NADA de cuanto aconteció en el encuentro mantenido entre Quim Torra y el presidente Pedro Sánchez, el último jueves, fue improvisado ni fue casual. Todo obedeció a un programa premeditado y, sobre todo, basado en las intenciones, ocultas o explícitas, del president Torra. Desde el saludo previo que dedicó a Iván Redondo, con una inclinación de cabeza realmente excesiva por parte de este, hasta el despliegue de las formaciones militares o militarizadas para la ocasión, todo fue pergeñado para que la percepción de lo que allí estaba teniendo lugar no fuera una muestra de normalidad sino un acontecimiento extraordinario; no era una reunión bienintencionada sino un ardid estratégico para mostrar al resto de los españoles que los catalanes no son unos españoles cualesquiera, incluso no son españoles.

La buena voluntad del presidente Sánchez estaba fuera de toda duda. Acudió a Barcelona, es decir, se prestó a jugar en campo contrario, si aceptamos el argot futbolístico, con todos los riesgos que este hecho puede llegar a suponer. Porque la Generalitat parecía La Moncloa, incluso la Zarzuela, y los soldados-mossos, debidamente engalanados, casi parecían la Guardia Real. Y empleó una frase -"hoy es el día en el que a juicio del Gobierno de España tiene que comenzar el diálogo para el reencuentro"- que definía su voluntad a pesar de que contrastase de modo frontal con las actitudes del president Torra, obstinado en su empeño separatista y obsesionado con su convencimiento de que el procés puede terminar en su capricho independentista. Frente al prolijo documento que portó Pedro Sánchez, que constaba de 44 puntos sobre peticiones formuladas por los predecesores de Torra, el president acudió sin papeles ni listado de reivindicaciones concretas porque todo lo tenía muy claro: "Estamos hablando de soberanías, de un pueblo que debe definir su futuro libremente?". En esta frase está encerrada su voluntad, más perversa que buena, junto al empeño de sacar a Cataluña de España.

Dos banderas, dos libros No es fácil diseccionar el nuevo tiempo que parece haberse abierto. Está, por un lado, el hermetismo de Pedro Sánchez, capaz de no mostrar el más mínimo gesto de sobresalto ni ante la aparición de un monstruo del lago Ness en versión actual? Y está el rictus cínico con que Torra suele acompañar a sus palabras cuando su significado desea ser más contumaz que su propio alcance? Porque, cuando les dejaron solos, ambos compusieron un cuadro definitivo: ambos sentados en cómodos sillones, idénticos, cada cual ante su bandera respectiva, de modo que ambas banderolas -la española y la catalana- no se mostraran diferentes ni en honor ni en categoría, ni en el mismo escalafón banderil. Allí, en ese marco incomparable, Torra hizo donación de dos libros al presidente español. No conozco dichos libros porque no los he leído (aún), pero bien creo que no serán de entretenimiento. Inventing human rigths, de Lynn Hunt, y Libertad y sentido, de Luis Solá, no son libros escritos para que uno quede bien con sus amigos, al menos no solo para eso. El mero hecho de que se donen en ese momento hace presagiar que se trató de un proyectil teledirigido por Torra a Sánchez.

¿De qué hablaron realmente? ¡Nadie lo sabe! Incluso nadie sabe la intencionalidad de cada uno de los interlocutores porque ninguno de los dos la ha expresado con claridad. Ambos han recurrido a espacios etéreos que les han permitido salir airosos sin haber arriesgado ni una sola opinión. Es por esto que las crónicas de los diarios ofrecen mucha anécdotas y datos de menor trascendencia pero apenas ofrecen conclusiones de cierta importancia. La extraordinaria parafernalia ha ocultado lo sustancial, de modo que solo cabe sacar una conclusión definitiva: en esta partida de ajedrez, los contendientes van de enroque en enroque y se amenazan con jaques testimoniales que nunca van a desembocar en el jaque mate definitivo. La partida continuará aún durante demasiado tiempo porque los contendientes muestran un mayor empeño en amenazar que en culminarla.

Resulta curioso que Pedro Sánchez haya aceptado esta cambio de protagonista. Donde estuvo Rufián y ERC cuando se trató de culminar la formación del último gobierno, esta vez se ha entronizado la figura del president Torra. ¿President he dicho? Pues sí, aunque su figura se tambalee porque su puesto predominante penda de un hilo de escasa consistencia.

A las puertas de Puigdemont Todo fueron amagos y testimonialismo en la reunión. Incluso el atril tras el que comparecieron los protagonistas Torra y Sánchez había sido dispuesto en lugar emblemático y significativo, justamente a un paso de la entrada del despacho de Puigdemont que permanece vacío y desocupado. Precisamente el hecho de que esté vacío desde octubre de 2017, desde que puso los pies en polvorosa, constituye otro testimonialismo que convierte en provisional al actual president. No es extraño nada de cuanto ocurre, u ocurrió, en la visita del presidente Sánchez a la Generalitat. Torra, o algún estratega de su equipo, han diseñado el plan en el que el president debía rehacer y legitimar su representación después de que los tribunales le hayan convertido en una figura tan escasamente representativa. Pedro Sánchez ha sido capaz de ningunear a Torra sin disputarle su reputación como president, actualmente en franca duda. Torra apenas representa nada, menos aun cuando se ha obstinado en disputar al Gobierno español la independencia de Cataluña que sostienen muy pocos.

Su semblante cínico no da mucho más de sí. Su sonrisa sardónica solo denota su derrotismo, aunque él se empeñe en mostrar la altivez de los vencedores y la soberbia de los héroes de cristal frágil? O quizás se sienta desconsolado y derrotado. No en vano, cuando se dirigían al lugar en que tuvo lugar la reunión, se detuvo y mostró al presidente el cuadro La réplica del desconsuelo. Más que nada, todos estos son síntomas de la posible pérdida del juicio o la cordura. El final del viaje emprendido por Torra y el presidente sigue siendo un lugar inhóspito. Torra no renuncia a la celebración de un referéndum para forzar la independencia catalana? Y Pedro Sánchez debe saber (y sabe) que la convocatoria de dicho referéndum, si llegara a producirse, sería el principio de su fin.

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