro cerebro procesa y que conforman nuestro estado de ánimo. Por ejemplo, estoy hasta el moño de ver en los informativos de la televisión vasca la secuencia de una vieja persiana de un establecimiento que se cierra. Podían, cuando menos, haber encontrado una persiana menos sucia o más moderna. No. Siempre la misma puerta metálica desvencijada y llena de pintadas. Hasta han abierto un Teleberri con la persiana en cuestión. Por no hablar del tratamiento de imagen a los enfermos, las instalaciones hospitalarias, etc. Lamentable, del verbo lamer.

Sí, la saturación nos crispa. Es como un empacho de contenidos idénticos o similares que al final provocan hartazgo. Pero no fue ese exceso de coronavirus lo que en la noche de ayer me generó un sueño movido. Al contrario. Mi inquietud no tenía nada que ver con los expertos de plató o las recetas del doctor Otegi ni con las recomendaciones terapéuticas de su facultativa Iriarte.

Mi subconsciente se movía por el mundo animal, con perdón. No es de extrañar; después de ver a un jabalí correteando (supuestamente) por el centro urbano de Getxo y a un cérvido saltando por las calles de Bilbao como en las escenas cinematográficas de Soy leyenda, solo me faltaba volver a escuchar en la noche el rebuzno de un burro. Tal cosa no se produjo pero la naturaleza puede sorprendernos en cualquier momento (acabo de ver a un perro paseando a una señora).

Mi desvelo nocturno volvía a tener como protagonista a otro doctor, un veterinario del que ya hablé en una ocasión anterior. Se trata del impresionante doctor Pol, un cuidador de animales, que lo mismo ayuda a parir a una perra que castra caballos.

Pues bien, en mi ensueño de ayer, el veterinario norteamericano volteaba a una vaca frisona para ponerla patas arriba. En esa posición estrambótica, pretendía intervenirla quirúrgicamente en una cuadra rodeada de estiércol. El increíble doctor Pol (protagonista de la serie audiovisual del mismo título) se disponía a resituar el abomaso de un ejemplar bovino de más de seiscientos kilos. "¿El abomaso?", preguntaba en mi sueño un espigado personaje situado tras el galeno de Michigan. Era otro doctor. El doctor Sheldon Cooper, físico en la satírica serie Big Bang Theory. Todo absolutamente surrealista y sin necesidad de consumir excitantes.

La alucinación continuó. El médico de animales dejó a la res y dirigiéndose al público dio una clase magistral. "El abomaso es la cuarta pieza del sistema digestivo de los rumiantes, junto al rumen, el retículo y el omaso. Es propiamente el estómago de la vaca y su torsión provoca que los animales puedan morir en pocas horas. Por eso hay que intervenirlos rápidamente y resituar el órgano en su sitio". Acojonante lo que se aprende en sueños. La pesadilla, siendo rocambolesca, parecía real. A pesar de que el ayudante quirúrgico del veterinario fuera disfrazado de Linterna verde y saludara con dos dedos de la mano despegados en forma de V (el saludo vulcaniano de Star Trek).

La maniobra de voltear la vaca lechera fue como un espectáculo de circo, pero su ejecución tuvo una consecuencia pavorosa. La reacción de la frisona no fue cocear ni embestir a los que allí estábamos. Fue algo mucho peor: una flatulencia continuada, una ventosidad sorda pero apreciable; larga, larguísima. Aquel pobre animal situado tripa arriba en el establo soltaba gas sin parar. Y el hedor de la singular práctica médica terminó por despertarme. Salí del sueño con mascarilla y casi asfixiado.

¡Qué sofoco, madre mía! La culpa de este episodio escatológico la encuentro en mi buscada huida del monopolio informativo del momento. Escapando de la actualidad, me he refugiado en espacios de entretenimiento diferentes. Osos en Alaska, graciosos científicos chalados en California, fogones tradicionales en la península, forjadores de cuchillos€ Sí, ya lo sé, penosa elección. Pero como reconciliación con el buen gusto, un momento estelar esta semana: El hombre tranquilo de John Ford, con Maureen O'Hara y John Wayne. Deliciosa película.

