HAY una derecha vasca, sí, con este apellido, y es una realidad que a muchos les cuesta reconocer. Como hay un socialismo vasco, mucho más rotundo y comprometido con el ser y la libertad de Euskadi. La diferencia es que el socialismo tiene aquí una larga historia, mientras que las raíces y los referentes de la derecha, si existen, están en el detritus de la dictadura. La derecha vasca es huérfana de padre y madre y de ahí devienen sus complejos: apenas nadie se jacta de pertenecer a esa familia política y no es por miedo, sino por el bochorno, más que merecido, de descender de aquellos que tiranizaron el país a sangre y fuego. Tener vergüenza es un mérito ético, pero no otorga carta democrática, una categoría que se gana acreditando la desintoxicación totalitaria, lo que vale tanto para la derecha rupestre, como para la izquierda de afanes violentos.

Para contemplar lo que ha sido, es y puede ser la derecha vasca les propongo un viaje en el tiempo, del pasado al futuro. Tengo la ventaja de haberla conocido en profundidad por motivos profesionales y durante algunos años en ese ámbito especial -la comunicación electoral- en el que se configura el discurso y aparecen y verbalizan las certezas ideológicas de sus dirigentes, estrategas y votantes. Cuando estás cerca de la gente y la escuchas sin filtros, caes en la cuenta de que lo que sienten (sus odios, sus negaciones, sus heridas) compone su práctica política mucho más que sus principios teóricos, a menudo cargados de retórica. La agresividad de la derecha vasca procede de esas emociones negativas.

Pasado La derecha en la CAV tiene en este momento tres nombres, Partido Popular, Ciudadanos y Vox, mientras que en Nafarroa se añade UPN, probablemente la más ruda de sus versiones. Antes de que se escindiera en estas cuatro ramas se llamó Alianza Popular, fundado por un ministro de Franco y otros que como él habían sido siervos principales de la dictadura y beneficiarios de sus fechorías económicas y sociales. En esa época, la derecha era fascista sin matices y su ideario se inspiraba en las leyes fundamentales del régimen, la falange primoriverista y el tradicionalismo de Dios, patria y rey. Sus menguantes electores todavía confiesan en privado que el franquismo hizo muchas cosas buenas y que benefició a los vascos.

Si hubiera buscado inspiración en el pretérito solo hubiera encontrado líderes autoritarios como Gil Robles, Cánovas del Castillo, Sagasta y otros tan conservadores que en nada desmerecían en rigidez a los del franquismo. Nunca hubo una derecha realmente democrática en Euskadi. Era contraria al progreso, antisocialista y, por supuesto, enemiga del nacionalismo vasco surgido a finales del siglo XIX. Esa derecha representaba en Euskalherria el atraso cultural, la desigualdad y los privilegios de casta. Esa carencia de orígenes define su soledad y la deja a la intemperie de intereses particulares, un clasismo disfrazado de campechanía que se manifiesta en las políticas económicas y fiscales más favorables para su gente. En el pasado de la derecha vasca pesa como una losa la ausencia de sensibilidad vasquista. Siempre consideró al euskera una lengua inútil, arcaica y aldeana y jamás la apoyaron cuando no la combatieron.

Por faltar a la derecha local le ha faltado hasta grandeza. Habiendo sufrido una persecución terrorista brutal, con varios asesinados entre los suyos y una larga experiencia de amenazas y escoltas, no supo sublimar ese sacrificio y, en vez de transformarlo en una épica de libertad, hizo de su sangre y sufrimiento una utilidad electoral que todavía hoy, casi una década después del fin de ETA, mantiene en su desdichado discurso político. ¿Por qué cambió su dignidad de víctimas por el peor de los victimismos? Solo Jaime Mayor Oreja, el más nefasto de sus dirigentes, podría explicarlo.

Presente El drama de la derecha vasca es la existencia del PNV, al que tiene como acaparador de sus votos por un diferencial emocional. Su error es creer que sus posiciones ideológicas son idénticas y que solo les separa un sentimiento localista. No entiende que las políticas sociales de los jeltzales, su apuesta por la igualdad, el desarrollo tecnológico y el apoyo a la economía productiva, así como su acreditada eficacia gestora les distingue en la evaluación pública. Hay una distancia enorme en la cercanía social entre uno y otro. Difícilmente se puede ver a los conservadores fuera de sus despachos, mientras los nacionalistas están en la cotidianidad de Euskadi. La visibilidad pública del PNV es tan notoria como la invisibilidad del PP, Ciudadanos y Vox.

¿Y cuál es la utopía de la derecha vasca en Euskadi? Ninguna, no cree en el país, sino en tres provincias españolas. El sueño del PNV es la independencia y vivir como una nación en Europa, diferenciada, equilibrada, abierta y avanzada. El PNV gestiona con éxito la autoestima de los vascos y gestiona eficientemente sus recursos. ¿Y qué administra la derecha vasca hoy? A duras penas su supervivencia, tener un hueco aunque sea por la influencia procedente del sur. Ni tuvo épica cuando podía obtenerla en su sacrificio, ni la alcanza ahora en la normalidad democrática.

El problema actual de la derecha es que no ofrece seguridad ni contrapeso ideológico y se le percibe como factor de desequilibrio y amenaza para la cohesión. En cuanto centra su discurso, se descentra en las urnas porque ese espacio de armonía ya está ocupado. Enredado en pactos con la ultraderecha y los antiforalistas de Rivera, su mensaje es de miedo y riesgo de liquidación del autogobierno. ¿Cómo puede existir la derecha vasca bajo el dramático tripartito que le concierne?

Futuro El sueño de futuro de la derecha es formar parte del Gobierno vasco. A punto estuvieron de lograrlo en su alianza con los socialistas de Patxi López, en 2009, pero aquel acuerdo incluía no tomar poder en Lakua para hacer menos humillante y antiestético aquel asalto españolista a la administración de Euskadi, deslegitimado por la ilegalización de la izquierda abertzale y su expulsión del censo electoral. El deseo de la derecha es cogobernar con el PNV y mostrar su competencia en la gestión, ser como los jeltzales. Ha mandado en el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz y en la Diputación Foral de Álava, pero lo hizo contra los nacionalistas. De los efectos de aquella ira política, que todo lo enturbia y envilece, deviene su invierno electoral.

En su reciente Convención, el PP remarcó su carácter foralista y la defensa del Concierto Económico, lo que es loable, pero carece de credibilidad por cuanto el espíritu del foralismo es parte del autogobierno al que socava con su negación del cumplimiento estatutario. Su enfática -y táctica- devoción por los derechos históricos llega muy tarde, porque esa responsabilidad ya está ocupada y garantizada. Por ahí no encontrará su identidad. Tendría que comenzar por mirarse hacia dentro y ver cuánto de franquismo queda entre sus costuras y, una vez eliminado ese pestilente residuo para dejárselo en exclusiva a Vox, fortalecer su compromiso con el avance del autogobierno y competir en políticas concretas que no le otorguen la etiqueta de valedor de las clases privilegiadas. Así quizás consiga que no haya vascos valiosos que se acomplejen de representar a una derecha de deshonroso pasado e incierto futuro. Formar el puzle en el que encajen las piezas de Euskadi y España es acaso su reto, sin admitir la evidencia política de que Euskadi y España son una contradicción.

Puede que el drama existencial de la derecha vasca, desdiciendo las primeras palabras de este escrito, sea que no hay una derecha vasca y que lo que hay realmente es una derecha española.