NO es fácil reflexionar sobre política actualmente. Aún es más difícil debatir sobre ideologías, quizás porque la primera -"arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados"-, o las segundas -"conjunto de ideas propias de un grupo político"- se quedan en puras quimeras cuando son abordadas en el debate diario por políticos escasamente ideologizados, casi siempre mucho más obsesionados por adueñarse del poder y conservarlo que por convencer a los ciudadanos enarbolando su ideario para transformar la sociedad, que es a la postre el único fin noble que debe perseguir un partido o formación política.

Cuesta comprender lo que viene ocurriendo actualmente en el debate político porque se ha convertido en una mera estrategia para conquistar y mantener el poder, para lo cual es imprescindible adueñarse (he dicho "adueñarse") del gobierno. La estrategia suele ser bien sencilla: se dice lo que la mayoría quiere oír, se ocultan las dificultades importantes que impiden la consecución de lo prometido, se buscan los medios y métodos más halagüeños (portavoces debidamente adoctrinados, figuras emblemáticas por ser famosas aunque lo sean en disciplinas muy diferentes a la política, se diseñan discursos apropiados para el tiempo y el lugar que se estén viviendo y, por fin, si acaso se encuentran, se empuñan citas y dichos de pasajes y líderes históricos que adornen los instantes y las ocasiones) y se usa un discurso lo suficientemente ambiguo para que lo prometido no llegue nunca a convertirse en deuda.

Si, como hemos convenido, la política es el arte, doctrina u opinión que trata de los Estados y su funcionamiento, conviene saber qué entendemos por Estado. Se trata, sin duda, de un mero territorio en el que vive una comunidad humana, pero es mucho más que eso. La acepción que viene a este caso es "conjunto de los órganos de gobierno de un país soberano". Lo que los ciudadanos solicitan al Estado, es decir al gobierno que le administra, es que elabore y fije las condiciones básicas que han de regir la convivencia . Por tanto, nada hay tan protector para las personas como un Estado (o Comunidad) en que estén garantizados los derechos humanos, en el que todos tengamos acceso a formas de vivir dignamente, en donde la igualdad deje de ser una quimera, como es hasta ahora, para ser una realidad.

Los partidos políticos han dejado de ser los garantes de las ideologías, principalmente porque las ideologías, lejos de ser códigos de conducta o guías de comportamiento para quienes dicen ser fieles a ellas, no pasan de ser añagazas o proclamas que dejan de tener sentido justamente cuando las circunstancias cambian.

Ciertamente, las circunstancias son las que marcan los caminos a seguir, pero la política no solo dispone de métodos de actuación, sino que ha de imponer a quienes la administran, y a quienes la viven, conductas que no la degraden y la conviertan, como ahora está ocurriendo en España, en un Patio de Monipodio. Bien se está percibiendo que las dos fuerzas emergentes -Ciudadanos y UPodemos-, surgidas de una circunstancia concreta como fue la corrupción generalizada, que afectó a la derecha y a la izquierda socialista, se han recluido en los mismos regazos de los que salieron: Ciudadanos vuelve al PP y UPodemos se ha acurrucado en el seno del PSOE para sobrevivir y disfrutar del calorcito del poder que desprenden los sillones del gobierno. La debilidad de las ideologías clásicas permite estos arribismos, que no tienen por qué ser perniciosos salvo que la vocación de sus líderes los degrade como consecuencia de la ambición de poder que en los últimos tiempos viene sustituyendo al rigor en el noble arte de la política, que desarrolla el gobierno.

Cada vez son más necesarios los políticos y gobernantes comprometidos. "Abrazar la vida política implica dejar a un lado tu inocencia, implica estar dispuesto a pagar los costes aún antes de saber a cuánto va a ascender la factura, implica conocerte a ti mismo y ser inamovible en los motivos por los que abrazaste la vida política", escribe el liberal canadiense Ignatieff. En su libro Fuego y Cenizas, dedica uno de los capítulos ("La Llamada") a justificar su abandono de la política que ejerció en el Partido Liberal. El libro contiene reflexiones importantes que inciden principalmente en la responsabilidad que han de ejercer los dirigentes y militantes de los partidos. "Ser un buen político implica ser responsable ante la gente que te eligió y ser responsable por tus acciones", subraya, pero va aún más lejos: "Eres el guardián de la Democracia, de una relación basada en la confianza en las personas, pero también en las instituciones de tu país". Y advierte a quienes puedan llegar a ser elegidos como parlamentarios: "Intenta no olvidar que fueron los votos de la gente corriente los que te llevaron hasta allí, intenta recordar que no eres más inteligente que tus propias instituciones€ El respeto por las tradiciones y las reglas, aunque te parezcan estúpidas, forma parte de tu respeto por la soberanía del pueblo y por la democracia que garantiza nuestra libertad".

El libro de Ignatieff ofrece un testimonio de alguien a quien, en su país, la Democracia le responsabilizó (estuvo en el Gobierno) y le relegó algunos años después cuando su formación perdió las elecciones. Subraya: "La política no es la guerra, sino nuestra única alternativa viable a la misma. La democracia no puede funcionar en ausencia de una cultura de respeto a tu antagonista. En política debes ser leal a ti mismo, a tu partido, a la gente que te ha votado y también al país. Dado que estas lealtades van a entrar en conflicto, debes dejar claro antes de empezar que puede llegar un momento en que tengas que poner a tu país por encima de todo lo demás". Da la impresión de que nuestros actuales políticos, principalmente los líderes de las cinco fuerzas (partidos) más representativas -guapos y siempre risueños en las fotos- no comulgan con las ideas de Ignatieff: "Te aconsejaría que pensaras en la política como una llamada. Esta expresión suele estar reservada a los curas, las monjas y los místicos, pero utilizada en un ámbito tan pecaminoso y mundano como el de la política tiene un cierto atractivo. La expresión recoge aquello que es tan duro: ser mundano y pecaminoso y al mismo tiempo leal y valiente€ Tú pones tus propias ambiciones poco modestas al servicio de los demás y esperas que sean redimidas por el bien que haces€ Sirves a la única divinidad que nos queda -las personas- y debes aprender a respetar sus veredictos. Estos veredictos pueden ser dolorosos y difíciles de entender, pero no disponemos de nada más en qué poner nuestra fe, en lo que a nuestra vida en común respecta".

Tal nos viene ocurriendo, en buena medida, en España. A falta de grandes ideólogos y de destino concreto (salvo la conquista del poder), el debate político partidista duda entre el objetivo noble de gobernar y el mucho más perverso de mandar como único objetivo€ Y parece claro quién es el que vence en esta batalla.

* josumontalban@blogspot.com