TODOS los años se reparten los Premios Eficacia a las empresas e instituciones de mayor eficacia comunicativa en España. Sin duda, este año la Casa Real podría quedar entre los finalistas, en tanto que pocas veces se atisba una acción de marketing político en que se apele tan bien al público comoel discurso del rey del pasado día 3 de octubre. Al contrario de lo que se le ha criticado, el monarca no se dirigió a los dirigentes del Govern, que es lo que sostengo en las siguientes líneas, sino a afianzar a un público propio en horas bajas.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que ningún personaje público, salvo excepciones, habla sin la dirección de un mánager de comunicación. Es así que un jefe de Estado se la juega si no cuenta con buenos asesores, máxime en momentos de crisis. De este modo, lo lógico hubiera sido que el mensaje del rey se emitiera, si no el mismo día, un día después del 1-O. Habiendo esperado dos días desde el suceso, lleva a inducir la labor de análisis de la situación y preparación del discurso de las labores de comunicación. El producto no es otra cosa que cinco largos minutos de un rey en los que desde sus palabras hasta sus gestos, pasando por la puesta en escena, transmiten un mensaje muy concreto, resaltado después en la prensa escrita desde la Casa Real: “Legalidad o castigo”. Lo hace en un tono severo y centralizado que no admite discusión ni réplica (lo que los analistas Grunig y Botan denominan “modelo asimétrico” de gestión de la comunicación).
La puesta en escena no deja lugar a dudas: el rey en el centro del plano, inmóvil, de tal manera que solo se le puede mirar a él, fuera de los planos “descentrados” de sus mensajes de Navidad, más amables y hogareños. Mantiene la mirada fija en la cámara, clavando sus ojos en el espectador, y de fondo, el cuadro de Carlos III, primer Borbón reconocidamente ilustrado que gestionó con eficacia el famoso motín de Esquilache en 1766 (cabe pues hablar de cierto paralelismo insinuado entre el 1-O y la idea del motín). Así, el nuevo Borbón se identifica de la imagen de su sucesor, vistiéndose de personaje ilustrado y eficaz y único solucionador de conflictos.
No menos relevantes son sus gestos: hierático, no esboza ni la más mínima sonrisa, apenas pestañea, y señala con el dedo a la cámara, postura que recuerda a la harto conocida imagen del Tío Sam en la Segunda Guerra Mundial, apuntando con el dedo al ciudadano cual si quiera decirle “España te necesita”. Y es aquí, más que en sus palabras, donde desempolva el verdadero público del discurso: los españoles indignados que han visto en el referéndum un desafío a un país del que se creen propietarios, llegando a acusar a los dirigentes de España de tibieza (algunos de ellos también residentes en Catalunya). Así, el rey se pone en el centro del mensaje, afianzando así a sus seguidores y adoptando con el Principado cierto aire paternalista del padre que reprime a su hijo, y que además le propone un castigo si no se porta bien. Aunque no especifica el castigo, puede volverse a la imagen de Carlos III, hijo de Felipe V, Borbón que eliminó los fueros de la corona de Aragón y liquidó así los de Catalunya, pudiendo entrever cierto guiño al temido artículo 155.
Todas estas pretensiones explican de manera clara que el rey no haya hecho de intermediario en un conflicto estatal, sino que se ha posicionado en uno de los bandos del mismo. No hace falta explicar que es en ese bando donde están quienes le apoyan. Es aquí donde se entrevé el objetivo antes mencionado de afianzar a su público antes que convencer al contrario, estando la propia institución monárquica en crisis.
Como última muestra, véase el detalle del idioma: muchos hemos visto al rey Felipe, y también a su padre, aterrizar en las regiones bilingües y esforzarse por decir algunas palabras en sus lenguas vernáculas, si bien en este discurso no dijo ni una sola palabra en catalán. No fue un acto de desidia, sino una estrategia de comunicación: no se le habla a la España nacional en catalán, pudiendo ser esto último mal considerado por los receptores del mensaje.
Con todo, hay que evaluar el discurso no en términos de la mediación que corresponde al monarca, sino de relaciones públicas y de marketing político, en el que la Casa Real ha primado salvar sus propios muebles antes que los del bien común (también el de Catalunya).