POCOS acontecimientos políticos están siendo tan considerados como lo que sucede en Catalunya. Las comparaciones, la inquietud social, los juicios interesados y una cierta simpatía hacia la causa catalana se extienden en amplios sectores de la población vasca. ¿Qué similitudes y diferencias se dan entre lo que sucede en Catalunya y en Euskadi? La pregunta debe ser respondida con honestidad y lealtad, en orden a reorientar nuestro propio camino desde la verdad, la libertad, la paz y la solidaridad con otros pueblos.

Entendemos que los proyectos políticos que se suscitaron durante la transición política española necesitan una revisión de cara a los cambios sociales y culturales que se están produciendo. También nosotros necesitamos clarificar lo que nos está pasando, en orden a discernir lo que nos une y lo que nos separa, lo que se ha cumplido o no, respecto de aquello que llegamos a aprobar y que nos aglutinó, de alguna manera, como pueblo.

El entramado institucional y competencial que nos dimos en la transición con su instrumento financiero, el Concierto Económico, fue aceptado de forma mayoritaria (elecciones libres, juego de mayorías, rendición de cuentas, camino de diálogo y negociación, etc.), pero hay que reconocer que hemos vivido momentos muy difíciles en los que la coacción, la sangre y el miedo han estado demasiado presentes en el devenir de nuestra vida social. En este contexto, no ha dejado de cuestionarse cuál es el sujeto sustentador de la voluntad popular, lo cual ha derivado a enfrentarnos a la hora de definir conceptos básicos como democracia, libertad, solidaridad, autogobierno, etc. Es cierto que ponderamos el valor de la convivencia pacífica democrática, pero muchas veces se traslada a la ciudadanía la confrontación política e ideológica de los partidos.

En estos momentos en los que se cuestionan tantos principios y realidades políticas, es necesario recordar que todo pueblo tiene derecho a proteger los vínculos socio-afectivos de su propia identidad histórica, junto al deber de establecer lazos de solidaridad con otros pueblos. De ahí que precise de unas instituciones y de unas leyes, propias y flexibles, que garanticen tanto su propia identidad como la posible adaptación a las nuevas situaciones históricas. Por eso ha de disponer de facultades reales de autogobierno, aun dentro de un Estado. Y deberá realizarse por medio del diálogo y la negociación y no por la imposición unilateral del Estado, o de un grupo político; por la ley del más fuerte.

Pero, en concreto, ¿qué formas políticas definen los derechos de cada pueblo en relación con los demás? Depende de cada situación histórica. Ahora bien, ni la hegemonía de un Estado ni la independencia de un pueblo son fórmulas definitivas, absolutas y únicas de legitimación. Ninguna puede ser, sin más, excluida. En esta línea, el resultado de un referéndum no fija para siempre el principio democrático de la voluntad popular, pero realizado en libertad y respeto mutuo es expresión legítima de la voluntad de un pueblo. Esto es lo que los responsables del Estado no han querido o no han podido entender.

Entre nosotros, como en Catalunya, se da un pluralismo de adhesiones socio-políticas. Las podemos sintetizar en tres tipos:

a) La Constitución de 1978 es el referente básico de integración política en la unidad nacional de España. Así, la soberanía pertenece únicamente a la nación española, representada en su Parlamento. Desde esta perspectiva, el Estatuto vasco es una concesión o derivación de la misma. Para este criterio, todo planteamiento que se desvíe de la Constitución es desleal, insolidario e, incluso, inmoral.

b) El Pueblo Vasco (“Euskal Herria”) debe constituirse como estado nacional soberano e independiente. El eslogan de estos días es: “Hoy Catalunya y mañana la República vasca”. Este proyecto se manifiesta en los movimientos populares de liberación nacional en torno a conceptos-eje, como autodeterminación, independencia, euskaldunización y socialismo. Para este planteamiento, la realidad política que nace de la transición, el Estatuto de Gernika, no es aceptable, por cuanto que niega el derecho de autodeterminación.

c) El Pueblo Vasco y sus instituciones políticas son previos al Reino y Estado de (las) España(s) y su relación fue y debe ser pacto “entre iguales”. Este es el verdadero sentido del Estatuto de Gernika que, a la altura de estos nuevos tiempos, conviene completar y, si cabe, ahondar.

Si deseamos una convivencia sincera, hemos de analizar lo sucedido en Catalunya para construir en la medida de lo posible el tejido social vasco, municipio a municipio, barrio a barrio, creando lugares de encuentro y diálogo. Las semejanzas y diferencias con lo que sucede en Catalunya deben ser interpretadas desde la realidad que nosotros vivimos, más allá de actitudes interesadas y manipuladoras.