Consensuar... para construir país
consensuar... No es fácil la convivencia y el consenso en la vida social y política de un pueblo. Por desgracia, tiene razón Carl Schmitt cuando afirma: “Todo enfrentamiento religioso, moral, económico, étnico o de cualquier otro tipo, allí donde se dé, se transforma en enfrentamiento político si es lo bastante fuerte y prolongado como para reagrupar efectivamente a los hombres en amigos y enemigos...”
Por ello, nos preguntamos si la idea de consenso es la más adecuada para afrontar los problemas que hoy tenemos en muchos países de Europa. El consenso es importante para gobernar y dar estabilidad a una comunidad política, pero no es nada fácil. De hecho, la falta de consenso aparece, precisamente, al pasar de las palabras a los hechos. No hay que olvidar que el elemento más significativo de la democracia es el pluralismo . Pluralismo significa disenso. Disenso respecto a las reglas de juego o a criterios de actuación, fundado en la libertad razonada, abierto siempre al acuerdo.
La política en general, y nuestra convivencia política en particular, refleja una realidad social imperfecta. “El mundo real no es un mar en calma y sin mareas” (I. Berlin). Esta realidad hay que tomarla con naturalidad, con sus conflictos, desacuerdos, tensiones e incoherencias. Depender de la necesidad absoluta de consensos para resolver los problemas sociales y políticos, bien sea de un país, ayuntamiento o un colectivo social, puede convertir a las mayorías políticas y sociales en rehenes de minorías antidemocráticas. Ese país no avanza, permanece estancado en un enfrentamiento estéril. Por el contrario, aceptando los principios democráticos y el juego de la pluralidad, acatando las decisiones de las mayorías y el respeto a las minorías se garantiza mucho mejor la estabilidad y la prosperidad.
En nuestra comunidad Dentro del ámbito geográfico de Euskal Herria, con una pluralidad de sentimientos identitarios, notables desajustes económicos y un reciente período sangriento, tampoco es fácil en la vida social y política un consenso estable. Con todo, la CAV es una comunidad política constituida con un grado suficiente de consentimiento. Tiene sus instituciones, sus símbolos, sus elecciones, sus normas y leyes y unas bases económicas y culturales de amplia aceptación social. Estas difícilmente pueden ser relevadas por nuevos proyectos y cambios radicales que exigen nuevas mayorías.
Esta organización económica y social, con sus defectos y aciertos, conforma un sistema de pesos y contrapesos, libertades y solidaridades que garantiza el juego político. Este difícilmente puede ser relevado sin que a resultas de ello entre en crisis la propia comunidad legítimamente constituida.
Euskadi es una comunidad política, que corresponde a una parte del sujeto Pueblo Vasco, formada a partir de los territorios de las tres provincias y otras entidades administrativas que, en virtud de la voluntad de los propios ciudadanos, pueden incorporarse o no a dicha comunidad política.
A partir de ahí, se da el principio democrático que regula la acción política interna de la comunidad. Este principio exige que las decisiones de gobierno puedan adoptarse con todo derecho por la mayoría, exigiendo a los elegidos que rindan cuentas a todos los ciudadanos. Dentro de la pluralidad de nuestro pueblo, una gran mayoría es consciente del progreso aparejado al autogobierno y de la calidad que recibe como consecuencia del mismo. Esa misma mayoría se reconoce como pueblo que se va construyendo en la integración y cohesión mutua con libertad y respeto.
Todavía es largo el camino a recorrer. Venimos marcados y condicionados por un contexto cercano sangriento que ha fragmentado nuestra sociedad. Todavía existen demasiadas heridas y posturas excluyentes e irreconciliables que ponen como ideal a seguir en la actividad política, la “borroka” y el enfrentamiento radical, poniendo en peligro la misma cohesión social.
La política vasca y la convivencia pacífica es víctima de la angustia por conquistar, cuanto antes y a partir de cero, la paz. Pero no hay atajos. Es necesario clarificar y reconocer el mal inferido y resarcir en la medida de lo posible la injusticia sufrida por las víctimas. Todo desmarque de la violencia, no puede eludir la autocrítica pública del pasado, sin que otros recurran a la venganza y a la deuda eterna.
No se debe cerrar la puerta a nuevos consensos políticos , pero sobre todo necesitamos clarificar si somos leales con la decisión hoy todavía vigente que fundó nuestra comunidad política instaurando sus propias instituciones.
Se necesita aclarar y explicitar el contenido y la legitimidad democrática que asiste a nuestro pueblo, expresado en la Disposición Adicional, “a no renunciar a aquellos derechos históricos que supondría materializar lo que se ha llamado opciones de cambio”. Pero esa clarificación no debe utilizarse arma arrojadiza.
Muchas veces se sustrae el liderazgo de las instituciones en favor del antagonismo ideológico de los partidos, confundiendo a las instituciones con su eventual ocupante, atacando así la credibilidad de las instituciones. Ninguna mayoría tiene libertad para destruir su propia comunidad o poner en riesgo la supervivencia de su pueblo. Debemos decidir e integrar, no imponer ni segregar, ni excluir a nadie. No es utopía. Es posible convivir desde la diversidad, superando la dogmática constitucionalista o soberanista en la que estamos atrapados no pocos sectores políticos, culturales e intelectuales. Por delante tenemos una tarea ilusionante en un trabajo común, tenso pero esperanzado.