LAS de Zygmunt Bauman nos abrieron la puerta a conocer la sociedad que nos está tocando sufrir, con su propuesta de la liquidez en que nos movemos. Su teoría de la modernidad líquida es un instrumento imprescindible para entender lo que está pasando.

Probablemente, todos los gurús de los que se rodean los líderes políticos actuales les estén empapando de esa tesis para llevar su campaña de imagen precisamente hacia esa liquidez. Les empujan hacia el individualismo feroz que, según estos modernos, de la nada lleva al éxito; por lo menos al electoral, quizás sólo eso.

Moverse en una sociedad líquida, inconsistente, les obliga a convertir la praxis política también en líquida, abandonando la solidez de la ideología. Ya no se trabaja para transformar la sociedad, sino solamente para interpretarla, haciendo un seguidismo esterilizante, al menos en lo ideológico, de lo que está de moda, de lo que se lleva. Ese terreno favorece a los partidos populistas y de extrema derecha en detrimento de las izquierdas, obligadas a jugar con unas reglas de juego contrarias a sus principios.

Lamentablemente, observamos la rendición de esas izquierdas ante el avance de técnicas tacticistas con la única pretensión de ganar las elecciones, lo que les lleva a abandonar la estrategia que va unida a su ideología. El análisis a corto plazo se impone a la visión de largo alcance como, por ejemplo se observa en el tema catalán.

Todo ello, favorecido por la tiranía de los expertos demoscópicos y de marketing tras la eliminación de los pocos ideólogos que aún quedaban y que suponen un estorbo en el seno de esa liquidez. No existe ya nada sólido ni en la sociedad ni en la política, que la sigue miméticamente.

Así, las clases dominantes garantizan que gane -y por tanto gobierne- quien gane, la izquierda o la derecha, ellas siempre resultan victoriosas. Son quienes mueven los hilos. Lo que nos lleva a las tesis que expuso Francis Fukuyama en 1992 con su libro El fin de la historia y el último hombre, conocidas coloquialmente como “el final de las ideologías”.

Resulta curioso que en aquel instante fueron rebatidas ferozmente especialmente desde la izquierda y hoy en día parece que esas mismas izquierdas, o al menos quienes las dirigen, las hayan abrazado con entusiasmo.

Esa sociedad líquida ya no es de derechas ni de izquierdas, sino que resulta algo amorfo, fácil de moldear, si se abandonan esas ideas y sólo se trabaja en conseguir votos y llegar a espacios mayoritarios de la misma. Si le añadimos el imperio de la táctica y el final de la estrategia, resulta que, paradójicamente, después de 27 años Fukuyama sale victorioso.

Esta situación de liquidez y crisis de las ideologías fueron perfectamente observadas también por Steve Bannon, quien aportó su particular visión de lo que estaba ocurriendo en el seno de esa sociedad empobrecida en lo ético, con pérdida absoluta de la honestidad y dominada por un individualismo feroz.

Así, lanzó su terrible teoría de que, a diferencia de los años 80 en los que se necesitaban políticos como actores de teatro, probablemente de Shakespeare, formados intelectualmente, en el tiempo actual esa liquidez social necesitaba otros más cercanos a los participantes a un reality show.

Aunque sus teorías van siendo conocidas a partir de su asesoramiento victorioso a Donald Trump, más bien parece que en los diferentes partidos políticos ya se conocieran de antes, especialmente viendo el panorama actual de líderes, que parecen todos cortados por ese mismo patrón y que todos ellos no desmerecerían participando en Gran Hermano, Supervivientes, e incluso Sálvame, pero no en Pasapalabra.

No suelo ver los reality porque desprecio este tipo de programas que se dedica a sacar los peor del ser humano, también porque me indigna el dirigismo social que practican, a menudo de manera sutil y a veces burda y vomitiva. Pero reconozco que hoy, para tener una idea certera de por dónde va esa sociedad que los consume al mismo ritmo que la comida basura, debemos imponernos conocer esa realidad.

Leí hace poco un informe sobre el rey de estos programas, Gran Hermano, y su parecido con la política actual. Esa lectura me ha llevado estos días a un experimento, consumiéndolo en pequeñas dosis para evitar una intoxicación mortal de mis neuronas. Me he escandalizado por la manipulación que se practica, por cómo engañan al personal sin inmutarse, sin respetar las mínimas reglas de lo ético e incluso de la buena educación. ¿Cómo en política?

Pero baten récords de audiencia. Millones y millones de personas se sientan cada noche frente al televisor para verlo, lo que indica que conecta perfectamente con los gustos de una sociedad que, o bien se siente identificada con sus concursantes y sus actos, o cual borregos rumbo al matadero conectan con sus propuestas.

Estoy convencido de que muchos de nuestros políticos actuales beben de sus fuentes, no sé si consumiéndolo personalmente a diario o a través de sus asesores. Por eso una parte de la campaña electoral actual, sin distinción de colores o ideologías, se asemeja cada vez más a un enorme Gran Hermano de la política. ¿Cómo es posible que millones de personas se dejen engañar con tanta facilidad? ¿Cómo es posible que se queden hipnotizados dejándose beber sus neuronas por semejante espectáculo? ¿Cómo es posible que acepten sin rechistar que lo que se supone que es un ejercicio democrático (los expulsados lo son por votación popular), resulte ser tan manipulado? Hablo de Gran Hermano, pero ¿qué influencia tiene Gran Hermano en las elecciones?

Ese supuesto democrático se ha visto desenmascarado cuando al parecer alguien con mucho dinero apuesta por una de sus concursantes y se gasta un capital importante votándola, ya que las votaciones se cobran (una parte del negocio). Sólo por eso ya sería suficiente para ser retirado por fraude. Sin embargo, esa concursante que se salva debido a ese sistema recaudatorio, resulta que una vez que los votos son gratuitos y por lo tanta populares obtiene la friolera del 75% en contra. ¿Nadie se interroga sobre de dónde sale esa diferencia? ¿Nadie tiene el juicio crítico de entender hasta dónde llega el colosal engaño? ¿Esa es la sociedad que tenemos realmente?

Todos esos interrogantes me llevan a la tristeza y la decepción. Mientras nuestros conciudadanos consuman con avidez, y parece que con éxito, ese tipo de programas, la política clásica no tiene nada que hacer. Gane quien gane en las próximas elecciones, izquierdas o derechas, será un reflejo de esa sociedad aborregada, líquida, consumidora de reality shows y por tanto fiel reflejo de este tipo de programas. No me extraña que Bannon apueste por políticos tipo que se antojan candidatos a un reality show, porque es lo que esa sociedad demanda. Y da igual mirar a Iglesias, Sánchez, Casado, Rivera, Abascal, o Rufián, Puigdemont, Otegi, Torra. Quizás sólo Urkullu o Baldoví se salven.

Pero aún hay más. A esas tres teorías faltaría aportarles una serie de ingredientes para conseguir el guiso perfecto. La posmodernidad y la posverdad consiguen ese efecto. Así, política líquida, dirigentes propios de reality shows, muerte de las ideologías, más posmodernidad y posverdad nos llevan a la lamentable situación actual.

¿Qué hacer ante esta negra situación? Pues rebelarse y luchar. Con las ideas, con las palabras dichas o escritas, intentando llegar a todos los rincones con una labor didáctica titánica. O, lo que es lo mismo, al menos morir con las botas puestas. Solo vence quien resiste. El enemigo es poderoso, incluso incrusta y envenena nuestros propios partidos de izquierdas, pero es preciso intentarlo.