HA quedado claro quién la tenía más larga. Solventada está cuestión, queda la otra: ¿Cómo se va a afrontar el problema catalán? Lo lógico es que, visto lo visto, todos deberían admitir que el problema catalán es real y que apagar el fuego con gasolina no ha sido una buena idea, aunque gentes como Albiol y Rivera insistan en esta vía. Azuzar el fervor patriótico al grito de “A por ellos” con la actuación desmedida de las fuerzas de orden público (el domingo no eran de seguridad) trasladadas a Catalunya es una de las cuestiones que no se olvidará fácilmente. No parece que la brutalidad empleada respondiese al mandato de un juez. Los agentes cumplieron lo que alguien ha calificado como “órdenes torpes y absurdas”. Pero, la cosa parece que no acaba ahí y se ha llamado a rebato a una manifestación en Barcelona para rematar la cosa mientras que el fervor patriótico se extiende por la piel de toro. La aparición del rey Felipe, cero grados: ni frío, ni calor: su señor padre, en calidad de jefe del Estado, sancionó un Estatuto que fue anulado por el PP utilizando el Tribunal Constitucional, lo que está en el origen del conflicto.

El independentismo catalán ha conseguido un éxito sin precedentes: no la independencia, sino poner patas arriba la tranquilidad del Estado y sus titulares. La extraordinaria respuesta del Gobierno central, desde la movilización de esas fuerzas de orden público, la actitud del Ejecutivo (como si se estuviese ante el fin de mundo), la movilización ciudadana, la presencia masiva de medios de comunicación (con programas especiales y en directo) son la mejor muestra de ese éxito. Y no solo eso: considerar como “éxito de la democracia” impedir a mamporros que la gente vote dice poco de esa democracia. Por otro lado, exhibir como logro que cerrasen el 5% de los colegios produce hilaridad.

“Imperativo legal” La pertenencia a un país, a una nación, a un estado, a una iglesia? no se impone, ni siquiera “por imperativo legal”. Quien pretenda que un porcentaje (mayor o menor) de catalanes sean españoles “por imperativo legal” no deja de encarnar el mayor fracaso del constitucionalismo (y, por ende, otro éxito de los convocantes del referéndum). “¿Es usted español? Bueno, sí, pero solo porque la ley me obliga a serlo, que si no?”. Como decía la eurodiputada Izaskun Bilbao, “quien defiende sus posiciones a porrazos, como acabamos de ver en las calles de Catalunya, tiene un problema de base: no confía en la oferta que puede hacer a los ciudadanos. Quién tiene un buen proyecto ni se plantea defenderlo a golpes. Convence”. Todos los pueblos del mundo tienen el derecho a ser sujeto (y no objeto) de todo aquello que les afecta.

Desde el domingo 1 de octubre, hay dos Catalunyas, dos tipos de catalanes y un conflicto que va a tener una más que difícil solución. El estado de derecho versión PP o de sus magistrados afines (al que tanto se ha apelado en estos días) va a tener que esforzarse especialmente por retener en su ámbito a los catalanes constitucionalistas, evitando cuestiones como boicots generales que afectarían a su bienestar (y a su empleo), cualquier cosa que suene a castigo indiscriminado. En los próximos años, ese estado de derecho va a tener que mantener en una posición de cuidado permanente a los catalanes independentistas, porque como decía Josep Piqué en una entrevista publicada por El Español, si el 70% de los catalanes apoya la independencia, “no hay constitución que valga”.

Sin embargo, desde la derecha y la extrema derecha se exige la suspensión inmediata de la autonomía catalana. Siguiendo el ejemplo franquista de castigo a las provincias traidoras, se castiga no solo a los traidores sino a todos, incluida esa mayoría constitucionalista. Da igual, ahora el castigo ya cuenta con la sanción real.

Pero concluir que lo ocurrido el domingo es aval suficiente para una Declaración Unilateral de Independencia es mucho concluir. Aunque parezca claro lo que puede ocurrir a partir de ahora -se impondrán los duros (de ambas partes), se radicalizarán las posturas y crecerá el problema catalán- tampoco tiene mucho sentido poner el futuro de Catalunya y del catalanismo en manos de la CUP.

Y nosotros, ¿qué? Desde luego, seguir en Euskadi el ejemplo del procés resultaría suicida. Todo avance debe hacerse desde la legalidad y el acuerdo, evitando algo que ya se ha producido en Catalunya: la fractura social. No menos suicida sería hacer seguidismo a Txiki Muñoz y a Sortu. Sería muy interesante que nos dijesen Txiki y Arnaldo cómo encajarían Nafarroa en un procés (auzibide). Y no solo eso: el empeño principal en estos momentos: la economía y el empleo, y la gente

El PNV dejó clara su postura en Foronda. Las aspiraciones están claras. Los procedimientos y estrategias, también. Y en ningún caso pasa por ceder una micra de iniciativa a Sortu, ni en esto, ni en nada. Los jelkides no pueden ceder en su condición de fuerza hegemónica en el campo abertzale y esencial en el campo democrático. Y, en este punto, el papel de EAJ-PNV como puente puede resultar vital. Sobre todo, cuando parece que, como acabo de decir, en una y otra parte, se impondrían los duros que insisten en dinamitar toda vía de diálogo.

Tampoco se puede engañar el personal con parte de los independentistas y de la CUP. Y lo que digo resultará duro para algunos: la declaración unilateral de independencia no tiene efectos prácticos. La República de Catalunya no será reconocida internacionalmente (y una declaración unilateral de independencia, además, puede espantar los apoyos que en estos momentos Catalunya tiene en la Unión Europea), ni por la mitad de los catalanes (de momento), ni cuenta con recursos financieros? ¿Cómo piensa pagar la Generalitat a sus funcionarios? Por otro lado, cuando una economía como la catalana tiene una dependencia tan alta del mercado español (en este sentido, la diferencia en este punto con la vasca es más que evidente), dónde va a vender lo que produce, ¿En Venezuela? A la CUP (y a Sortu, por ejemplo, la economía se la trae al pairo. Como en el caso de Albiol o Rivera, lo que realmente se dirime no es la razón (o la busca de soluciones) sino quién la tiene más larga.