EN la Edad Media, un grupo de mujeres libres se organizaron a sí mismas. Había solteras, casadas -con sus maridos en las cruzadas- y viudas. Hacían lo que les daba la gana. El movimiento empezó en Flandes. Estas mujeres, se llamaron beguinas, tenían su casa particular con jardín. Si gozaban de buena posición social les acompañaban sus servidores. Se organizaron en las afueras de las ciudades, con casitas preciosas jugando al corro en torno a una campa grande llena de lirios. Pintaban, escribían, bordaban, incluso cuidaban a los enfermos -dicen que las primeras enfermeras de la historia fueron beguinas- sin pertenecer a una congregación religiosa. La Iglesia vio que las beguinas y sus beguinatos (el conjunto de viviendas) iban alcanzando poder y, para controlarlas, les obligaron a tener un templo en medio del campo de lirios, una abadesa e incluso votos, pero no aceptar el voto de pobreza. La Iglesia tuvo miedo de cómo destacaban las beguinas y, poco a poco, las hizo desaparecer.

Hay un extraño miedo a la mujer que tiene la ocurrencia de salir de las normas impuestas por la sociedad. Una mujer no sueña con una cocina, porque igual es física y no ha entrado nunca hasta el fogón, ni sabe freír un huevo, planchar, lavar, pasar el aspirador€

Paris Prismis (Estambul 1911-México 1999) miraba las estrellas; dentro de aquellas luces que brillaban tenía que existir un mundo fascinante. Como en su casa no le entendían, igual que al resto de niñas, le regalaban muñecas. Paris las sentaba en una silla extrañada de por qué tenía que jugar con aquellas niñas de cartón con ojos azules. A ella le gustaba observar el enigma del cielo estrellado, el silencio del firmamento, el mundo de dónde veníamos. Con sus incógnitas, fue a la Universidad de Harvard. En el laboratorio conoció a su marido, un matemático mexicano, y en México empezó la vida de Paris. Fue la primera astrónoma de México, creó escuelas y laboratorios de astrofísica y su nombre entra hoy entre las ilustres mujeres científicas.

Hay historias semejantes de mujeres que sueñan con el firmamento, aunque algunas se cortan antes de llegar a las primeras alturas, es el temor al riesgo. Oscar Wilde decía: "Los ideales son peligros. La realidad hiere, pero es mejor". Y con esa realidad y, sin referencias femeninas ilustres, se plegaban a ser mediocres por el eterno miedo al poder masculino.

Felizmente -especialmente después de la II Guerra Mundial- la mujer salió de casa para trabajar, mientras el hombre, que "nunca había entrado" (Javier Elzo), aceptó esa revolución femenina con el ceño fruncido. La mujer siempre había sido "la reina" de la casa, había cocinado, había engendrado numerosos hijos y ese era -y seguiría siendo- su lugar.

La capacidad de las niñas La lucha para conseguir los derechos femeninos ha durado cientos de años porque desde niñas se les ha hecho comprender que, por su naturaleza, son menos capaces que los niños. Según un estudio de Lorena Fernández, en una investigación de 2017 en la revista Science, se preguntó a niños y niñas si cuando se hablaba de una persona especialmente inteligente creían que era de su género o del contrario. Cuando tenían cinco años, no se observaban diferencias: en el 75% de las ocasiones cada uno escogía su propio genero. Sin embargo, a partir de los 6 años, mientras los niños seguían escogiendo hombres como "muy, muy listos", en un 65% de las veces, las niñas solo seleccionaban su propio género el 48% de las ocasiones.

La eminente profesora de Psicología Chistia Spears Brown declaró en la BBC que estos resultados encajan con investigaciones anteriores que encontraron que familias y profesoras tienden a atribuir las buenas notas en el colegio al esfuerzo de las niñas, pero a la habilidad natural en el caso de los niños.

Se sigue avanzando negativamente. Según los datos de la prueba PISA, que se hace a los 15 años, actualmente las niñas se creen menos capaces que los niños a la hora de alcanzar objetivos que requieren habilidad científica, sienten ansiedad ante las matemáticas y siempre eligen el dibujo.

En 2018 hay un gran desfase en la afirmación "me considero una persona ambiciosa". La mujer, por las circunstancias que le rodean, tiene un techo de cristal bajo. Siguiendo el estudio de Lorena Fernández -publicado en Doce miradas- al llegar a la etapa profesional, el desfase continúa por el síndrome de la impostora. En un estudio de la empresa tecnológica Hewlett-Packcard, las mujeres que se presentaban a una promoción interna de su trabajo solo se consideraban aptas si cumplían el 100% de lo exigido, los hombres lo hacían con un 60%. En los salarios ocurre lo mismo. Un estudio realizado por Linda Babcock , profesora de Carneguie Mello University, ha demostrado que los hombres negocian cuatro veces mas que las mujeres, que piden un 30% menos.

Felizmente la situación va cambiando y hay un tanto por ciento alto de alumnas que eligen en la universidad carreras técnicas con resultados excepcionales.

Sufrir desde el nacimiento A menudo las mujeres somos causantes -no es esta la palabra correcta- de la situación de desigualdad. En algunas tribus africanas, si el recién nacido es niño, mama toda la leche que quiera para que sea fuerte. Si es niña, la madre le da menos leche de la que necesita para que se acostumbre a sufrir.

Las mujeres estamos sufriendo las más vergonzosas situaciones con una sonrisa. Somos felices si usamos tampax o nos ponemos pañales que no se notan para la incontinencia urinaria; para los dientes postizos nos frotamos con una crema para que no se muevan; y para saltar con nuestros nietos como liebres tomamos unas pastillas nos quitan el dolor de huesos. Lo curioso es que el hombre también tiene pérdidas de orina, dolor de huesos y dentadura postiza. Sufre las mismas miserias humanas, pero somos nosotras las que salimos en imagen.

Para que el conjunto masculino sea totalmente perfecto, se ha inventado un nuevo termino -actitud y forma de vida- que pretende humillarnos más. El movimiento se ha iniciado en EE.UU. y se llama Tradwives. Las mujeres tradwives dejan sus empleos para dedicarse a la casa, al cuidado de los hijos y a malcriar al marido para que siga siendo el amo del hogar. Esta esposa tradicional ha de ser pulcra en el vestir para mantener el eterno femenino.

Aún más humillante es un nuevo término dedicado exclusivamente a las mujeres feministas, se llama "feminazi". La palabra no necesita explicaciones. Para quienes la emplean, las feministas están locas, son deprimidas y, además, abortan y el aborto es el holocausto moderno. La historia sigue, la violencia contra la mujer ha dejado de ser una anécdota, el maltrato físico y psíquico dentro del matrimonio una realidad que aumenta y€ todo por ser mujer. Como ustedes se imaginan: Hitler y feminismo no es lo mismo.

Ser mujer es un sino que impide aspirar a puestos importantes.

Mi madre me decía que yo era la más lista, la más guapa, la que mejor escribía, la mas decidida. Nunca me comparó con mis hermanos chicos. Su actitud me dio confianza y me ayudó, pero aún hoy hay madres que dudan del valor de sus hijas. Lorena Fernández dio una conferencia en el Parlamento Europeo y su madre antes de coger el avión le dijo: "Hija, ¿ya serás capaz?".

* Periodista y escritora