El paréntesis temporal que estamos viviendo parece haberme retrotraído a mis orígenes periodísticos. ¡Ay, qué tiempos! ¡Qué juventud! ¡Qué crónicas televisivas publicaba en el diario DEIA a principios de los 80! Melancolía. Como dijera el recientemente fallecido Marcos Mundstok -Les Luthiers-, "todo tiempo pasado fue anterior". ¡Qué gracia tenía el puñetero! De su filosofía me quedo con otra de sus citas: "Errar es humano, pero echarle la culpa a otro es más humano todavía".

Por desgracia, ese principio se impone en la actividad política que conocemos y que sufrimos. En España, y a pesar de que la activación del "estado de alarma" está contando con el apoyo parlamentario mayoritario, la colaboración entre diferentes sigue brillando por su ausencia. Los gobernantes parecen autoinvestidos de una autoritas única e incontestable. Y en una coyuntura tan insólita como la presente, la humildad y el diálogo sincero deberían ser la principal herramienta que posibilitara la suma de energías. Humildad para compartir preocupaciones y decisiones. Para respetar ámbitos de competencia. Para intentar, entre todos, ser más eficaces. No para diluir responsabilidades. Al contrario, para generar políticas compartidas que descarten la controversia, el regate en corto, la búsqueda de no se sabe bien qué réditos electorales. Y quienes representan la oposición parlamentaria, lejos de abandonar sus reivindicaciones banderizas, han vuelto a encabezar la cofradía del reproche y del enfrentamiento.

Hemos vuelto a la encarnizada pugna de unos y otros a garrotazos mientras la sociedad sufre y aguarda temerosa las durísimas consecuencias de un empobrecimiento por inactividad que nos sumirá en una depresión tremenda.

Bien es cierto que todos han empezado a conjugar la palabra "acuerdo". Pero no como voluntad sincera de concordia. Sino como arma arrojadiza cuya ausencia será imputada al de enfrente en ese sempiterno principio de culpabilizar a los demás de las carencias propias. "Acuerdo para la reconstrucción", dicen. Pero unos y otros entienden esa cita de manera diferente. Unos, para afianzar su imagen de salvadores y explotar en máxima audiencia televisiva el perfil de su líder. Como si fuera Churchill y sus sentidos discursos. Otros, para cercenar la solvencia de los de enfrente intentando cobrarse la factura de la perdida moción de censura y su pase a la oposición. Hemos vuelto al postureo, a la politiquería más dañina en la que dos partidos (PSOE y PP) se empeñan en utilizar los instrumentos de conciliación que proponen no para llegar a acuerdos sino como plataformas de confrontación.

En lo que a los nacionalistas vascos atañe, esta dinámica nos repele. Nosotros no nos tomamos esta pandemia como una tarima teatral para sobreactuar o tener dobles juegos. Si tal es lo que pretenden, y así parece, que no cuenten con el PNV. El PNV mantendrá, como siempre ha hecho, su sentido de la responsabilidad. Pero no participará en juegos espurios de intereses partidistas cuando lo que apremia es el bien común.

Y lo mismo que refiero de Madrid, digo en relación a quienes parecen vivir en una campaña electoral permanente en Euskadi. Este país no necesita inventos nuevos de "asambleas" que no se saben bien para qué. Euskadi necesita unidad. Unidad en torno a la acción de las instituciones. Unidad con propuestas. No solamente con exigencias y con reivindicaciones. Unidad de verdad para remar en la misma dirección. Pensando en el país, en su gente. Y no en menoscabar al adversario en beneficio electoral propio.

Cuando en el último pleno del Congreso escuché a la portavoz de EH Bildu decirle a Sánchez que su actitud de recentralización con el Estado de alarma invadía competencias y amenazaba "un trabajo que ha durado más de cuarenta años", no pude sino sonreír.

Una vez más, y sin pudor alguno, quienes siempre estuvieron a la contra, intentan dar la vuelta a la historia poniéndola patas arriba. Como el doctor Pol a la vaca lechera. Será que tienen el abomaso retorcido y necesitan aligerar su pasado.

* Miembro del EBB de EAJ-PNV