LA enésima convocatoria electoral, la del 10-N, ha sido un mazazo para la mayor parte de la ciudadanía, que ve con decepción, cabreo, hartazgo o resignación que sus votos no se gestionan para alcanzar un gobierno que afronte los graves problemas que nos atenazan desde hace un lustro (presupuestos inadaptados, reforma laboral, déficit público, transición ecológica, digitalización, libertades, Catalunya, reindustrialización, pensiones, agenda vasca de transferencias) a los que hay que añadir el nuevo estancamiento económico, los retos del Brexit, nuevo estatuto vasco... Ya los aplazaron Mariano Rajoy y el interino vocacional, Pedro Sánchez, por lo que no tocaba que se contabilizaran de nuevo las cuotas de representación y poder de los partidos.

Es un fracaso de la política, los políticos? y, sobre todo, de la izquierda. No pueden echar la culpa a los nacionalismos, que han sido coherentes dejándose pelos en la gatera antes que incurrir en el riesgo de una nueva involución.

Responsabilidades Personalizar la responsabilidad en que los dirigentes de la izquierda estatal se caen mutuamente mal no es una buena explicación. Sin embargo, la sicología tiene algo que ver -aunque no sea la principal explicación- en clave de narcisismo; mucho más acentuado y enfermizo en Pedro Sánchez que, como luchador nato, está más cómodo en campaña electoral permanente, compitiendo y midiéndose ante el espejo, que buscando complicidades (reconociendo al otro) y gobernando para las mayorías. Ha sacrificado un país a esa pulsión. Por su parte, Pablo Iglesias ha tomado como cosa personal (humillación) que no se valore a Unidas-Podemos y se le vete a él personalmente ofuscándole el juicio respecto a la oferta ministerial que le hicieron al final y a regañadientes.

Otra interpretación parcial sería la del desconcierto cortoplacista. A falta de proyecto a largo plazo en un contexto de incertidumbres, el PSOE decide no aceptar por excesivas las exigencias de Podemos y ha jugado a ofertas y contraofertas a corto con el riesgo cierto de encabronarse mutuamente y quemarse, como ha ocurrido. Al fondo, es el PSOE quien como primera fuerza debía superar la dinámica de contrarios, de acción-reacción, y ha rechazado a Unidas- Podemos con un “ya no hablo más contigo” después de semanas sin mover pieza y tras descalificarle repetidamente. Ha sido su decisión política. Décadas de experiencia democrática desperdiciadas en una visión infantil de la política en políticos inmaduros.

Más de fondo es una tercera interpretación, de carácter estratégico. Cabe sospechar que el PSOE consideraba inevitable y deseable un nuevo proceso electoral porque no había interés en compartir liderazgo ni poder con Podemos, a quien se le pedía ser únicamente muleta. Ha pretendido monopolizar la representación de la izquierda, ser toda y la única izquierda, deslegitimando a las otras izquierdas. Las idas y venidas en las negociaciones no eran de acercamiento sino de táctica para construir un discurso culpabilizador sobre el otro.

Una cuarta interpretación, y más plausible, es que, sin dirigirse directamente a forzar nuevas elecciones, el PSOE de Sánchez las prefería a tener que cogobernar con un Unidas Podemos con peso en un gobierno de coalición. Ello por doble motivo: por una parte, las clases dirigentes habían emitido señales inequívocas de que no lo querían. El presidente del Círculo de Empresarios -John de Zulueta- lo sentenció con un “Mejor elecciones que el efecto económico devastador de Podemos en el Gobierno” (ABC, 18-9-19). Y no hay que olvidar que el PSOE, más allá de la marca formal, es más un partido-sistema que un partido de izquierda real. Al fondo, el PSOE ha optado por salvar el régimen del 78, del que es parte vertebral. Por otra parte, el PSOE ha creído llegada la hora de volver al bipartidismo sin que, como siempre, tolere nada a su izquierda. Estima que unas nuevas elecciones le favorecerían al ser un nuevo desgaste para Unidas-Podemos, que cargaría con el sambenito de intransigente según el relato socialista.

Errores de UP Entiéndasenos bien, no se trata de repartir culpas por igual. El PSOE tiene una culpa central, políticamente perversa, por cálculo partidista ajeno a toda ética tanto de convicción (fidelidad a los principios) como de responsabilidad (tener en cuenta las consecuencias), como las diferenciaba Max Weber. Pero, además, ha roto también con los valores democráticos al dar la espalda a las necesidades sociales (quiebra ética del servicio a la ciudadanía) y al encargo electoral (abandono de la ética de representación). Cuatro quiebras morales.

Lo de UP puede calificarse, en cambio, de error grave. No se entiende nada de la estrategia de Pablo Iglesias si pensaban hace nada que el PSOE es parte sustancial del “régimen del 78”, con lo que compartir gobierno se hubiera saldado haciendo la política del PSOE incluso en los ministerios a cargo de UP. Lo razonable -como algunos advertimos hace meses- hubiera sido pactar un programa progresista sin pertenencia al gobierno, como en Portugal, y fiscalizar críticamente su ejecución. Se hubieran combinado responsabilidad con garantía de cumplimiento y una función de contrapoder. Iglesias, con sus cielos imaginarios, se empeñó en lo contrario, con el resultado de nada y una nueva boleta para seguir bajando en peso electoral y además con la espada de Damocles de un Iñigo Errejón al acecho y dividiendo más.

Perspectivas Es mucho suponer que el próximo 10-N se repitan resultados con ascensos porcentuales de PSOE y PP y descenso de UP y C’s porque también puede ocurrir que la abstención cambie correlaciones o que las tres derechas sumen más, arruinándose la posibilidad de un cambio histórico progresista que el PSOE tuvo al alcance de la mano y dejó pasar por pánico y cobardía.

Pedro Sánchez confía ahora (siempre juega alegremente con fuego) en girar hacia el centro-centro y hacia el centralismo (blandiendo el 155 contra los nacionalismos que le salvaron la cara), buscando el dudoso comodín oportunista de C’s con el que compraría un freno de mano para los compromisos en la agenda social y política. Lo real es que el PSOE, dilapidando el fácil encargo que tenía, no asumió el reto del cambio y nos mete en la tesitura de riesgo de una involución aún más profunda de la que supuso Mariano Rajoy con un PP-C’s-Vox o en su caso de una involución con sordina: PSOE-C’s.

Tanto en la Comunidad Autónoma de Euskadi como en Catalunya las fuerzas nacionalistas y soberanistas pueden mejorar resultados porcentuales -a añadir los efectos de la sentencia del procés en octubre y la menor probabilidad de que la abstención afecte al catalanismo- mientras que difícilmente favorecerán al PSE y al PSC el plus Sánchez de las anteriores elecciones (abril 2019) ni a Elkarrekin Podemos la gestión reciente de Iglesias. Más equipado con líneas de futuro irá el PSN en la Comunidad Foral de Nafarroa.

Pero, más allá de la contabilidad electoral, entramos en fase de estancamiento económico y de riesgo de gobierno invernal en temas sociales y en las cuestiones catalana (diálogos sobre los enjuiciados y sobre un nuevo estatus) y vasca (transferencias y nuevo estatuto). Prepararse para ello exigirá acuerdos entre quienes se sitúen en el lado progresista y primaveral de la historia. ¡A ver si despierta de una vez la puñetera marmota!

* Profesores de la UPV/EHU