SIN dejarnos llevar por prejuicios ideológicos interesados, ni tampoco obviar carencias sensibles, hemos de constatar que hemos alcanzado un notable nivel de vida y autogobierno. Sin embargo, no se puede confundir progreso económico o político con progreso moral y humano. Progresar no es avanzar sobre cadáveres y escombros, ocultando y silenciando situaciones dramáticas, derivadas de acciones criminales minuciosamente planificadas y ejecutadas. Tampoco dejamos de constatar la postura moral de algunos ciudadanos y grupos de no denunciar los crímenes llevados a cabo, por considerarlos respuesta inevitable a los realizados por otros grupos, que han negado ideas y proyectos legítimos. La espiral acción-reacción nos ha conducido a situaciones dramáticas indeseadas y expresa la carencia de unos valores morales compartidos.

En este periodo nominado “pos-ETA”, nos parece urgente clarificar y asentar unas bases éticas mínimas, unas posturas personales y sociales que hagan posible una verdadera regeneración democrática, que señalamos a continuación.

fidelidad a la verdad de lo sucedido Es una exigencia fundamental. La injusticia nunca se puede reparar del todo. pero es obligación reparar lo humanamente reparable y mantener la memoria de lo irreparable. El paso del tiempo se convierte, a veces, en el árbitro de la justicia y la reparación, o en una losa para el corazón.

Borrar las huellas es borrar el significado del crimen, pero existe un “ahora”, momento no amortizado del pasado, que todavía pide justicia para construir el futuro. Por eso, no es posible “pasar página”. O todavía es más triste pedir a las víctimas de los atentados y la extorsión que acepten su sacrificio como precio de la paz.

Constatamos las constantes referencias que se hacen en nuestros días a la memoria de la Guerra Civil. Si esto es normal, mucho más aún será sentir las huellas más recientes vividas en nuestra propia carne.

Para una memoria fundada en la verdad, los asesinatos, los secuestros, las amenazas o las múltiples torturas verificadas, no fueron una “necesidad histórica”. Fueron el resultado de decisiones personales y de grupo, de los que hay que pedir cuenta a los responsables de los mismos. La memoria nos habla también de culpa, haya o no prescrito la ley. La culpa va más allá que la ley. Caín siempre fue culpable.

La centralidad de las víctimas Es triste constatar que en aquellos lugares donde se han dado atentados, secuestros y muertes se ha envilecido el ambiente, multiplicándose los agravios comparativos. Esto hace que incluso se desconfíe de los testimonios más fiables, imponiéndose el duro principio de que “quien lo hace, lo paga”. Al respecto es preciso incidir en dos aspectos: Uno, la tentación, no siempre superada, de sentirnos sensibles al sufrimiento de “los míos” e insensibles al de “los demás”, una visión inclusiva de las víctimas debe fundamentarse en la reparación de la injusticia y en la solidaridad y cercanía en el dolor infligido. Dos, también la propia víctima está llamada a realizar una costosa reelaboración personal, tratando de superar su situación, venciendo el odio y el resentimiento, postura casi heroica en ciertos casos y para la que necesita la ayuda incondicional de todos nosotros. La interiorización de la idea de que lo que se hizo “había que hacerlo” pues el conflicto no “comienza con ETA”, además de falsa es justificadora de una terrible injusticia. Nunca una razón política, ideológica o de Estado está por encima de la dignidad de las personas y de la vida de seres inocentes.

Esconder los hechos, minimizarlos, compararlos con otros hechos injustos para justificarlos, falsean radicalmente la memoria histórica. La recuperación de la víctima se da mediante el reconocimiento del mal inferido y su reparación.

Política penitenciaria, justicia y perdón Este problema debe ser abordado con equidad y humanidad, buscando una paz inclusiva. Y no por meros criterios políticos.

Es indignante argumentar que los atentados, los secuestros y las muertes se dieron “para solucionar un problema político”, “que estamos en otro tiempo” y que hablar de “un mal injusto”? es un cliché de la “vieja política”. ¿Cuál es el cliché de la nueva política? ¿Acaso el olvido, la tergiversación de la historia, la manipulación y/o el ocultamiento sistemático de tantos hechos sangrientos?

Del mismo modo, es necesario señalar que no se puede transferir a la sociedad y a las instituciones la responsabilidad final de la violencia ilegítima de ETA y su desaparición.

Apelar, de forma genérica, a las “causas del conflicto” sin asumir que fue la propia ETA la que de forma unilateral asumió el camino de la lucha armada es falsear la verdad y querer justificar y engrandecer una trayectoria que la mayoría de los vascos ha rechazado.

Pero todo ello no debe impedir un tiempo nuevo y un nuevo proyecto de regeneración. La disolución de ETA, con una profunda autocrítica (que en algunos de sus miembros ya se ha dado, aunque no haya sido suficientemente valorada), facilitaría el camino. Desde esta perspectiva, el periodo pos-ETA debe facilitar las vías individuales de reinserción, los beneficios penitenciarios y las redenciones de pena que permitan salir de la cárcel antes del cumplimiento íntegro de su condena.

Es necesario terminar con el régimen de excepción. Se pide como razonable y humanizador el acercamiento y el agrupamiento, así como la libertad de los presos enfermos y la equiparación con los derechos de los demás presos. Peticiones que se han hecho ante los gobiernos español y francés.

Hay que buscar la equidad entre la justicia y el perdón, por eso están fuera de lugar la venganza y la arrogancia estéril. Este camino todavía no lo hemos recorrido.