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El ‘Guernica’ de José Ramón Amondarain

Amondarain no es ni será el primer autor que toma y retoma una y muchas veces el Guernica de Picasso, para realizar y construir su propia obra. Muchos otros ya lo han hecho antes: Oskar Kokoschka, Aurelio Arteta, Agustín Ibarrola, José Luis Zumeta, y muchos otros lo seguirán haciendo en adelante. Ya lo dijo Eugenio D´Ors, uno de los mejores críticos de arte de comienzos del siglo XX: “Todo lo que no es tradición, es copia”.

El Museo San Telmo de Donostia/ San Sebastián rinde ahora homenaje al Guernica de Picasso en su 80 aniversario a través de cuatro grandes lienzos, La risa del espacio, de José Ramón Amondarain (Donostia, 1964), una instalación de dibujos, otras dos de objetos, una escultura y una serie de dibujos sobre diversas superficies, mostrándose en todos ellos de una versatilidad, calidad, y belleza fuera de límites.

Amondarain es un magnífico dibujante y constructor de espacios para la risa y la contemplación postoteiciano, que es capaz de deconstruir y construir cualquier icono de la historia del arte y de la sociedad como lo viene haciendo desde la década de los 90. Y lo hace además desde el máximo rigor e interpretación de la propia iconología, hasta toparse a menudo con lo límites de la Ley de propiedad, como en su anterior propuesta Urgencia realizada para el Artium de Gasteiz, y que ahora se muestra encajonada al comienzo de esta muestra.

Su sintaxis mix le permite hacer lo que quiera, y adentrarse tanto en la utilización de cualquier técnica para plasmar su propio mundo, cercano a la realidad, y al mundo de la construcción de espacios para el sueño y el juego erótico.

Ahí están para demostrarlo sus cuatro grandes lienzos, disecciones antropológicas del Guernica, en negros, diversos colores, ocres y verdes. Excelentes por su tamaño, propuesta, y atrevimiento múltiple. Sus duros dibujos sobre cristal trazando el anagrama del cuadro, el retrato del autor y su propio autorretrato. Ahí están sus objetos-restos del bombardeo, fosilizados, erectos, negros, ubicados cinéticamente sobre el plano, creando aversión y angustia. Al igual que ese cuelgue dinámico a base de falos calcinados por el odio y la guerra entre las dos Españas.

En Amondarain hay mucha concentración de fuerzas antagónicas, de intersección de eros y thanatos, de valores entre la paz (creación) y la guerra (límites y destrucción). Y sobre todo hay reflexión desde dentro del arte y de la cultura en unas décadas en que el panorama artístico se ha convertido en un circo, en una feria de banalidades, y de comercio museístico.

En medio de la muestra se abre una Caja metafísica de Oteiza pintada en gotelé en ocres-grises-blancos, un espacio plano-profundo del que partió en sus inicios JR, y al que parece abocado al final de tantos desmembramientos ajenos.